Entrevista

La hija de un asesinado por ETA: «Cada etarra que sale de la cárcel es un golpe a las víctimas»

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Pelayo Barro

La vida del teniente coronel Pedro Antonio Blanco se apagó el viernes 21 de enero del 2000 cuando pasaban ocho minutos de las ocho de la mañana. Tenía 47 años, estaba casado y era padre de dos menores. Un comando de ETA accionó en ese momento el detonador adosado a los 20 kilogramos de dinamita que habían escondido en un Renault Clio rojo, aparcado discretamente la noche anterior frente a un complejo de viviendas militares de la calle Pizarra (Madrid). La deflagración lanzó su cuerpo a más de una decena de metros. Murió al instante. Otro de los objetivos de ese atentado, un general del Ejército de Tierra, salvó la vida gracias a un atasco.

Entre los terroristas del ‘Comando Madrid’ que ejecutaron aquel brutal asesinato, que puso fin a la tregua trampa de 1998, estaba Iván Apaolaza. La pasada semana fue acercado por el Ministerio del Interior de la cárcel de Granada a la de Logroño. Es el octavo etarra con delitos de sangre al que el Gobierno de Pedro Sánchez le aplica el fin de la política de dispersión. Sólo ha cumplido 12 años de los 123 a los que fue condenado en 2015.

Almudena Blanco, la hija del teniente coronel Blanco, tenía 16 años aquel 21 de enero. Ni a ella ni a su familia les consta que el asesino de su padre se haya arrepentido o haya pedido perdón alguno, requisito indispensable para el acercamiento.

PREGUNTA: ¿Cómo encaja vuestra familia la noticia de este acercamiento?

RESPUESTA: A mí me dio muchísima rabia. Más que tristeza, me enfadé muchísimo. Me dolió. Cuando me lo dijo nuestra abogada yo lo pasé fatal. Nunca pensé que iba a sufrirlo así. Un sentimiento de injusticia tremendo. De incredulidad. Como si nos hubiera vuelto a tocar vivir aquello.

P: ¿Apaolaza ha enviado en estos años alguna muestra de arrepentimiento o perdón?

R: Para nada. Yo personalmente no lo quiero ni oír. No lo quiero tener cerca. Ni un mensaje, ni una carta… Principalmente porque no me lo creo. El arrepentimiento es algo personal y del interior de la persona. Un terrorista hace un paripé, un papel, para conseguir un beneficio. En este caso es un acercamiento a su casa. Por mucho que a mí me llegara una carta de esa persona, no sé si la leería. Quizás por curiosidad. Me sonaría a discurso vacío. No nos ha llegado de él nada y esperamos que no llegue.

P: Para poder acogerse al acercamiento, los etarras deben rellenar un formulario para confirmar su arrepentimiento. ¿Para pedir perdón es suficiente un papel?

 R: Suena a chiste. Yo no lo sabía, me enteré el otro día. Me lo explicó mi madre. Es una broma. Apto o no apto, como el examen de conducir. Es un insulto a las víctimas y hacia la sociedad. Es un paripé, un papel donde marcas una casilla. Eso no es arrepentimiento, es puro teatro. No vale para nada.

P: ¿Se ha puesto el Ministerio del Interior en contacto con ustedes para informarles del acercamiento?

 R: A mi madre la llamó la directora de la Oficina de Ayuda a las Víctimas del Terrorismo y le explicó lo que había. Que la política penitenciaria es así. Nosotros siempre estamos enterados de si hay algún cambio de régimen penitenciario de los miembros del comando que asesinó a mi padre. Para ella es un papelón, llamar a alguien y decirle «oye mira, como la política penitenciaria dice esto, pues os ha tocado». Nosotros agradecemos personalmente que nos haya llamado. En frío siempre suena feo y mal. Y duele. No lo aceptas, pero lo asimilas.

P: ¿Qué le parece que durante el mandato de Sánchez cerca de 80 etarras hayan visto mejoradas sus condiciones carcelarias?

R: Cuando yo oigo una noticia de un acercamiento, me acuerdo de cuando secuestraron y asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Yo era muy joven, tenía apenas 13 años. Pero recuerdo que la exigencia de ETA era que acercaran presos a las cárceles. Sé que el Gobierno de Aznar entonces, la familia de Miguel Ángel -lo sé de buena tinta- se negó. No se puede ceder al chantaje. Parece que no ha servido para nada el asesinato de Miguel Ángel, ni el de mi padre ni el de tantos otros. Ahora los terroristas tienen unos beneficios penitenciarios que no los va a tener cualquier otro asesino. ¿La sociedad española aceptaría que el asesino de Diana Quer tuviese algún beneficio penitenciario? No, ninguno.

