Añoranza de lucidez y liderazgo
Los primeros días de marzo de 2010, después del terremoto que asoló ciudades y pueblos del centro de Chile (con magnitud de 8,8 Mw está entre los 10 mayores registrados en la historia), el banquero Francisco Luzón, fallecido el pasado día 17, parecía ser de los pocos que mantenían la calma y la lucidez en la Ciudad de Santiago.
A los estragos ocasionados por el seísmo se añadía una complicada agenda política y una convulsa situación social; el electo presidente de la República, Sebastián Piñera, tomaba posesión oficial el 11 de marzo en el Congreso Nacional de Valparaíso, y a las antidemocráticas protestas de los grupos izquierdistas -que han acompañado toda la singladura presidencial de Piñera-, se unían numerosas réplicas sísmicas. Una de ellas, acontecidas mientras se celebraba el acto, hacía mirar hacia el techo del Congreso al Príncipe Felipe y provocó que el Secret Service sacara del recinto al presidente Bush y lo trasladara directamente al aeropuerto.
El entonces Presidente del Grupo Santander, Emilio Botín, que no canceló la visita que tenía prevista a pesar de la difícil situación y de que el aeropuerto operaba en condiciones de campaña, se unió a Luzón para seguir en primera mano como el equipo del Santander Chile, primer banco en el país, afrontaba la tarea de conseguir mantener la actividad y el servicio a los clientes.
Paco Luzón, que había sufrido el terremoto mientras pasaba el fin de semana con su familia en Viña del Mar, conoció desde un primer momento el brutal impacto que iba a tener en la actividad económica del país, y en concreto de la Región Metropolitana que actúa como motor de la misma. Lejos de caer en la resignación o en el derrotismo, y muy lejos de protagonizar o impulsar medidas populistas, supo que los esfuerzos debían ir dirigidos, por una parte, a una rápida y eficiente asistencia social, y por otra, a encauzar de manera efectiva los numerosos fondos movilizados -públicos y privados, locales y exteriores- hacia los sectores empresariales que mantenían el tejido económico y que debían protagonizar la reconstrucción del país.
A pesar de que una buena parte de las sucursales estaban literalmente en el suelo, y que la capacidad operativa estaba dañada, no quiso oír hablar de una reducción presupuestaria e instó a aprovechar las oportunidades que se abrirían, con una estrategia realista en el análisis y la planificación, exigente en el esfuerzo y muy rigurosa en la posterior ejecución.
Resulta demasiado fácil caer en una comparación odiosa, ¡pero es inevitable!
Por una mala pasada que nos ha jugado el destino, este país está enfrentando uno de los momentos más complicados de su historia reciente en manos del Gobierno más inexperto, sectario, populista, y aun malintencionado del que se tiene recuerdo. Y ya no hablamos de los ministros de Unidas Podemos que son la representación viviente de un chiste malo, sino también de los inanes ministros socialistas. Unos y otros están enfocados en temas y controversias inútiles y extemporáneas, que abordan desde absurdos y trasnochados planteamientos ideológicos. Incluso aquellos con contenidos más técnicos en sus carteras se sienten apocados y poco apoyados por el presidente Sánchez, que sólo se motiva con los actos de propaganda y efectismo que pone en la agenda Iván Redondo.
Nadie espera de ninguno de ellos la inteligencia y lucidez, la fuerza y liderazgo o la sensibilidad social que demostró Francisco Luzón, por otro lado un hombre muy ligado a los partidos de izquierda, en su exitosa trayectoria profesional y en su constante apoyo a proyectos e instituciones sociales.