Sánchez da una rueda de prensa melodramática con ojos llorosos pero sin una sola solución a la crisis
Pedro Sánchez tiene el genio de revestir de solemnidad los actos intrascendentes. Lo confirmó este sábado, en una rueda de prensa convocada por sorpresa. En pleno avance imparable de la pandemia, con 324 muertos más en un sólo día, el presidente socialista se envolvió en un perfil melodramático para no anunciar absolutamente nada. Para no decir absolutamente nada. O sí. Siguiendo la tónica, Sánchez buscó la autojustificación, aprovechándose del prime time, para sacudirse de las críticas.
Su aparición podría ser entendida como un balance de la semana transcurrida desde que se decretó el estado de alarma. Pero con las cifras de contagiados y de muertos en crecimiento exponencial, y cuando todo el mundo asume que la próxima semana será trágica, las palabras de resumen tienen poco o ningún sentido. Sánchez, lejos de tranquilizar en su mensaje, de tono institucional, dibujó un panorama aún más desalentador que el que ya circula por el imaginario colectivo. Habló de «catástrofe», recuperó el recuerdo de la Guerra Civil y se dedicó a preparar a la ciudadanía para lo que está por llegar. «El impacto de la ola más dura y dañina del virus».
Con los ojos llorosos, y el rictus inmutable, Sánchez navegó en su discurso por varias fases ensayadas. De la alarma inicial pasó al conformismo. Ni ápice de autocrítica. Falló la OMS, fallaron sus expertos, fallaron todos porque, en resumen, nadie podría prevenir esta crisis. Después, abordó largo y tendido las medidas de su Gobierno para tratar de contenerla, «las más duras y estrictas del mundo», dijo, obviando el confinamiento total chino que ahora le reclaman desde el mundo científico.
La comparecencia, a modo de mitin, duró una hora, entre su inicial declaración y una rueda de prensa con preguntas convenientemente seleccionadas por su gabinete. Lo que viene siendo la tónica habitual en estas semanas de crisis.
«Lamentablemente, los casos diagnosticados y los fallecidos van a aumentar en los próximos días. Estamos en un momento crítico y van a llegar días muy duros», perseveró Sánchez, incapaz también de responder a la gran pregunta: cuándo llegará el ‘pico’ de la pandemia.
El socialista aprovechó además el tono dramático para silenciar a la oposición, que le critica por su inacción. Reclamó «unidad» y aseguró que desde su Gobierno no saldrán ataques a los rivales.
«Nadie de mi Gobierno va a polemizar con ninguna administración ni con ningún partido político, porque el único enemigo de todos es el virus», aseveró. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no tardó en responder a su «mitin televisivo» criticando que señalase a la región como «apestada». «No ha dicho ni propuesto absolutamente nada que no se esté haciendo en Madrid», abroncó la dirigente madrileña.
En otros momentos, el discurso de Sánchez transitó hacia el desconcierto: se jactó de la reducción del consumo de combustibles y del incremento del tráfico de Internet. En otros, incluso abroncó a los ciudadanos que se creen los bulos que circulan por las redes. En otros, buscó lugares comunes y frases rimbombantes, del tipo «se dice que somos el tiempo que respiramos» o «lo que nos mantiene en casa no es el miedo, es el coraje». Citas que bien encajan en cualquier circunstancia.
Y todo ello, para volver al mismo punto. Lo peor está por llegar. «Va a llegar la ola». Y la responsabilidad, ahora, es de los ciudadanos. Porque «si nos quedamos en casa conseguiremos que muchas personas a las que queremos sigan respirando».