La boda de Juan Carlos y Sofía fue censurada

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  • Jaime Peñafiel
  • Periodista político y del corazón. Experto en noticias sobre la aristocracia y la familia real. Ex redactor jefe de la revista ¡Hola! y fundador del diario El Independendiente y La Revista. Escribo sobre la Casa Real.

La pasada semana dedicaba esta columna, como nuestros lectores recordarán, a la boda de Felipe y Letizia coincidiendo con el XX aniversario. El 14 de este mes hicieron ya 60 años la de los Reyes Juan Carlos y Sofía de la que fui testigo vestido de… sacerdote. No por una excentricidad sino por una importante razón que les voy a comentar.

A diferencia de los actuales Reyes, la de los entonces príncipes se trataba de un matrimonio entre iguales. Ella una deliciosa princesa hija de reyes reinantes. Él, un apuesto príncipe, hijo de un hombre que vivía la tragedia de ser hijo y nieto de reyes, pero nunca rey. El porvenir de Juan Carlos era incierto. Todo dependía de un viejo general que no parecía sentir demasiado respeto por la legitimidad histórica. Resultado: Grecia, el país de la novia, era una monarquía. El del novio, una dictadura. A pesar de ello, para casarse tuvieron que solicitar autorización al Papa Juan XXIII. No porque Sofía fuera divorciada como Letizia ni porque viera la luz cuando conoció a Juan Carlos.

Para Franco, el tema de la boda no se había llevado nada bien en lo relativo a la conversión de la princesa Sofía, ya que, al no haberse producido ésta antes del 14 de mayo, día en el que se casaron, tuvo que realizarse la ceremonia mixta. Doña Sofía ha negado siempre que su madre dijera que «mi hija se casará como una catecúmena del catolicismo. Lo que pudo decir mi madre es que ‘la hija del rey Pablo de Grecia, que es ortodoxo, no puede casarse como católica. Todo lo más, como una catecúmena’”. Lo que no era en modo alguno hereje, como llegaron a decir varios miembros del Consejo de Don Juan a los que, al igual que a Franco, la ceremonia ortodoxa no le gustaba en absoluto.

Como única dificultad existente que hacía imposible la boda era… la diferencia de religión. La novia, ortodoxa. El novio, católico. Hoy, esto no tiene ninguna importancia ni crea problema alguno. Pero hay que remontarse al año 1962 para comprender el problema en toda su dimensión. Tanto los españoles como los griegos de entonces eran muy especiales en el terreno religioso. Sin ser ninguno de los dos pueblos excesivamente practicantes, si eran en aquellos años algo fanáticos, de un fanatismo inculto e inquisitorial.

Resulta curioso recordar que, con motivo de la boda de Juan Carlos y Sofía, los medios informativos españoles de entonces recibieron del Ministerio de Información y Turismo, cuyo titular era Manuel Fraga Iribarne, quien implantó la censura con implacable severidad y abusó de ella despiadadamente, no prestar atención alguna a la ceremonia ortodoxa de la boda y centrarse tan solo en la ceremonia católica. Para él, de un desaforado catolicismo ultraderechista, era la única opción legitimadora.

El Vaticano pudo declarar nulo el matrimonio

El Vaticano estuvo a punto de anular la boda, ya que Juan XXIII concedió las dispensas para celebrar válidamente el matrimonio con la condición de que la ceremonia católica fuera la única. Y no se respetó lo pactado. Grecia impuso su criterio y hubo dos: el católico y el ortodoxo. El Vaticano bien pudo, incluso, declarar no válido, nulo de pleno derecho, el casamiento. Pero, ante el escándalo que se produciría, todas las partes prefirieron taparlo, como cuenta el historiador Jesús Palacios en su documentadísimo Los papeles secretos de Franco.

A causa de esta doble ceremonia, se decidió que la prensa española sólo cubriera la ceremonia católica en la catedral de Saint Denis y los periodistas griegos la de la catedral ortodoxa. Yo, como enviado especial entonces de la agencia Europa Press, no me resistía a cubrir solo la primera de las dos. Y, aprovechando el lapsus que se producía entra la una y la otra para el acto del matrimonio civil en el Palacio Real, decidí estar presente en la catedral donde Sofía se casaría como princesa ortodoxa. Para ello, me dirigí al hotel Gran Bretaña donde me alojaba para vestirme con la sotana que había llevado desde Madrid para un sacerdote del Opus Dei que me la había pedido. Y vestido de tal guisa allá que fui a la catedral ortodoxa.

Pero, al ver que en la tribuna colocada frente al templo bizantino había bastante prensa, entre ellos los españoles que no estaban autorizados a entrar en la catedral, esperé la llegada de Aristóteles Onassis para acceder al templo sin que los compañeros de mi país, tan cainitas ellos, me vieran y me denunciaran.

Vestido de… cura

Quien sí se quedó sorprendido al verme en el mismísimo altar y a pocos metros de él fue el entonces príncipe Juan Carlos, que hizo un gran esfuerzo para no reír aunque sin dejar de mirarme con afecto. Cierto es que junto a mí, en el altar, había otro cura con cámara. Posiblemente era, no como yo, el fotógrafo de la catedral.

