Cristiano cae pero Portugal se levanta
Una final fea y ordenada. Una final con emoción y sin juego. Una final donde los galos pusieron el músculo y los lusos la disciplina. Una final sin Cristiano. Una final en la que cayó Ronaldo, pero Portugal supo levantarse para llevarse un título luchado hasta la extenuación. El gol de Eder y las lágrimas de CR7 fueron las imágenes de una final que pone fin a una Eurocopa que sólo puede definirse con una palabra: decepcionante.
Francia salió dispuesta a invadir a Portugal. A los lusos la pelota les ardía como el volante de un coche que llevara una semana al sol y no eran capaces de engarzar ni tres pases seguidos. El balón era de les bleus, con un Payet que manejaba el juego a si fuera Napoleón. Pero en el primer balón largo de Soares, Nani se plantó en el área de Lloris, aunque su disparo se fue muy arriba.
La primera de Francia fue de Griezmann, que la pegó picuda dentro del área. La presión alta del equipo de Deschamps sorprendía a la zaga portuguesa, incapaz de sacar la pelota casi de su área. Carvalho se veía desbordado rodeado de camisetas azules.
A los 7 minutos se produjo la jugada que cambiaría el partido. Una cornada de Payet a Cristiano, que hizo saltar por los aires su rodilla izquierda. Clattemburg no pitó ni falta, pero la repetición no admitía dudas. La entrada era terrorífica, de esas que no parecen aparatosas, pero hacen daño de verdad. Se lo había llevado por delante.
Otra vez Griezmann rondó el gol en el 9, después de un resbalón de Pepe que le dejó la pelota a Payet. El habilidoso mediapunta francés se la puso en la cabeza al delantero del Atlético, cuyo remate se habría colado por la escuadra portuguesa si no hubiera aparecido una mano salvadora de Rui Patricio. Portugal sufría y perdía a los puntos.
Cornada de Payet a Cristiano
La peor noticia para los lusos era que Cristiano no dejaba de cojear y echarse la mano a su rodilla izquierda dolorida. Cojeaba sin disimulo. Tenía pinta de que no iba a durar más de diez minutos en el campo. La buena, que había abandonado esa absurda posición de delantero centro para refugiarse en su hábitat natural en la banda izquierda.
Pero en el minuto 17 Cristiano no aguantó más y se echó al suelo. Una polilla que quiso chupar cámara se posó en su frente. Payet le había roto. La torsión provocada por la entrada había doblado su ligamento lateral interno. Se retiró llorando del campo, pero le hicieron un vendaje compresivo, casi una escayola para que jugara aunque fuera cojo. O para que estuviera sobre el césped como una especie de Cid portugués.
Era inútil. Cristiano no podía, como se vio en un contragolpe posterior en el que el crack luso no pudo ni caminar. Ronaldo volvió a echarse al suelo y esta vez no volvería a levantarse. El crack portugués tuvo que abandonar el campo en camilla, con el rostro plagado de lágrimas, más de impotencia por dejar huérfana a su selección y a su país, que por el dolor de su rodilla.
Ya sin Cristiano en el campo, Francia se creció aún más, con un poderosísimo Sissoko, que jugaba de todocampista con tanto ímpetu como falta de talento. Claro, si encima jugara bien al fútbol sería el Di Stéfano negro. Portugal buscaba un líder interino con menos éxito que el PSOE. La mejor noticia para Fernando Santos y su equipo era el resultado. Otra mano de Rui Patricio en el 33 evitó el gol de Sissoko, que se había disfrazado de Pogba.
Cédric intentó vengar a Cristiano con un alevoso patadón a Payet en la espalda, pero esta vez Clattemburg sí sacó la amarilla. Resistía Portugal con el orgullo de los grandes y el deseo de dedicar una memorable victoria al héroe caído. Francia, que lleva toda la Eurocopa viviendo del poderío físico y de Griezmann, no encontraba los caminos entre la tupida zaga lusa.
Francia, más armarios que Ikea
De salida en la reanudación, Umtiti, ese central que ha fichado el Barça, repartió su segundo pisotón de la final, esta vez a Nani, cuya bota sufrió las consecuencias con una herida de bala. La final no valía nada, porque Portugal se protegía con eficacia y Francia tiene menos imaginación que el prospecto de un medicamento. Ni rastro de aquellos Platini, Djorkaeff o Zidane en esta selección de Deschamps plagada de porteros de discoteca.
La selección de Francia es como Ikea: ves muchos armarios, pero todos son feos y toscos. Acosaban a Portugal, sí, pero con más músculo que talento. Hablando de músculo, Renato, el de la edad desconocida, apenas aparecía. En el 57 Deschamps sacó del campo a Payet, descentrado desde la entrada a Cristiano, y metía a Coman. Una galopada de Griezmann murió en un tiro suave en las manos de Rui Patricio un minuto después. Sirva esta ocasioncilla como muestra de lo poco que ocurría en la final.
En el 65 Griezmann tuvo en su cabeza el gol que podía valer la Eurocopa, pero su remate lamió por fuera el larguero de Rui Patricio. Se desesperaba el rojiblanco en perfecto castellano. Y volvía a no pasar nada, como en una película de Isabel Coixet. Diez minutos después la tuvo Giroud, pero como es el Higuaín galo, su disparo le salió al cuerpo de Rui Patricio.
Respondió Portugal con una vaselina de Joao Mario que desvió con apuros Lloris. El partido ganaba un punto en emoción, pero sólo porque se acercaba el final. Un trallazo de Sissoko en el 83 lo desvió Rui Patricio, que estaba siendo mano de santo para su selección. Un jugadón de Gignac, que dejó sentado en un palmo a Pepe, estuvo en un tris de dar a Francia la Eurocopa en el 91, pero su disparo se estrelló contra el poste derecho de la meta portuguesa.
Y en la prórroga, Eder fue Cristiano
Así que nos fuimos a la prórroga. No les mentiré. Fue el mismo tostón que el resto del partido. Los futbolistas metían la pata constantemente como Carmena en el Ayuntamiento de Madrid. Despejes, balonazos, choques. Un montón de tipos cansados en el césped, pero de fútbol, nada de nada. Un cabezazo de Eder a la salida de un córner contuvo la respiración de Saint-Denis, pero le salió centrado y atrapó Lloris.
En la segunda parte de la prórroga Portugal sacó fuerzas de flaquezas para comerse a Francia. Primero, con una falta de Guerreiro, que se estrelló contra el larguero y después vino el gol. Fue un golazo de Eder, un jugador proscrito durante toda la Eurocopa. El delantero se aprovechó de una buena jugada combinativa, recibió en tres cuartos, se giró y su disparo cruzado se coló junto al poste derecho de Lloris. Fue con la colaboración del torpe Umtiti, que no salió a tapar su disparo.
Portugal, ya con Cristiano Ronaldo de entrenador en el banquillo, era puro orgullo. Sólo la parcialidad de Clattemburg podía igualar la final, aunque fuera añadiendo dos minutos en la segunda parte de la prórroga. Francia, más que tocada, parecía hundida. Y lo estaba. Perdía una final en la que partía como favorita, en su casa y ante una selección lusa sin Cristiano. Pero Portugal jamás se rindió y se llevó el merecido premio de una Eurocopa sufrida hasta las lágrimas.