¡Aterriza como puedas, pero aterriza!

El pasado 3 de agosto, que era domingo, el avión de Iberia vuelo 579 Madrid-París colisionaba sobre el aeropuerto de Barajas con un ave de grandes dimensiones, afectando gravemente al morro del Airbus y a uno de los motores, lo que obligó al comandante a poner en práctica eso de ¡aterriza como puedas, pero aterriza!
Y ¿recuerdan la película que se titulaba en español Aterriza como puedas, dirigida por Jim Abrahams e interpretada por Leslie Nielsen, Julie Hagerty y Peter Graves, entre otros, con banda sonora de Berstein? En pleno vuelo Los Ángeles-Chicago, los pilotos, indispuestos por haber tomado una comida en mal estado, se vieron obligados a ceder el mando del aparato a un ex piloto que se encontraba entre los pasajeros, a quien le pidieron: «¡Aterriza como puedas, pero aterriza!».
Exactamente estas palabras fueron las que le dijo el Rey Juan Carlos al comandante de Iberia Laseca, uno de los pilotos más veteranos e importantes de la compañía, que se encargaba entonces de los viajes reales al extranjero. Era una de esas órdenes que, por desgracia, algunos conocemos muy bien. Podemos calificarlas, en este caso, de capricho real. Este capricho no era otro que aterrizar en el aeropuerto de Yeda, la capital diplomática y el puerto más importante en el mar Rojo de Arabia Saudita, después de un maratoniano y cansado viaje de ¡32.200 kilómetros! por África y Asia: diez días de aterrizajes y despegues sin que tuviéramos tiempo de recuperarnos, para satisfacer un capricho.
El capricho del Rey Juan Carlos
Aquel larguísimo periplo pondría de manifiesto el carácter caprichoso de don Juan Carlos. El príncipe Fawez, hermano del fallecido rey Faisal de Arabia Saudita y gobernador de la provincia de La Meca, había hecho saber a don Juan Carlos que tendría mucho interés en recibirle y agasajarle a su regreso a España.
Cuando nos dirigíamos a tal encuentro fuera del viaje oficial, una tempestad de arena de mucha altura y decenas de kilómetros de extensión obligó a realizar un aterrizaje de emergencia en Riad, la capital del reino saudí, que ya habíamos visitado oficialmente once días antes. En este aeropuerto se decidió esperar hasta que el parte meteorológico indicara que el avión de Iberia podía tomar tierra en Yeda, afectada por una tempestad todavía más violenta en aquellos momentos.
Y pasó una hora… y pasaron dos y seguíamos esperando. Don Juan Carlos no estaba dispuesto a renunciar a la invitación del príncipe Fawez. Cuando nos aproximábamos a la tercera hora de espera, como las noticias sobre la evolución de la tempestad de arena eran cada vez más pesimistas, tras consultar con el comandante Laseca se decidió cancelar la escala de Yeda y regresar en vuelto directo a Madrid con gran disgusto para el Rey, a quien el príncipe Fawez esperaba en el aeropuerto para recibirle, agasajarle y pasearle por el mar Rojo en el yate real.
Para un vuelo tan largo, desde Riad hasta Madrid (4.933 kilómetros), sin escalas, fue necesario llenar a tope los depósitos de combustible, con 15.000 litros. Felices y contentos emprendimos, ¡por fin!, el regreso a España.
¡Aterrice!
Sin embargo, al sobrevolar la vertical de Yeda, se pudo comprobar que la tormenta de arena se había desplazado y el aeropuerto de la ciudad estaba despejado.
– ¡Aterrice!, le ordenó don Juan Carlos al comandante.
– Imposible, señor. Con los depósitos a tope como los llevamos, no puedo. Supone un gran peligro.
Fue en ese momento cuando don Juan Carlos, molesto ante la negativa del piloto Laseca a obedecerle sin chistar, se dejó llevar por la cólera real y pronunció las terribles palabras con las que se titula la columna: «¡Aterriza como puedas, pero aterriza!».
El comandante le explicó que, para poder hacerlo, tenía que arrojar parte del combustible almacenado en los depósitos. Pero el gran jefe, indignado por la negativa del piloto a obedecerle sin rechistar, le gritó: «Haz lo que tengas que hacer, pero… ¡aterriza!».