P: Se está poniendo fin a la dispersión.

R: Dispersar a los presos era una medida especial para los etarras. Es un delincuente especial, distinto a cualquier preso común. Necesitan castigos diferentes, para mí más duros. Que hagan esto seguramente viene dado por las promesas del PSOE a Bildu y el PNV. Lo sabemos todos, es la realidad. Para mi familia es como una derrota más.

P: ¿Les duele que ya casi no se hable de esto?

R: La sociedad española hace como que no le suena, como si hubiera pasado hace un siglo. A mí, personalmente, es lo que más me molesta. Nadie sale a la calle contra esta política penitenciaria. He recibido muchísimos mensajes apoyándonos, sé que están de nuestra parte. Pero parece que ETA no importa, que las víctimas no importan. Hasta hace sólo diez años estaban asesinando. Parece que importa más el tema del franquismo y la Guerra Civil. El terrorismo ya no importa.

P: ETA anunció su disolución, pero cada vez que sale un etarra a la calle es recibido con una fiesta. ¿Se está reescribiendo la historia en el País Vasco?

R: Se está dulcificando, blanqueando. Blanquear es hacer algo liviano, fácil de tragar. Yo creo que debería ser obligatorio estudiar la historia de ETA en los colegios. El otro día oí a un político decir que los héroes de un país deberían ser recordados y venerados. Cada una de las víctimas de ETA es un héroe en su casa y debería serlo para el país. No se les recuerda, no se les hacen los homenajes que hoy se les hacen a los etarras. ETA, más que disolverse, ha dejado de matar. Ni colabora con la Justicia, ni ha entregado las armas. Salen de la cárcel y les tratan como héroes. Es un golpe más a las víctimas. Y la sociedad española está dormida. Al final nos sentimos un poco solos, «qué pesadas las víctimas…».

P: ¿Qué siente cuando ve a un partido como Bildu, hoy muleta del PSOE en el poder, mandando abrazos públicos al etarra Josu Ternera?

R: Cuando lo leí sentí rabia. Impotencia por no poder cambiarlo. ¿Cómo puede haber gente que todavía se trague esto? ¿Cómo es eso de que no tenían nada que ver con ETA? Son unos hipócritas.

ETA
El atentado en el que ETA mató al teniente coronel Pedro Antonio Blanco, en el año 2000.

P: Hace 20 años del asesinato de su padre. ¿Cómo vivió una niña de apenas 16 años una situación tan dura?

 R: Tuve la mala suerte de escuchar la explosión. Vivíamos muy cerca de donde fue el atentado. Yo me fui al colegio, porque no sabíamos que era mi padre. Pensábamos que iba en autobús. Nunca nos dijo que iba en coche oficial, yo creo que para protegernos. Para que no tuviéramos miedo. Entonces yo estaba acostumbrada a cierta presión, mirar los bajos del coche con una linterna, que mi padre se bajara sólo al garaje a arrancar el coche y esperar un rato. O si entraba un paquete raro en casa nos mandaban a la calle a jugar. Yo lo veía normal, porque había pasado toda la vida. Desde que nací viví así.

P: Se fue al colegio sin saber nada…

R: Me puse el uniforme y me fui al colegio. Con cierto susto y preocupación. Tenía amigos cuyos padres, también militares, vivían más cerca de la zona del atentado. Yo llamé a casa, pero los primeros momentos son muy complicados. Me fueron a recoger al cole y cuando llegué a casa vi a todo el mundo. Muchos compañeros de mi padre, mi madre, mis abuelos. Yo le decía a mi madre «¡pero vámonos al hospital, que papá estará sólo y estará asustado!». Ella me miró y me hizo un gesto -niega con la cabeza- y yo ya entendí. Desde ese momento me metí en un bucle, como si estuviese viendo una película. No iba conmigo. Para una familia anónima normal, verse de pronto en el centro de tanta prensa, el presidente del Gobierno, todos los ministros, salvas de honor. A los dos días, cuando habían pasado los actos, el funeral de Estado, comencé a darme cuenta. Y ahí es cuando lloras. Y lloras y lloras.

P: Muchas víctimas de ETA coinciden en que una de las cosas más duras de los años siguientes son las pesadillas.

