Los ataques de Garzón a la economía española

Alberto Garzón
Los ataques de Garzón a la economía española

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, no pierde ocasión para atacar al sistema productivo español. Hace más de un año, en plena pandemia, menospreció e insultó al turismo, al decir que es un sector «estacional, precario y de bajo valor añadido». No sólo es una falta de respeto, de educación y de tacto para todas las personas que trabajan en el sector, sino la muestra de un desconocimiento completo de la materia y de la economía española.

Antes de criticar al turismo, deberían saber lo mucho que aporta a la economía y al empleo en España, como veremos más adelante. En cuanto a estacionalidad, precariedad y bajo valor añadido, donde van a encontrar de todo eso es en el Gobierno del que forman parte: aunque ya está durando más de lo que los españoles se merecen, el Ejecutivo será estacional y pasajero; es precario, porque el Gobierno es una jaula de grillos enfrentada con el único pegamento del reparto del poder; y es no ya de bajo valor añadido, ni siquiera nulo, sino de negativo valor añadido, porque gran parte de los ministros que se sientan ahí son contraproducentes para la prosperidad y libertad españolas que emanan de la Constitución de 1978. Que Garzón se pregunte qué aportan ellos a España, salvo el intento de sembrar el odio y de anhelar las prácticas de las dictaduras de sus correligionarios comunistas en Cuba -modelo de consumo sostenible para Garzón- y Venezuela.

Después, realizó unas manifestaciones ante la prensa extranjera en las que decía que la carne española era de mala calidad, porque se infligía sufrimiento a los animales en las explotaciones españolas.
Ahora, siguiendo con el mismo sector, desde su ministerio se acusa a la ganadería y al consumo de carne como una de las causas del cambio climático, de manera que se anima a disminuir su consumo, todo ello empleando la preocupación medioambiental para justificar dicha aseveración.

Puede estar muy bien que queramos que España se convierta en una sociedad totalmente tecnológica, orientada a la I+D+i y a todos los sectores de alto valor añadido -por cierto, no a los ruinosos, en muchos casos, que mencionan los podemitas-. Ahora bien, querer cambiar por completo la estructura económica de España, despreciando el turismo, una de las actividades que más aporta a nuestra riqueza y que más puestos de trabajo crea, y estigmatizando permanentemente a la ganadería, es no sólo una locura y un ataque injustificado a dichas ramas de actividad, sino que hacerlo de la noche a la mañana es imposible.

España tiene unos recursos y condiciones que hacen que sea un atractivo turístico para muchos ciudadanos de todo el mundo: tiene contrastes importantes en su clima; fantásticas playas y estupendas aguas las de los mares que bañan todo el territorio nacional, ya sea peninsular, insular o perteneciente a las antiguas plazas africanas, hoy convertidas en ciudades autónomas; una gastronomía de primer nivel que satisface al turista; y tiene un recurso natural magnífico, como es el sol que ilumina nuestro país y que es reclamo de muchos visitantes extranjeros, amén de un carácter, el de los españoles, que hace que seamos un lugar acogedor para cualquier visitante.

Por si Garzón no lo sabe, el turismo genera un 6,4% del PIB de manera directa y un 12,3% de manera total, con cerca de 6,3 millones de empleos entre actividades directas e indirectas. Eso son muchos miles de millones de euros que contribuyen, entre otras cosas, a sostener la magnífica sanidad de la que gozamos y que permiten que España pueda pagar las prestaciones por desempleo y mantener esa gran solidaridad. ¿De dónde se cree que sale el dinero que sostiene todos los servicios públicos, incluido su sueldo? Al menos, en ese porcentaje se deriva de la actividad económica del turismo.

Por otra parte, la ganadería y la agricultura originan 32.875 millones del valor añadido bruto español. Como economía desarrollada que es, el peso de este sector es el menor en la economía española, pero no deja de ser una aportación significativa, que genera muchos puestos de trabajo -casi medio millón- y que está orientada hacia la excelencia, con grandes cotas de exportación.

Toda esa prosperidad, todo ese empleo, es el que puede destruirse si el ministro Garzón sigue con esas declaraciones tan dañinas para estas ramas de actividad. Eso haría que muchos españoles perdiesen su puesto de trabajo, pero la izquierda, de la que Garzón es representante, suele optar por una economía subsidiada en lugar de por una economía productiva. Por supuesto que hay que respaldar a quienes se encuentren en dificultades por esta situación, pero no crear una crisis crónica en la que tengan que depender de un subsidio.

Poco parece importarles que muchas familias y buena parte de la prosperidad y servicios públicos españoles dependan de estas actividades. Después de todo, parece que dividen a los españoles entre los que trabajan en sectores de alto valor añadido y los que ellos consideran que no lo son, pese a la riqueza que aportan. Está claro que, al final, los comunistas son los más clasistas, tanto con su actitud hacia este sector, al minusvalorarlo, como con sus decisiones que impiden que las personas prosperen por sí mismas.

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