Amor a prueba de zafiro
Aunque el matrimonio de Don Juan Carlos y Doña Sofía no puede considerarse como la historia de un gran amor, ni tan siquiera una historia de amor, a propósito del regalo sorpresa que la princesa Leonor y su hermana, la infanta Sofía, hicieron a su padre con motivo del X aniversario de su proclamación, me ha recordado, hablando de regalos y sorpresas, las que el emérito le dio a su esposa, sí, a Doña Sofía, en dos ocasiones. Sería mala señal que el recuerdo del gozo de aquellos regalos ya no fuera gozo, mientras el recuerdo del dolor, de tanta vulgaridad como ha habido en este matrimonio real, sí fuera dolor.
La sorprendente historia que voy a recordar para los lectores de OKDIARIO me la contó la propia Doña Sofía, el 22 de noviembre de 1987, en el transcurso de una recepción en los jardines de la Embajada de España en Bangkok, con motivo de la visita oficial a Tailandia de los Reyes de España a quienes acompañé formando parte del séquito informativo. Hacía veinticinco años que, en el mismo lugar, habían vivido su luna de miel como príncipes o señores Benet (nombre que utilizaban para ocultar su verdadera identidad) y donde volvían como reyes.
Con la emoción asomada a sus bellísimos ojos color uva, me hizo una revelación (sorprendente en ella, tan reservada para sus cosas más íntimas y personales).
Con lo que voy a relatar, recuerdo lo que alguien que la conocía muy bien me dijo: «Para comprender y amar a Sofía hay que descubrirla». Yo la descubrí aquel día oyéndola confiarme lo que le había sucedido hacía tiempo, mucho tiempo, exactamente ¡¡¡25 años!!!»
El relato que emocionada me hizo Doña Sofía
«Nos habíamos casado hacía unos días. Bangkok era una de las escalas de nuestro viaje alrededor del mundo. Y, como recién casados que éramos, lo realizábamos solos. Durante el recorrido turístico por la ciudad entramos en una joyería donde descubrí un hermoso zafiro, mi piedra preferida, que quise comprar. Pero después de darle muchas vueltas y hacer muchas cuentas, llegamos a la conclusión de que no entraba en nuestras posibilidades económicas. Tanto el príncipe como yo nos quedamos muy tristes. Él, porque le hubiera gustado regalármelo. Yo, porque me hubiera gustado poderlo comprar».
«Cinco años más tarde, exactamente en 1967, hicimos un viaje privado en compañía de un matrimonio amigo. Entre las ciudades que visitamos se encontraba Bangkok. Aunque parezca increíble, yo no había olvidado aquel zafiro que, por motivos económicos, no pude comprar cinco años antes. Y, aprovechando una mañana de compras a solas con mi amiga, decidí visitar la joyería para ver si aún tenían el zafiro e intentar comprarlo con mis ahorros. Pero cual no sería mi desagradable sorpresa al ser informada por el dueño de la joyería que dicho zafiro lo había vendido no hacía mucho. Me llevé un gran disgusto. ¡Pero qué le iba a hacer!»
Lo que sucedió a la hora de la cena
«Aquella misma tarde continuamos viaje hacia Bombay. Una vez en la ciudad india, Juan Carlos nos invitó a cenar. A los postres, sacó del bolsillo un estuche que me entregó. Al abrirlo, por poco me desmayo, ya que vi, emocionadísima, que se trataba del zafiro de mis sueños, el zafiro que yo había estado deseando y persiguiendo a lo largo de cinco años. ¿Qué había ocurrido? Muy sencillo y muy hermoso. El príncipe tampoco lo había olvidado. Y aprovechando que yo me había ido de compras, decidió hacer lo mismo, acudiendo a la joyería aunque, como me confesaría, sin muchas esperanzas de encontrar lo que buscaba. ¡Cuánto amor había entonces! Pero cuál fue su sorpresa al ver que el zafiro seguía allí después de… ¡¡¡cinco años!!! Y lo compró con todos sus ahorros. Fue uno de esos detalles que no se olvidan jamás. En aquel momento lo de menos para mí era la joya y su valor, que era muy considerable. Lo importante es que, después de cinco años, él no lo había olvidado».
«Aquel zafiro, que luego lo monté en un broche, lo conservo como una de las joyas más amadas por su valor sentimental». ¿Lo seguirá siendo?
Fue uno de esos detalles que, si no son de amor, sí de cariño, que es lo que queda cuando la pasión y el amor han desaparecido, si es que alguna vez existieron. ¿Cuándo se rompió la magia de aquel amor, al menos de aquel matrimonio? ¿En qué momento se convirtieron en una pareja de impulsos controlados y se sintieron más atormentados ambos de lo que parecía bajo una aparente normalidad? ¿En qué momento la Reina decidió cerrar los ojos y tirar para adelante arrastrando su amor?
Aunque ustedes, queridos amigos de OKDIARIO, no se lo crean, aún hubo otro regalo más importante, sí, mucho más, que sorprendió a Doña Sofía hasta hacerla llorar a lágrima viva abrazada a su marido. Se lo contaré la próxima semana.
Chsss…
Sólo el papá de la embarazadita ha mantenido la dignidad cuando fue preguntado sobre el embarazo de su hija.
El resto de la familia, haciendo caja con las exclusivas sobre el acontecimiento. También la nena que puso precio al hijo que espera.
La desagradable sorpresa no sólo fue el embarazo, sino los problemas que el padre tiene con la Justicia.
«Una cosa es reconocer el balance positivo de estos diez años y otra agitar el botafumeiro hasta la caricatura. Menos mal que Letizia está siendo ejemplar» (Álvarez, dixit).
Según la reina Isabel II, «El principal problema de una monarquía es la familia». Esto me suena.
No dudo que sea un buen rey, pero le falta la espontánea simpatía de su padre. Se advierte que le cuesta ser simpático.
La comparecencia de Felipe VI en la balconada del Palacio Real, con motivo del X aniversario, me ha recordado la del día de su proclamación, que pasará a la historia como la del festival de besos al Rey Juan Carlos. (Sí, el Rey).
Todos querían besarle. No sólo Doña Sofía, sino también ¡Letizia! Hasta que dijo con gesto contrariado: «Vámonos ¡¡¡ya!!!».
Me alegro de que los 35.000 euros mensuales del alquiler de la villa Las Cañas, de mi duquesa de Alba, sea para Fernando, el más querido por mí de todos los hijos de Cayetana.