Armengol hace lo de siempre: perder y regañarnos

Francina Armengol

La serie histórica de derrotas electorales de la desde el pasado domingo presidenta del Govern en funciones, Francina Armengol, es sencillamente demoledora. Perdió en 1999 contra Pere Rotger por 36 puntos porcentuales, perdió en 2007 contra Rosa Estarás por 15 puntos porcentuales, perdió en 2011 contra Maria Salom por 22 puntos porcentuales y perdió en 2015 contra José Ramón Bauzá por 10 puntos porcentuales. El pasado domingo volvía a perder por más de 9 puntos porcentuales contra Marga Prohens. A lo largo de esta trayectoria de derrotas aplastantes se atisba un solo éxito, hace cuatro años, cuando Armengol venció a Biel Company por apenas 5 puntos, lo que, a tenor de la serie, dice muy poco del perfil de Company como candidato. El de Sant Joan tiene el indudable mérito de haber sido el único candidato del PP en salir derrotado frente a una perdedora nata como la inquera.

En la noche electoral del pasado domingo, Armengol se apresuró a decir que «nosotros hemos aguantado bien», dando a entender que los que habían fallado eran otros, en clara alusión a una pobre Antònia Jover (Podemos) que, con la que le está cayendo, habrá buscado algún «refugio climático» para guarecerse del temporal. Ni asomo de autocrítica entre las huestes socialistas. Invocan ahora a «una ola preocupante de derecha y extrema derecha», a un «cambio de ciclo», a un «cambio de tendencia» como si la debacle del domingo fuera un mero cambio estacional que se produce con la naturalidad de siempre y del que no son, por supuesto, responsables.

La insistencia del PSIB en echar la culpa a Podemos tiene por objeto tratar de salvar de la quema a la líder suprema del socialismo balear, Francina Armengol. En realidad, la farmacéutica se presentaba como la candidata no tanto del PSIB como de «un bloque de progreso» compuesto por socialistas, meseros y podemitas. Jover y Lluís Apesteguia, por su parte, se presentaban como meras muletas para sostener a un ejecutivo encabezado por Armengol. Un indicador de la difuminación de Jover y Apesteguia, eclipsados frente a una Armengol dominante en toda la legislatura y en los debates electorales, es que en Palma Apesteguia logró un 20% menos de votos que Neus Truyol, la candidata de Més per Palma. A nivel de la isla de Mallorca, Apesteguia sacó casi un 11% menos de sufragios (4.000 votos menos) que el candidato de Més en el Consell Insular de Mallorca, Jaume Alzamora. También Jover sacó menos votos que su candidata en Palma, Lucía Muñoz, aunque en menor proporción.

Por el contrario, Armengol sacó 6.000 votos más que Catalina Cladera (un 6,2% más) y un diputado más en la circunscripción mallorquina, lo que indica el tirón de la inquera en detrimento de un Apesteguia y una Jover que no han sabido capitalizar sus áreas de gobierno ni distanciarse de la opción que representaba la inquera.

En la noche electoral, la líder socialista reivindicó su gestión y los logros alcanzados, una prueba más de la soberbia de la inquera que ha tenido más dinero que nadie para terminar dejando los servicios esenciales como educación y sanidad hechos unos zorros. Al parecer, su autovaloración no coincidió con la de los votantes que la reubicaron en su lugar natural: la derrota.

No retroceder en derechos ni en libertades

Puedo entender que, tras una campaña agotadora, a últimas horas de la noche electoral uno no tenga demasiada frescura de mente para brindar el mejor de sus discursos, ya de por sí trufados de lugares comunes, eslóganes y clichés. Máxime cuando has sido derrotado con meridiana claridad. Lo que no resulta tan comprensible es escuchar el mismo sonsonete de todos y cada uno de los candidatos perdedores del PSOE a menos de que se trate de una consigna de partido ya preparada y que preanuncia la principal idea-fuerza de su futura labor de oposición. «Vamos a luchar contra la pérdida de derechos y libertades logrados en los últimos años», reiteraron una y otra vez. «No vamos a permitir que se retroceda en derechos», remataron uno tras otro los candidatos socialistas derrotados. Si a José Ramón Bauzá (2011-2015) le dieron la tabarra con los «recortes» (¡Que viene Bauzá!), ahora se la van a dar a Marga Prohens con el «retroceso de derechos». Aviso a navegantes.

No sé exactamente a qué se refieren estos fabricantes positivistas de «derechos y libertades». ¿A qué derechos se refieren? ¿A los vinculados a la descarada compra de votos a cuenta del presupuesto que han protagonizado en plena campaña electoral, disfrazando esta compra de voluntades de última hora como «gobernar hasta el último día», según palabras del fontanero Iago Negueruela? ¿Se referirán al rosario de restricciones, regulaciones y prohibiciones, a este «intervencionismo ideológico» que los hoteleros, prudentes y silentes antes de las elecciones, han denunciado una vez consumada la derrota del pacto de progreso? ¿Al «derecho» de los padres de los colegios del Parc Bit a elegir la educación que quieren para sus hijos siempre que se la paguen de su bolsillo? ¿Al «derecho» de los padres a no poder elegir la lengua en la que quieren que sean escolarizados sus hijos, ni siquiera en este miserable 25% de clases en español tal como les han conminado el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional? ¿Al «derecho» a no poder alquilar una vivienda en régimen de alquiler vacacional? ¿Al «derecho» a esperar dos o tres años para obtener una licencia de obras o una actividad empresarial? ¿Al derecho a no seguir pagando el transporte público o las matrículas universitarias que no alcanzan para sufragar ni el 10% del coste real de la universidad balear? ¿Al «derecho» a verse obligados a mostrar empatía y sensibilidad con el okupa que te ha ocupado tu casa, como sugiere esta benefectora de las «personas» que es Armengol? ¿Al «derecho» a no poder vender tu propia vivienda a un no residente a menos que seas el PSOE o te llames Apesteguia? ¿Al «derecho» a no poder alquilar tu propia vivienda al precio que quieras? ¿Al «derecho» de los padres a no poder elegir el colegio para sus hijos y estar obligados a escoger uno cerca del barrio donde viven? ¿Al «derecho» a esperar varios meses para una operación quirúrgica? ¿Al «derecho» a seguir exhumando fosas de hace casi noventa años? ¿Al «derecho» a seguir rascándote el bolsillo por el bien de la sociedad cuando heredas algo de tus familiares, como predica el mesero Antoni Alorda?