R: Sé que hay muchas víctimas que han tenido pesadillas. Yo tuve durante mucho tiempo un sueño recurrente. Que era todo mentira. Me despertaba con la sensación de que mi padre estaba en casa, con nosotros. Que en realidad se había ido a una misión del Ejército y había vuelto. Cuando aparecía, yo me enfadaba y le decía «¿pero cómo nos has hecho esto?». Era un sueño que duró muchísimos años. Y también, a partir de ello, no soporto los ruidos fuertes. Por ejemplo petardos o fuegos artificiales. Temblaba cuando los oía. Luego eso va suavizándose, pero sigo sin soportarlos.

P: ¿Cómo le explica una madre a sus hijos el porqué de que no hayan podido conocer a su abuelo?

 R: El pequeño tiene 3 años, le enseñamos fotos de su abuelo pero aún no se entera. El mayor ya tiene casi 11, y al principio le dijimos que el abuelo se había muerto de una enfermedad. El año pasado el Ayuntamiento de Madrid le puso una placa a mi padre en el lugar del atentado. Yo quería que mi hijo Mario fuera al homenaje, pero tenía que explicarle antes quién era su abuelo. Que era militar, y los militares representan a España. Y cómo ETA iba contra todo lo que representa España. Él en el colegio contó lo de la placa, contó quién era su abuelo, pero creo que no llega a entender del todo la gravedad de aquello. Sabe que su abuelo se murió de forma diferente que los abuelos de los demás, de una manera desgarradora. Va a todos los homenajes. Creo que se siente orgulloso. Yo le hablo muchísimo de él, porque a mi padre le encantaban los niños y le hubiera encantado ser abuelo. Le cuento anécdotas. Le digo «uy si el abuelo te pillara con los codos encima de la mesa». Le intento hacer cercana la figura de su abuelo. Creo que lo lleva dentro.

P: Su madre se quedó viuda, sacó adelante a dos niños y ha estado muy cerca del colectivo de víctimas todos estos años. ¿Qué ha aprendido de ella?

R: Para mí siempre ha sido el ejemplo a seguir. Recuerdo cuando fuimos al funeral y nos dijo «a papá no le hubiera gustado que montásemos ningún número». Nada de histerismo, de escenas. Con todo su dolor, nos dijo «debemos estar en nuestro sitio, por papá». No nos ha permitido nunca dejarnos llevar por la rabia, por el odio, hacer tonterías. Yo he aprendido de ella que odiar no vale para nada, que sólo te hace daño a ti. Mi madre no odia a nadie, mi madre quería justicia y que nosotros creciéramos tranquilos. Y lo hemos conseguido gracias a ella. Conozco casos que no han podido superarlo porque no han tenido a quién agarrarse. Yo me agarré a ella.

P: Al asesino de su padre le cayeron 123 años de condena. Le acaban de acercar al País Vasco al cumplir sólo 12 años. ¿Sale barato matar en España?

R: Estoy a favor de la cadena perpetua. Me parece que debería estar implantado para casos de terrorismo, violaciones, pederastia, de asesinatos complicados. No puedo entender que Iván Apaolaza, que era muy joven cuando cometió el atentado, cuando salga de la cárcel todavía tendrá un tiempo de vida importante. Va a vivir. Yo voy a saber que él va a estar en su casa, en su pueblo, yéndose a tomar sus cañitas a la errikotaberna, o lo que haga. A mí me hierve la sangre. Este tipo de delitos deberían ser penados con la cárcel de por vida. Esta gente no se va a reinsertar nunca en la sociedad, van a seguir pensando igual siempre. Están envenenados desde pequeños, se han criado en eso. Es una manera de vivir. Yo no creo que tenga solución, no creo en la reinserción de esta gente.

P: Si se encontrase delante del asesino de su padre, ¿qué le diría?

R: Alguna vez lo he pensado, porque hay víctimas que lo han hecho. Que han comido con ellos incluso. Yo no soy capaz. No tengo ganas ni interés en conocer a estas personas. Yo para ellos soy un número más, y ellos para mí no. Ellos para mí tienen más importancia de la que yo tengo para ellos. No es un de igual a igual. Sólo me une a ellos una cosa, que para ellos no significó nada y para mí todo. ¿Qué les voy yo a decir? No me saldría nada. Ojalá pudiera entender a otras víctimas, que lo respeto totalmente, pero yo no podría. Tampoco creo que él tenga interés en sentarse conmigo. No veo ni sus fotos en internet, las de ninguno de ellos. Vivo más tranquila así.

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