Apuntes Incorrectos

20 años del 11-S: la amenaza de la izquierda y del islam

opinion-miguel-angel-belloso-interior (25)

A principios de los ochenta del siglo pasado yo cursaba Periodismo en la Universidad de Navarra. A pesar de que es del Opus Dei, la mayoría de mis compañeros era de izquierdas y muchos de ellos ‘aberchales’. Eran los tiempos de la Guerra Fría, que estaba en su máximo apogeo. En aquella época, la opinión dominante es que la Unión Soviética ganaría de calle la contienda con los Estados Unidos y la civilización occidental no sólo porque tenía el poder militar preciso sino porque la superioridad moral del comunismo estaba fuera de duda. Así lo decían algunos intelectuales progresistas españoles nocivos como Caballero Bonald o los artistas que tan bien vivieron con Franco como Antonio Gades. Entonces apenas se hablaba de los cien millones de muertos causados por esta ideología criminal y se desconocía por completo el estado de precariedad, de hambruna y de malestar que dominaba en  la parte este del Telón de Acero.

Yo y algunos compañeros de mi cuerda estábamos en minoría en la clase, en la que se discutía abiertamente sobre la situación política mundial. Era entonces presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan, del que se reían por haber hecho películas del Oeste, aunque venía de estar al cargo del poderoso sindicato de actores americanos y había sido ni más ni menos que gobernador de California, el estado más poblado del país. Reagan decidió hacer frente con determinación al imperio soviético y para ello instaló misiles en el centro de Europa y después se embarcó en la famosa guerra de las Galaxias, que suponía multiplicar exponencialmente la inversión en armamento para disuadir y eventualmente combatir a los soviéticos

Esta jugada no fue producto de la intuición ni del capricho sino de la información. Reagan conocía de primera mano el deterioro alarmante de la economía comunista, sabía que no aguantaría un órdago de estas características y también que acabaría por claudicar. Y así sucedió. Para ello contó con algunos aliados excepcionales como la primera ministra británica Margaret Thatcher, una anticomunista visceral que ya se había enfrentado victoriosamente a la izquierda en su país, y la providencial presencia del Papa polaco Wojtyla en el Vaticano. Estos tres ejes, su determinación, basada en una convicción moral granítica sobre la necesidad de defender la libertad por encima de todo, fueron los que terminaron por derribar el Muro de Berlín y por desintegrar por completo a una velocidad de vértigo el imperio soviético.

La caída del Telón de Acero fue un acontecimiento pavoroso para la izquierda universal. Cuando todo el mundo pudo descubrir el estado de devastación en la que navegaban aquellos países satélites y comprobar la perentoriedad que asolaba a la URSS aquello fue lo más parecido a una descarga en una silla eléctrica. Pero no crean que la izquierda planetaria reconoció los hechos, pidió humildemente perdón por todos los daños infligidos a la humanidad y se abrazó a la penitencia. Sintió el arrebato connatural al totalitarismo, que es el de sobrevivir a cualquier precio, bajo cualquier circunstancia. Así comenzó a promover otras causas que le devolvieran el protagonismo perdido. Estas fueron, y siguen siendo, el feminismo exacerbado, el ecologismo radical, la lucha por las identidades de género, la corrupción del sistema educativo al efecto de domesticar las conciencias, el reforzamiento de su hegemonía cultural, el activismo y la agitación en la calle, el fomento del asociacionismo con intereses crematísticos y fines espurios, la promoción del igualitarismo, la represión de la excelencia y, en caso de estar en el poder, la generalización de la subvención a los adictos presentes y eventuales.

Por eso, aunque los liberales tuvimos la impresión de que con la caída del Muro de Berlín en 1989 habíamos ganado definitivamente la guerra lo cierto es que nos equivocamos por completo. La izquierda tenaz e inasequible a la pereza nunca la dio por perdida y ha seguido dando la batalla, al punto que ahora nos ganan. Por la sencilla razón de que ya no están Reagan, ni Thatcher, ni San Juan Pablo II, y porque los que los han sucedido después son gente menor sin fibra moral comparable ni convicciones igual de plausibles. También porque mientras nosotros estuvimos demasiado tiempo celebrando el aparente triunfo ellos han trabajado a destajo y ocupado las posiciones oportunas para seguir disputando favorablemente la contienda.