Al final va a resultar que nuestros queridos socialistas, como aprendices de brujo que son de sus socios preferentes como podemitas, separatistas y bildutarras, van a otorgar todo tipo de derechos a entelequias y abstracciones antropomórficas como el medio ambiente, las lenguas minorizadas, el patrimonio natural, la «igualdad», patrias inventadas o sostenibilidades planetarias antes que otorgárselos a las personas de carne y hueso sobre los que gobiernan y a procurar su bienestar. Y todavía se preguntan por qué han perdido.

Los baleares nos hemos equivocado otra vez

Para la izquierda balear los baleares nos volvimos a equivocar el pasado domingo al no acertar con la papeleta adecuada. Ya saben, cuando pierden no es porque ellos lo hayan hecho mal sino porque los votantes se han equivocado. Tampoco yo salgo de mi asombro cuando veo salir trasquiladas de las urnas a las fuerzas de la Verdad, la Virtud y el Progreso. Parece imposible que unos partidos que presumen de estar en el lado correcto de la historia, de la modernidad y de la humanidad puedan salir derrotados.

«Nosotros -aseguran orgullosos- avanzamos en la misma dirección en la que avanzan las naciones más avanzadas del mundo». No entienden cómo pueden perder quienes abrazan a la santísima trinidad del momento: igualdad, inclusividad y diversidad. Dominadas y controladas la educación, la universidad, la prensa de papel, los sindicatos, la televisión autonómica, la cultura, el cine, la Iglesia de Mallorca, el grupo Prisa y el GOB, así como la extensa red clientelar de la «sociedad civil» que trabaja sin descanso para la izquierda, ¿cómo es posible que puedan perder unas elecciones? A primera vista, es materialmente imposible, a menos que… sean un desastre.

Y son un desastre porque habita en ellos un alma totalitaria por mucho que se disfracen de demócratas ejemplares y no dejen de caer de sus labios las palabras «libertad» y «democracia». La izquierda, ahora y siempre, no concibe la política como un mero servicio a los ciudadanos de a pie sino como una herramienta para transformarlos, modelarlos, regenerarlos, reeducarlos y salvarlos de acuerdo con las últimas ideologías del momento. En lugar de adaptarse a las necesidades de los ciudadanos, bastante básicas, elementales y prosaicas por otra parte, la izquierda apostólica se aplica en hacer ingeniería social y concebir así al uomo nuovo mussoliniano o al hombre nuevo comunista.

La derecha, en cambio, nunca ha sido tan ambiciosa como la izquierda. En este sentido, es mucho más humilde. Sólo aspira a mantener limpia y aseada la ciudad, a hacer las carreteras necesarias para que nos podamos mover fácil, cómoda y libremente, a hacer desaladoras para que tengamos agua potable, a ser más ágil en la gestión para terminar con los embudos administrativos y así incentivar a los emprendedores, a no intervenir en el mercado para que todos podamos prosperar, a dejar de lado las nuevas filosofías pedagógicas si no van encaminadas a mejorar la lectura, la transmisión de contenidos y el rendimiento académico, a tener nuestras ciudades más seguras, a apostar por el crecimiento económico para que el incremento de riqueza anual se esparza entre toda la sociedad, a no molestar en demasía a los ciudadanos a menos que sea estrictamente necesario, a no tratar de convencernos con sus monsergas moralizantes, a no provocar inflación inundando la economía con dinero público, a cobrar menos impuestos para que los ciudadanos puedan gastarse su dinero en lo que les apetece, a ser más eficiente (hacer más con menos) en los servicios que presta a los ciudadanos, aun a sabiendas de que los servicios públicos, por su condición de públicos, tienden a degradarse paulatinamente para convertirse más en una pesada losa que en una solución de nada.

La derecha no aspira a mucho más. A diferencia de la fatal arrogancia de la izquierda, la derecha se asienta sobre columnas bajas pero sólidas. Es tan humilde y poco sofisticada como la mayoría de los ciudadanos, que no confían en la casta política y apenas esperan nada de ella que no sea dejarles en paz. La derecha sabe que los políticos son un mal necesario, subrayando el sustantivo. La izquierda, en cambio, sigue autoengañándose pensando que los políticos son un bien imprescindible, subrayando tanto el sustantivo como el adjetivo. Por eso, de tanto en cuanto, cuando el pueblo se harta de las monsergas y coacciones «progresistas», cuando se siente asfixiado por el celo de estos savonarolas, se desvanece el encanto y se produce el milagro. El pueblo, harto de tanta Verdad, Virtud y Progreso, expulsa del poder a estos fariseos.

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