Cristina e Iñaki: de Washington al banquillo
«Estamos intentando llevar una vida normal y ustedes no nos dejan». Así me habló la infanta Cristina completamente sobrepasada por las noticias que llegaban de España. A su marido, Iñaki Urdangarin, le acababan de imputar en el caso Nóos, la Casa Real le había apartado oficialmente por no ser persona ejemplar sino todo lo contrario, y ella vivía angustiada y sola esos primeros días de enero en su casa del barrio de Bethesda, en Washington, hace ya 4 años.
Me espetó que periodistas como nosotros no les permitíamos la normalidad en sus vidas. Como desahogo no estuvo mal y realmente mis dos compañeros y yo vimos a una infanta deprimida, que estalló nada más preguntarle: «No se imagina lo que estamos pasando», me aseguró.
Estaba enfadada, algo aturdida, diría yo, y estéticamente abandonada. Sin embargo, la hija menor del Rey Juan Carlos hablaba con ese gesto altivo que transmite alguien que no se siente frente a un igual. Acudí a ella la mañana siguiente de que Iñaki echara a correr cuando me acerqué respetuosamente para hablar con él. Venía solo, caminando por una acera casi desierta, vestido con vaquero y jersey de color blanco, cuando me presenté. Tras mirarnos a los ojos y entender que buscaba unas declaraciones, Urdangarin entró en pánico y comenzó a correr; una huida desesperada y absurda que le llevó a ninguna parte. Mi compañero reportero grabó para la posteridad esa vergonzosa carrera.
Esos días de enero de 2012, supe como vivían Cristina e Iñaki. El matrimonio se había acomodado en una preciosa casa de dos plantas con un hermoso jardín, garaje y todo tipo de comodidades. Pero estaban solos, muy solos. Los días pasaban con la lentitud que arrastra siempre el reloj cuando se está pasando mal. Mimetizados en un vecindario distinguido que desconocía realmente que allí vivía la hija de un rey y que su marido estaba acusado por un grave caso de corrupción – Urdanga…who?, me respondió la mayoría de vecinos con los que hablé-, Cristina se esforzaba en comprender qué estaba pasando. ¿Por qué en la Casa nadie les ayudaba? ¿Por qué estaban tan solos? Su marido valía mucho, tenía «un curriculum muy importante»- como le dijo al juez Castro en su declaración-. Para ella se trataba de una traición. Los Torres, Diego y Ana, socios de Iñaki y con quienes habían compartido muchos ratos y confidencias: «Nos la han jugado», sentenciaba a una amiga de Barcelona.
Varias fuentes me confirmaron entonces que vivían prácticamente aislados del resto de la familia. La luz de una habitación en la que Iñaki pasaba horas y horas -no tenía un horario fijo en el despacho de Telefónica- daba idea del tiempo que pasaba frente al ordenador, devorando los titulares que protagonizaba en el escándalo Nóos y hablando con su abogado en España, tras correr una media hora cada mañana por los alrededores de su casa. Cristina salía según el horario escolar y luego volvía para enclaustrase en su jaula de oro hasta que finalizaban los colegios por la tarde.
Mientras, en Madrid, se tomaban decisiones: ambos serían alejados para siempre de la Casa Real pero sería poco a poco. Rafael Spottorno, jefe de la Casa, solo se atrevió a decir un «ya veremos» cuando se le preguntó por el futuro de la infanta una vez defenestrado su marido. Ese «ya veremos» se ha escenificando día a día con el alejamiento absoluto de la infanta de Zarzuela. Tanto que el matrimonio Urdangarin Borbón vive en Ginebra desde agosto de 2013, un año después de su vuelta de Washington, y sus relaciones familiares por el lado paterno se han ido muriendo, con la excepción de la unión con su madre y su hermana Elena. Cristina ni está ni se la espera en ningún acto oficial ni privado. Su hermano, actual Rey Felipe VI, le revocó el pasando junio el título de Duquesa de Palma que le regaló su padre cuando se casó con el ex jugador de balonmano en 1997.
Estas Navidades han sido las más tristes de la infanta. A pocas semanas del juicio Nóos, fecha importante para ella y su marido y con la certeza de que, al menos él será condenado, toda la familia se reunió en Zarzuela el día 25. Los 4 Reyes, la infanta Elena, las hermanas de Don Juan Carlos, la tía Irene y todos los sobrinos y nietos de don Juan Carlos. Don Felipe leyó el Evangelio como es tradición, almorzaron y se intercambiaron regalos. Faltaron 6: los Urdangarin-Borbón. Este año no fueron invitados; es más, los evitaron. El «ya veremos» de Spottorno quedó en nada. La Reina Sofìa «sufre por su hija, el Rey Juan Carlos no quiere problemas y Felipe y Letizia han trazado un cortafuegos definitivo», me explica alguien muy cercano a la Casa. Cristina se siente abandonada por los suyos. Sabe que su marido caerá pero alberga la esperanza -y acierta- de que no serán los 19 años de cárcel que le pide inicialmente la Fiscalía.
Mucho ha llovido desde aquel enero que hablé con ella en Washington. Hoy llega la infanta a la ciudad de Palma para asistir como imputada a la primera sesión del juicio del caso Nóos. Todo está preparado en la tercera planta del edificio que alberga la Escuela Balear de Administración Pública. No será sólo una periodista quien se interese por ella y le impida «llevar una vida normal»: habrá más de 400 profesionales siguiendo sus pasos cuando haga entrada a la misma hora que su marido en el polígono Son Rossinyol. El operativo de seguridad está formado por 250 agentes. Ella ni ningún otro imputado tendrá que hablar. Es un día de imágenes, una jornada para fotografiar. La sesión sólo abordará cuestiones previas.
Además de las de cada imputado, dos sombras planean este lunes en la sala: la de los casi cerrados pactos con la Fiscalía de los principales acusados: Urdangarin, su ex socio Diego Torres y el ex presidente balear Jaume Matas, y la de la aplicación o no de la Doctrina Botín por parte del tribunal en el caso de la infanta.
Cristina de Borbón estará ya sin duda en la foto junto a los otros 17 imputados, sentada en el último puesto pero queda conocer si la juzgarán o no. La Doctrina Botín le abre una puerta para salir del juicio pero si lo hace pierde la oportunidad de ser juzgada y demostrar su inocencia.