Una andaluza (Ybarra) y un vasco (Oriol)

Una andaluza (Ybarra) y un vasco (Oriol)
Una andaluza (Ybarra) y un vasco (Oriol)

Unos meses después de que el papa León XIII publicara su encíclica Humanum genus  contra la masonería, en la que afirmaba -siguiendo a San Agustín- la existencia de una ciudad de Dios constituida por la Iglesia Católica que combatía contra el reino de Satanás, formado, entre otras organizaciones, por la sectae Massonicae (masonería), que se rebelaba contra la ley divina, nacía en Carmona Pepita Lasso de la Vega Quintanilla, el 24 de agosto de 1884. Aquella niña creció, junto a sus hermanas, con la moral católica de la época y las reglas estrictas que la buena educación marcaba para una señorita de su condición social, con unos rituales y unas costumbres apocadas que se amoldaban, según crecía, a lo que de ella se esperaba. En una familia acomodada de la baja Andalucía, bajo el palio del comedido lujo clásico y la arropada familiarmente individualidad elitista, en aquella casa se cultivaron los buenos modales, pues, como dijo un poeta, “Dios dio a la humanidad tres gracias, la mejor de las cuales es la cortesía”.

A los veintiún años, el 15 de enero de 1906, se casó en la Iglesia de San Vicente de Sevilla con José María Ybarra Menchacatorre, convirtiéndose en la III condesa de Ybarra. El novio había nacido en abril de 1880, cuatro años antes que ella. Estudió ingeniería industrial en Barcelona, fue Gentilhombre de cámara de S.M. y Gran Cruz de Mérito Naval. El viaje de novios fue a Hamburgo. Allí darían rienda suelta a su amor bajo los auspicios de su diosa patrona Hammonia, que acababa de surgir en las referencias románticas como símbolo del espíritu de la ciudad representando los valores hanseáticos de esta ciudad alemana: libertad, paz, prosperidad, armonía, bienestar y comercio; las mismas divisas que guiaron a los dos principales personajes que Thomas Mann hace aparecer en su obra Los Buddenbrook: el cónsul y empresario Johann Budennbrook, de Lübeck, cerca de Hamburgo, y su mujer, Antoinette Duchamps, piadosa y buena, procedente de una de las familias más importantes de Frankfurt.

El matrimonio Ybarra Lasso de la Vega tuvo cinco hijos. El primero de ellos fue José María, IV conde de Ybarra, que se casó con María Pepa Mendaro Romero, una mujer de personalidad original. La segunda hija fue María de Gracia (Maru), que se casó con José María de Oriol Urquijo, futuro marqués de Casa Oriol. Ella fue la única de sus hijos que contrajo matrimonio con un vasco, estrechando nuevamente los vínculos iniciales entre Vizcaya y Andalucía. José María de Oriol Urquijo y Maru Ybarra Lasso de la Vega se hicieron novios en Neguri, sentados en una butaca en casa de Gabriel Ybarra de la Revilla (fundador de El Pueblo Vasco, origen de El Correo de Bilbao, cofundador del Banco Vizcaya y primer juez de menores de España) y de Elvira Bergé Salcedo (nieta de Josefa Zabalburu Ybarra), cuyo padre, Ramón Bergé Guardamino, era el gran amigo de Antonio Maura.

Tras contraer matrimonio, fueron padres de siete hijos que, siguiendo con la tendencia ascendente de esta familia, entroncaron con distintos títulos nobiliarios de la España de los años cuarenta del siglo pasado. La primogénita, Gracia, se casó con el marqués de Castelfuerte; José Luis, futuro marqués de Casa Oriol, lo hizo con la marquesa de Masnou; Miguel, reconocido arquitecto, se casó en primeras nupcias con Carmen Icaza Zabálburu (a quien todos llaman Carchín) y, actualmente, está casado con Inés Sarriera Fernández de Muniain; Iñigo enlazó con su prima cuarta de Bilbao, Victoria Ybarra Güell, baronesa de Güell; María se casó con Juan Castillejo Ussía, conde de Floridablanca, duque de San Miguel, marqués de Mejorada del Campo, marqués de la Cañada y marqués de Hinojares; Carlos lo hizo con Isabel de León Borrero, marquesa de Méritos, presidenta honorífica de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla; y Begoña, la pequeña, se casó con Javier Basagoiti González-Trevilla. De todos estos enlaces pudo disfrutar la orgullosa abuela materna, quien la idea del deber, además de concebirla como la más seria realidad, la asumió como la más alta poesía.

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