Cuando finalizó la ceremonia, abandoné el templo, tomé un taxi con destino al aeropuerto para no perder el único vuelo hacia Madrid y allí se quedó la sotana, y mi equipaje, en el hotel.

 El novio tuvo sus dos brazos para casarse

Pero no fueron solamente problemas de índole religiosa los originados con motivo de la boda de Juan Carlos y Sofía. La política también intentó poner su grado de discordia en esta ocasión. La oposición al gobierno griego de entonces. Los leales a la citada oposición, Georgius Papandreu y Stefanos Stefanopoulos se negaron a aceptar la invitación y predicaron la abstención entre sus partidarios, al igual que George Venizelos. Hasta el último momento se temió que la oposición organizara manifestaciones hostiles durante le celebración de la ceremonia. Pero afortunadamente, con las maniobras de la sargento prusiana, la reina Federica, los novios tuvieron una boda de cuento de hadas. Y para que nada faltase, hasta don Juan Carlos tuvo ese día sus dos brazos para casarse. Porque, durante cuarenta y ocho horas, se temió que la ceremonia tuviera que aplazarse debido a una caída del novio al resbalar en el parqué demasiado encerado de Palacio, dislocándose el brazo izquierdo. Durante unas horas la Familia Real vivió bajo el dominio de la ansiedad. La caída produjo grandes dolores a don Juan Carlos que me recibió la víspera con su brazo en cabestrillo y una chaqueta sobre los hombros. Su temple y voluntad, por un lado, y la solicitud de Sofía evitaron el drama, permitiendo que el novio pudiera casarse con grandes dolores pero casarse.

 El conde de Barcelona censurado

Cierto es que aquellas fotografías que con tanto esfuerzo imaginativo había tomado no fueron autorizadas por el Ministerio que había creado Arias Salgado y al que sucedió Manuel Fraga, ¡otro que tal andaba!, coincidiendo con la boda de Juan Carlos, por dos motivos: la ceremonia ortodoxa en un país católico, apostólico y romano como la España de entonces y la presencia del conde de Barcelona en la ceremonia, en la que ocupaba un lugar importante en el altar, fue censurada. Y no solo las fotos de su presencia en la catedral ortodoxa, también en la católica. Para evitarlo, la censura intentó cubrir su imagen como pudo, camuflándole entre arbustos inexistentes y, en todo caso, prohibiendo las fotografías en las que aparecía.

Recordando aquella boda y aquellos días, he sentido una tristeza infinita por cómo ha acabado ese matrimonio.

Sólo la foto oficial

Cuando el rey Simeón de Bulgaria, ortodoxo él, se casa el 2 de diciembre de 1962, con la española Margarita Gómez-Acebo, católica ella, en la localidad suiza de Vevey, unión que yo cubrí como enviado especial, el citado Ministerio de Información y Turismo español sólo autorizó la publicación de la foto oficial en la que aparecía la imagen de la novia. «Era como si me hubiera casado con un fantasma», me confesó Margarita.

Y es que así se las gastaban entonces los censores españoles de la España franquista. Y es que lo de ortodoxo debía sonarles a ruso y todo lo ruso a comunismo. ¡Los muy ridículamente ignorantes!

Chsss…

Según el compañero Arcadi Espada, «Milei no llamó corrupta a Begoña sino que en pleno acelerón anacoluto tuvo la inadvertida prudencia de extender el beneficio de la duda a la señora Gómez».

A propósito de los insultos del argentino al español, me recuerdan los del presidente mexicano Echevarría a Franco. «Han sido insultos personales excelencia», le informó López Bravo.

«En tal caso no está justificada ninguna acción que implique sacrificios de los intereses nacionales», le dijo el general. ¡Pues eso! No lo olvidemos.

Mi amigo Alessandro se ha embolsado 268.089 $ por la subasta en Chistie’s del broche de esmeraldas que perteneció a su madre, la bellísima Sandra Torlonia.

La duquesa vende ahora ropa de cama, champús de perro y tijeras para el jardín. ¡Qué variedad más curiosa!

Cada vez que veo a Francisco intentando subir al papamóvil me recuerda a Franco cuando lo hacía con un caballo para acudir a las monterías.

Aunque no lo crean, la esposa del famoso actor y director, aconsejó la detención de Netanyahu.

Me gustaría saber quienes son esa pareja a la que la revista ha dedicado nada menos que 12 páginas y 41 fotografías. Entre los invitados, la inefable socialité.

Confieso debo estar completamente out porque no conozco el mundo de las influencers.

Nunca ha existido mayor unanimidad para escribir sobre un acontecimiento, como si no hubiera pasado nada, habiendo pasado tanto.

El conocido presentador que se dedica hoy a la promoción de juguetes sexuales desvela el motivo de la permanente alegría con la que se manifiesta en sus apariciones públicas.

El secreto no es otro que el estimulador prostático que lleva. ¡Qué obsesión sexual la tuya, muchacho!

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