El piloto acató disciplinadamente la orden. Y, con voz contrariada y cabreada, nos informó por la megafonía del avión: «Señores pasajeros, vamos a tomar tierra en el aeropuerto de Yeda. Para ello es necesario desprendernos de la mitad del combustible. Observen por las ventanillas el espectáculo que supone tirar al aire miles y miles de litros de queroseno. ¡Que Dios nos proteja!».
Luego nos explicaría que aquella operación de desprenderse del combustible en pleno vuelo podría haber provocado un incendio. Y nos puso un ejemplo: los aviones que se ven obligados a regresar al aeropuerto debido a una emergencia consumen, siempre y cuando les sea posible, el combustible que les sobra para poder realizar un aterrizaje normal.
Anochecía cuando el avión real tomaba tierra, lógicamente sin dificultades, en el aeropuerto, donde le esperaba el principesco anfitrión que había prometido agasajarle con aquel paseo en su yate real por el mar Rojo. Con él desapareció dejándonos, a prensa y tripulación, allí tirados durante veinticuatro horas cuando apareció feliz y contento.
A diferencia del resto de los mortales, los integrantes de la realeza hacen lo que quieren. Para ellos no hay filtros ni prohibiciones. ¿Verdad, gandul? ¡Verdad, Señor!».
Chsss…
Mientras España arde por los cuatro costados, el presidente del Gobierno, con una total falta de sensibilidad, disfruta de sus vacaciones.
Esto me recordó cuando el canciller alemán Gerhard Schröder suspendió sus vacaciones, en agosto de 2002, ante unas inundaciones. Y Rajoy, en agosto de 2017, para acudir a Barcelona tras el ataque yihadista que dejó 16 víctimas mortales.
Los presidentes de las comunidades más afectadas han interrumpido sus vacaciones estivales. Entre ellos, la presidenta de la Comunidad de Madrid ,que no solamente ha visitado los escenarios de la tragedia sino que ha ofrecido su ayuda inmediata a aquellos ganaderos que han perdido sus rebaños.
¿Cuándo se va a dejar de escribir eso de «persona humana», como ha hecho incluso el arzobispo de Tarragona, en vez de «seres humanos»? Porque personas, más o menos humanas, somos todos. Cierto es que algunas inhumanas… las hay.
El altísimo coste de las vacaciones de Isabel Preysler, su hija, la inefable Tamara, y el yerno, Íñigo Onieva, les ha salido gratis ya que el exclusivo, lujosísimo y costoso Four Seasons Resort de Maldivas los ha invitado a cambio de publicitarlas en sus redes sociales. Esta semana ya han empezado a pagarlas con el reportaje de la revista del saludo más amable: cinco páginas, diez fotos y una llamada con su imagen en portada, amén de otras publicaciones.
¡Qué irresponsabilidad la del Cabildo de Córdoba o a quien corresponda la negligencia de convertir en almacén una de las capillas de La Mezquita en la que se guardaban incluso objetos eléctricos de limpieza que causaron el incendio! La Unesco ya abordó, la pasada primavera, el tema con las autoridades eclesiásticas.
¡Qué falta de sensibilidad la de Canal Sur al no interrumpir la emisión de la corrida de toros para informar sobre el incendio de La Mezquita a las 21 horas! Los telespectadores de esta televisión no tuvieron noticias hasta las 22.30 con una breve nota. Y no fue hasta las 23.40 cuando informó en directo, demostrando «la negligente cobertura», según UGT.
El grave accidente de su amigo Jaime Anglada, que le ha tenido entre la vida y la muerte, ha entristecido las vacaciones mallorquinas de Felipe VI.
La superviviente y una de las protagonistas de Hiroshima cuando se encontró frente al copiloto que lanzó la bomba atómica: «Me limité a mirarlo fijamente para que supiera que era una persona despreciable».
Al cierre de la edición de esta columna, nos llega la noticia de que el Rey Felipe VI ha interrumpido sus vacaciones, que estaba disfrutando en Grecia, para volver urgentemente a España y seguir desde La Zarzuela la evolución de los incendios que están asolando España.