La peste: la plaga que destrozó Atenas en el 430 a.C.
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En plena Guerra del Peloponeso, alrededor del año 430 a.C., Atenas se encontraba batallando contra Esparta la hegemonía de Grecia. La capital griega dominaba los mares, llegando hasta Egipto y las islas del Egeo, pero el control por tierra era de su enemigo.
Lo que no pensaron los comandantes ni los máximos responsables de la ciudad es que, precisamente de ese control en los mares, llegaría a la capital una enfermedad que asolaría la ciudad, sus ejércitos y la flota: la peste.
Sin saber cómo, los médicos de Atenas empezaron a reportar casos de una extraña enfermedad que se extendió por la ciudad de inmediato y rápidamente. Los primeros afectados fueron marineros y descargadores del muelle, que culpaban a los espartanos de un posible envenenamiento.
Poco después, viejos y jóvenes comenzaron a enfermar con los mismos síntomas y fueron los templos de la ciudad, donde la población imploraba a los dioses, lo que ayudó para que la peste corriera como la espuma por la ciudad de Atenas.
Fue el historiador de la época, Tucídides quien, víctima de la plaga, aportó el testimonio más certero sobre lo sucedido en Atenas en ese tiempo: «los médicos fueron los primeros en desaparecer, ignorante como eran de la manera apropiada de tratarla».
Una ciudad desatendida
Sin médicos en la ciudad, Atenas se convirtió en una ciudad sitiada no por la guerra, sino por la peste. La fiebre, irritación en el cuello y la lengua, eran los primeros síntomas que hacían presagiar lo peor al enfermo. Después, vómitos, arcadas, y por último, úlceras de todo tipo que, junto con una sed insaciable, postraban a los pacientes en la cama sin poder prácticamente moverse.
Las crónicas y los historiadores posteriores identificaron esta enfermedad de Atenas como la Peste Bubónica, pero posteriormente muchos expertos la han asociado más a un brote de viruela o de tifus, ya que los síntomas son más comunes a este tipo de dolencias.
No se tienen registros reales de lo que supuso esta epidemia para la ciudad de Atenas. Los muertos se amontonaban en las calles y algunos quemaban a sus familiares en hogueras propias instaladas en las propias casas.
Como si se tratase de una última hora designada por los dioses a la propia ciudad, el descontrol reinó en las calles de Atenas. Según Tucídides, los hombres aprovechaban para hacer todo aquello que no hacían antes, a plena luz del día, sin esperanza para sobrevivir y a la espera de que la enfermedad se los llevara.
Se calcula que entre 70.000 y 100.000 personas murieron en Atenas a causa de la peste durante las dos oleadas que se vivieron entre el 430 y el 427 a.C.
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