Barnier cae por intentar imponer un Presupuesto con recortes y más impuestos sin contar con la Asamblea
Le Pen ha aceptado apoyar la moción de su némesis de la extrema izquierda contra el gobierno francés aunque en ella se incluyan disparates
Ha caído el gobierno francés, tras salir adelante la moción de censura presentada por la extrema izquierda parlamentaria y apoyada por la extrema derecha de Marine Le Pen contra el primer ministro, el centrista Michel Barnier, una iniciativa que el presidente, Emmanuel Macron, ha calificado de «cinismo insoportable». Es la primera vez que sucede algo así desde que existe la Quinta República.
No le falta algo de razón al pequeño Napoleón, porque de los tres grandes grupos que constituyen la Asamblea, el Frente Popular y la Reagrupación Nacional solo tienen en común un objetivo: acabar con Macron, ni siquiera, realmente, con Barnier. Los primeros son un verdadero cajón de sastre de la izquierda radical, una especie de Podemos con más Mareas aún, incluyendo verdes muy verdes e islamistas. Los segundos, el partido de Marine Le Pen, es el eterno aspirante, los soberanistas que tienen más apoyo popular que cualquier otro grupo pero cuya victoria siempre queda frustrada por la unión de todos los demás.
De hecho, los propios protagonistas reconocen esta evidencia. Los de Le Pen han aceptado apoyar la moción de su némesis de la extrema izquierda aunque en ella se incluyan disparates como la queja de que el gobierno de Barnier «está obsesionado por la inmigración», porque lo que apoyan no es el texto, sino el resultado. Lo reconocía estos días el diputado lepenista Jean-Philippe Tanguy en Le Monde: «No estamos votando un texto, estamos votando una moción de censura al Gobierno. El texto, que no es esencial, es un recurso, un adorno para explicar una posición, nada más».
La excusa de esta iniciativa es eso, una excusa. El pasado 2 de diciembre, Barnier desencadenó su propia caída, como en una tragedia griega, al tirar del artículo 49.3 de la Constitución para imponer el presupuesto sin que hubiera una mayoría de diputados a favor de su plan, que puede resumirse en más recortes y más impuestos. Un trágala en toda regla para hacer pasar el presupuesto sin contar con la Asamblea.
Barnier es un tecnócrata, aunque nominalmente pertenece a Los Republicanos, algo parecido al PP español. Macron lo nombró para evitar elegir a un radical del Frente Popular, la coalición con más escaños, o un soberanista de Reagrupación Nacional -¡Lagarto, lagarto!-, el partido más votado.
Esas elecciones, con las que Macron esperaba salir del atolladero en que llevaba algún tiempo metido, fue un remedio mil veces peor que la enfermedad, dividiendo Francia en tres partes irreconciliables y de peso similar: los radicales de Melenchon, los soberanistas de Le Pen y el resto, resguardados bajo el paraguas del macronismo. Una asamblea así resultaba a todas luces ingobernable, y ha pasado lo que tenía que pasar: el gobierno más breve de la Quinta República.
Tras las legislativas del infierno, Macron dejó claro que no pensaba dimitir, y ahora ha vuelto a decir lo mismo. Buscará otro gris tecnócrata del mismo corte que Barnier, grato a Bruselas y a las finanzas internacionales, y a seguir dando patadas a la lata.
Pero hay un problema: lo de las mociones de censura es como lo de rascarse, que uno empieza y no termina. Los dos extremos seguirán tirándole abajo, uno tras otro, a todos los gabinetes que proponga, porque el objetivo es Macron.
Barnier ya ha advertido, como es costumbre en los mandatarios, que después de él, el diluvio. Que derribar el gobierno llevaría al caos financiero como consecuencia de la incertidumbre política. En cualquier caso, el gobierno se mantendría como interino por tiempo indefinido, mientras Macron le busca sustituto, como ya sucediera con el anterior.
Los mercados no han reaccionado a la tremenda por ahora, y en cualquier caso la deuda francesa está ya por las nubes desde hace tiempo. Antoine Armand, ministro de Finanzas, advierte que con un gobierno interino, Francia tendría que aprobar medidas fiscales de emergencia, aumento de impuestos y bloqueos al gasto público. Nada tan melodramático como esos cierres del gobierno al que nos han acostumbrado los estadounidenses, pero sin poder adoptar medidas significativas.