Crónica de campaña

Decía el canciller Erhard: «Voten con el corazón, o sea con la cartera»

Decía el canciller Erhard: «Voten con el corazón, o sea con la cartera»
Sánchez, Abascal, Casado, Iglesias y Rivera llegan al debate. Foto: EP

Hace muchos años, en el primer quinquenio de los sesenta del pasado siglo, un alemán, tipo regordete y más bien achatado por los polos (o sea, lo más opuesto a un político con glamour) se dirigía en una campaña electoral a unos electores aún probablemente con el voto por decidir. Se trataba de Ludwig Erhard, el autor del llamado «milagro alemán» que tras la II Guerra Mundial apadrinó su jefe, Konrad Adenauer. Erhard, que tenía más de liberal que de democristiano, la CDU era su partido, en pleno mitin en Colonia, abigarrado mitin regado además con cientos de litros de cerveza, se dirigió a sus oyentes y les reprochó: «Les veo a ustedes y pienso que a lo mejor van a cometer un  error» y, llevándose la mano izquierda al costado derecho de su cuerpo, gritó: «¡Voten ustedes con el corazón!», es decir «con la cartera normalmente introducida en el bolsillo diestro superior».

El consejo debió surtir efecto porque Erhard ganó las elecciones federales aunque luego no fue precisamente el mejor canciller que haya tenido nunca Alemania. En Estados Unidos, también hace un porrón de años, el Washington Post, solía escribir un editorial el día de las elecciones presidenciales y sugería a sus lectores que, para decidir su voto, se respondieran a sí mismos a estas cuatro preguntas: ¿Es usted más rico que hace cuatro años? ¿Está usted más seguro que hace cuatro años? ¿Se siente usted más o menos libre que hace cuatro años? Y finalmente: «¿Encara usted los próximos cuatro años con mayor o menor optimismo que ahora?».

Nunca un votante español ha hecho este ejercicio. Y ahora está a punto de acudir a las urnas. Tezanos, el cocinilla del CIS, suele decir que en semanas como esta que termina, todavía queda un 10 por ciento de electores que no ha decidido qué va a hacer; es más, la mitad de ellos no lo hace hasta el momento justo de depositar su papeleta. Debe ser verdad esta constancia demoscópica porque ¡hay qué ver cómo se están gastando los partidos en estas últimas horas para conquistar el favor de los requeridos! Muchos de estos auscultan en estas horas postreras los entresijos de las encuestas «suboficiales» que se están filtrando para vergüenza de quienes, amparándose en la Ley Electoral vigente, todavía no consienten en publicar sondeos legales. Alguna de estas encuestas, como la ya famosa fechada en la Andorra, digámoslo pronto y por derecho, es un auténtica pantomima, un simulacro falso. En abril, entre el 21 y el 28 del mes, los andorranos nos obsequiaron con muestras diarias que, fíjense, pronosticaban para VOX la friolera de más de setenta escaños; se quedó Abascal en 24. Los sociólogos y los politólogos más precisos no atribuyen inocencia alguna a esta prestidigitación aldeana; aseguran que se trata de piruetas sucesivas encaminadas a dos fines: a acendrar la voluntad de los posibles votantes de  VOX por un lado y, por otro, a estimular a la izquierda para que evite la abstención que podría favorecer a la ultraderecha.

Sus pronósticos

Y bien, dejando por falsaria esta doble estrategia ¿qué impresión se tiene por dentro en los partidos contendientes? Pues el partido está a veinticuatro horas del día decisivo, así: el PSOE se daría con un canto en los dientes por repetir los resultados de abril, aunque ahora mismo nadie apuesta favorablemente a eso, no pasan de los 110 escaños, 115 a lo sumo. El Partido Popular, que durante muchas semanas se enceló con la cifra mágica de los cien escaños, ha rebajado algo sus expectativas, hace tres días estaba en no más de 92 escaños y ahora ha remontado tres, 95,  Casado, cuando en su periplo incesante, ha sido preguntado por sus socios regionales, se ha limitado a contestar esto: «Tranquilos, vamos bien». Bien es el trasunto retórico del resultado, ahora mejorada, que le atribuía el último sondeo del pasado lunes.

Ciudadanos se aferra a la sorpresa de última hora pero se  conformaría con no bajar de 25 parlamentarios, algo que no le aventan los expertos. En Castilla y León, región en la que ha tenido ocho escaños puede quedarse en nada de nada, en cero. Una hecatombe. En VOX cosa distinta es la prudencia de Abascal, que tiene el tafanario pelado de concurrir (bien que con el PP casi siempre) a elecciones, y otra el optimismo desmedido, sobrado, del matrimonio Monasterio-Espinosa que no se priva de alimentar la esperanza incluso de los setenta representantes.

Finalmente: Podemos sólo aspira a virgencita mía que me quede como estoy, un deseo que a lo peor no va mal encaminado porque a Errejón parece esperarle un castañazo de muerte. Todos han perseguido el voto útil en este tramo final de campaña. Útil es el adjetivo que manejaba el citado Erhard: voten ustedes -pedía- con la cartera, déjense las emociones en casa y si creen, como hace semanas apuntaba un demóscopo de moda y de guardia, que el objetivo es descabalgar a Sánchez del helicóptero de Moncloa, exprésense en consecuencia. Están en su derecho.

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