El pasado viernes 11 de septiembre se cumplieron veinte años del atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, la mayor demostración de terrorismo a gran escala jamás vista en la historia. Hasta entonces, Occidente había menospreciado la amenaza que le acechaba, que no era sólo el comunismo reconvertido en supuestas causas humanitarias, sino el islamismo, que es incompatible con la libertad, que tiene un afán primigenio de dominación y una cultura diferente a la cristiana -en la que la mentira forma parte del comportamiento natural de la gente- y en la que el reloj no existe. Existe el tiempo.

Es decir, es una civilización que tiene una fe bastante más sólida que la nuestra, una determinación incomparablemente mayor y una paciencia infinita para reemprender la conquista aprovechando nuestras estúpidas reglas que dan acogida indiscriminada a personas ajenas a nuestra cultura, que no respetan nuestras normas de urbanidad, que actúan aquí con la misma prosopopeya que esgrimen en desiertos y jaimas y que además viven a nuestra costa, aprovechándose mucho más que los nativos de nuestro sistema de bienestar. Es decir, que están decididos a reconquistarnos por segunda vez gracias a nuestra liberalidad, nuestro dinero y en muchos casos nuestra complicidad.

Cuando se produjeron los ataques del 11-s hubo un diario español, en concreto el diario El País, que publicó el siguiente titular: “El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush”. Al parecer de este periódico, representante genuino de la progresía, la humanidad no estaba -y sobre todo, no debía estar- conmocionada ni estremecida por la mayor masacre de civiles de la historia causada por una religión que promueve al odio al cristiano e insta al genocidio del diferente, del infiel a Alá, sino que aguardaba en ascuas la respuesta de los que habían sido atacados, que fuimos todos nosotros.

El ex presidente Aznar sostiene con razón que el periodo de paz que surgió después de la derrota del comunismo y del fin de la Guerra Fría acabó con ese atentado. Se hicieron muchas cosas desde entonces, se ocupó Irak, se acabó con el sátrapa Hussein y se invadió antes Afganistán, donde se han conseguido hasta la fecha enormes avances en términos de derechos civiles y de convivencia entre hombres y mujeres, se han recompuesto las infraestructuras y mejorado la educación. Todos estos avances han contado casi siempre con la indiferencia de la izquierda universal, cuando no con su rechazo.

Por eso la retirada apresurada, calamitosa e infame de Afganistán es una debacle en toda regla. Veinte años después, tras la humillante deserción de Biden, nuestro sistema de libertades y nuestra democracia, que seguía defendiendo hasta la fecha Estados Unidos -porque es la única potencia global que todavía existe y la que ha asumido desde tiempo inmemorial la expansión de nuestro modo de vida- está en peligro, con actores de calibre como Rusia o China interesados en aprovechar la enorme ventana de oportunidad para destruir el poder hegemónico que hasta ahora ha dominado favorablemente el mundo. Entregar un país después de veinte años a un grupo terrorista ha sido la decisión más grave y peligrosa en décadas. Dice Aznar con acierto: “hay una visión del radicalismo islámico, religioso, organizada en torno a la aplicación de la sharía que es incompatible con las sociedades abiertas”. Yo creo que esto nos llevará a problemas muy serios y sin duda a próximos atentados terroristas en Occidente, porque ellos tienen un objetivo claro y una fe ciega en el mismo: destruirnos. El experto en terrorismo global Fernando Reinares afirma que el yihadismo global está más fuerte que nunca. Su conclusión es que inevitablemente habrá más atentados terroristas en Occidente.

Hace no mucho tiempo, según también ha recordado Aznar en una gran entrevista que le hizo Abc el pasado viernes, Putin dijo que hay que acabar con esas intervenciones irresponsables que buscan imponer la democracia en otros países según modelos ajenos. Lo peor, sin embargo, es que la canciller alemana Merkel hizo suyo tal pensamiento, y que el Papa Francisco lo acaba de asegurar hace unos días con motivo de la retirada de Afganistán. Pero la pregunta relevante es qué hubiese pasado en Alemania, Japón o Corea del Sur si no se hubiese intervenido. El gran Tony Blair ha afirmado: nos costó casi 40 años derribar el Muro de Berlín y derrotar (aparentemente) al comunismo. ¡Por qué no empleamos el mismo tiempo o más en derrotar al islamismo, que viene a por nosotros! Mi opinión es que valdría la pena. Mi sensación es que hay pocos dispuestos a librar esta guerra noble en la que cada vez parece más claro que la izquierda deletérea y el islamismo criminal no están demasiado lejos de la complicidad manifiesta.

Lo último en Opinión

Últimas noticias