En el adiós a mi hermano Xim
Hoy necesito hablar de mi hermano, Joaquín Merino Ramonell, que nos ha dejado esta semana. Estudió Medicina en la Autónoma de Barcelona y se dedicó toda su vida a la medicina de familia. En su caso, la vocación estuvo por encima de cualquier otra consideración. Le recuerdo al acabar el primer trimestre del segundo curso de carrera, en diciembre de 1972. A finales de aquel mes, en plenas fiestas navideñas, ocurrió el terremoto de Nicaragua.
El seísmo destruyó la casi totalidad del centro de Managua, causando miles de muertos. Las autoridades decidieron evacuar la mayor cantidad de niños posible y la España de Franco, una España solidaria como siempre ha sido, independientemente del régimen político, fue uno de los principales países receptores. Uno de aquellos niños fue alojado por mis padres en casa donde permaneció unos meses. He olvidado su nombre, pero no su cara. Tenía los labios muy agrietados. Mi hermano Xim, cogió una cuchilla. Con paciencia y un tacto delicado, fue podando la piel muerta. Me impresionó la manera de implicarse, completamente concentrado, claro indicio de lo que iba a ser su carrera profesional: no escatimar esfuerzo alguno en favor del paciente.
Tanto fue así, que en el ejercicio profesional algunas compañías de seguros decidieron borrarle del cuadro facultativo al no compensar el coste de sus analíticas que buscaban un diagnóstico lo más acertado posible. Tampoco le fue mejor en la sanidad pública, probablemente por su carácter indomable heredado de nuestro padre. Su primer trabajo acabada la carrera fue con el doctor José María García Ruiz, fundador de Ambulancias Insulares. Recibió el encargo de acudir a París a finales de los años 70, para montar la primera ambulancia medicalizada de Mallorca y probablemente de España.
Aquella experiencia le llevó a sacar el título de emergencista, homologado por la Unión Europea, y ser de los primeros en poner en marcha el 061 tal y como hoy lo conocemos. De nuevo, la sanidad pública acabó arrinconándole sin piedad alguna, probablemente por su carácter indomable y porque había mucha mediocridad en su entorno. El puto funcionariado arribista. Hasta la Administración autonómica le persiguió por los rótulos en su consulta hasta el punto de obligarle a retirarlos. Su vida profesional fue un vía crucis.
En aquellos años todo estaba por hacer. Incluso a veces por investigar y mi hermano Xim también fue un pionero –no reconocido- en la aplicación de la Dhea con fines medicinales. Doy fe de ello: me reconstruyó la ceja, que se había partido por la mitad en un atraco: me dio ocho puntos de sutura y me aplicó crema de Dhea. Hoy no queda huella alguna de aquel estropicio.
Entonces la Dhea era legal en España aunque los laboratorios tratándose de una fórmula magistral, que resolvía múltiples problemas, y de la que no se podían beneficiar, andaban con la mosca detrás de la oreja. Una mañana en su consulta –doy fe de ello-, se presentó un director médico de laboratorio interesándose por sus investigaciones. Recuerdo cómo tomaba notas de una manera compulsiva. Mi hermano le explicaba el procedimiento al detalle y aquel médico sin dejar de anotar. Al poco, se prohibió en España el uso de la Dhea, mientras seguía siendo legal en el resto de Europa.
Lo que me lleva a concluir que mi hermano Xim era un médico atípico y sí puedo dar testimonio de la fidelidad de sus pacientes, que en algunos casos venían con regularidad de diferentes puntos de Europa, porque creían en él, mientras su reputación, aquí, era falsariamente ninguneada. Ni siquiera el Colegio de Médicos le apoyó, ofreciéndole solamente mantener colegiación con carácter honorífico cuando enfermó hace diez años.
Ha sido una década de incontables sufrimientos padecidos en soledad y por completo obligado a soportarlos sin ver reconocido el trabajo de toda una vida. Le mantuvo fuerte el apoyo y cariño incondicional de su mujer, Tona, y de sus hijos David y Quimet. Pero no tuvo fuerzas, para ordenar toda esa copiosa información acumulada durante años y que ahora se perderá.
Era tal su dedicación al paciente, que no reparaba en si pagaba o dejaba de hacerlo. No le sacó rentabilidad a su consulta jamás, sencillamente por su amor a la profesión. Por su dedicación al alivio de sus pacientes, antes de pensar en la minuta. Algunos se aprovecharon, es cierto, pero muchos eran los que sabían que confiar en él era una garantía de calidad de vida.
En este sentido quiero hacer extensivo mi agradecimiento a quienes saben ejercer la medicina con igual dedicación, que sin lugar a dudas los hay.
Lo cierto es que mi hermano Xim no supo hacer amigos, porque no le pasó por la mente venderse a normas a la usanza. Fue libre y mucho ha sufrido para irse. Pero nos queda el recuerdo de un gran galeno a quienes tuvimos el privilegio de ser tratados por él. A mí me salvó la vida y a mi hijo Dylan también mientras su pediatra hablaba de gripe intestinal, cuando padecía en realidad de vientre quirúrgico causado por una peritonitis.
Al menos, pudimos reunirnos con él en la clínica los cuatro hermanos, dos de ellos residentes en Madrid. Nos reconoció; dejó constancia de un sentido del humor privilegiado, y acto seguido guardó silencio mientras le veíamos sufrir lo que no estaba escrito, hasta que decidió decirnos adiós durante la madrugada de la Mare de Déu dels Àngels. Descansa en paz, hermano.