Quemar fotos de los Reyes no puede ser libertad de expresión
Cada día es más difícil entender algunas sentencias que dictan los organismos judiciales del más alto nivel y a los que se les supone, o se les debe suponer, la claridad de juicio, la ecuanimidad y la capacidad de emitir sus dictámenes dentro de la más absoluta equidad. Esta reflexión viene a cuento del reciente fallo del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, el cual contradice a los magistrados españoles que condenaron a dos personas que no se contentaron solo con poner bocabajo un cartel con las fotos de los entonces Reyes Juan Carlos y Sofía sino que, para público escarnio, las quemaron y patearon las cenizas de lo que iba quedando de la imagen del jefe del Estado y su cónyuge. Y todo, como no, en nombre de la sacrosanta libertad de expresión.
¿De expresión? ¿O es lisa y llanamente, libertad de afrenta, agravio y ultraje a un símbolo de la nación española que representaba a la primera autoridad del país? Últimamente parece que los términos que definen uno de los derechos fundamentales de los ciudadanos españoles están un poco confusos y en nombre de ese principio, cuyo respeto y cumplimiento es básico en cualquier país que se considere democrático, se cometen algunas tropelías. No puede ser que unos cuantos se permitan el desahogo y el capricho de agraviar y no respetar los símbolos de la nación española como la bandera constitucional o las imágenes de las primeras autoridades del país, se les castigue por ello y al final, 11 años después, se determine que ellos actuaban bajo el paraguas de la libertad de expresión.
Es de suponer que dentro de nada, y si se recurre hábilmente por los interesados, la acción de pitar el himno nacional y proferir insultos al Rey en los actos públicos, eventos deportivos principalmente hasta ahora, sin olvidar manifestaciones como la de Barcelona tras los atentados, no habrá quien lo denuncie porque siempre habrá algún tribunal que lo declare un signo de la libertad de expresión. Creo, firmemente, que la libertad para expresar discrepancias no puede ser confundida con las afrentas, los insultos y las descalificaciones contra los símbolos nacionales. Como todo derecho, fundamental o no, el límite debe estar en respetar a los que no piensan como tú y en no traspasar la raya de la violencia física o verbal contra el prójimo.
Pero en España seguimos actuando aún con los complejos que nos quedaron después de superar la dictadura franquista y pensamos que ofender al Rey, acusándole de responsabilidad en la venta de armas a los países árabes, quemar fotos suyas por radicales llenos de rabia y rencor hacia todo, reducir a cenizas banderas legales y pitar el himno nacional es una muestra del pleno ejercicio de la libertad de expresión. Pues no es así. No puede serlo de manera alguna. Convertir tropelías en ejercicio de libertad es simple y llanamente una perversión.