‘Zona Inundable’, dramatización con sorprendentes efectos
El día de los Santos Inocentes llegaba al Teatre Principal de Palma esta obra que toma como referencia la tragedia ocurrida el año 2018 en Sant Llorenç
El día de los Santos Inocentes –no podía haber mejor coincidencia- llegaba al Teatre Principal de Palma una coproducción del Principal con el Teatre Nacional de Catalunya inspirada en hechos reales.
Un sexteto actoral se desdobla permanentemente sobre un fondo constante, lo que en sí mismo ya es una metáfora: la naturaleza siempre implacable y la fragilidad de la condición humana puesta a prueba en una dramatización con sorprendentes efectos. Ese omnipresente fondo de archivo encarna a la memoria a punto de ser golpeada por la irrupción de una catástrofe natural que podría haberse evitado simplemente eliminada de la ecuación la huella del hombre concretada en la invasión de un espacio que no le corresponde.
Interesantes los permanentes cambios de roles que combinan en paralelo el tiempo real y el noticiero; el drama en sí mismo y el relato a distancia.
Zona Inundable toma como referencia la tragedia ocurrida el año 2018 en Sant Llorenç des Cardassar y a partir de ahí, asistiremos a una conseguida dramatización que se alimenta a sí misma. En este sentido, la dramaturgia es igualmente autosuficiente y con hallazgos ciertamente a subrayar.
Me pregunto, en todo caso, si la autoría responde simplemente al relato de una especialista en teleseries o por el contrario hablamos de alguien capaz de imprimir profundo sentido crítico a sus reflexiones. No lo sabría decir. Puesto que por momentos la narrativa es de un realismo descriptivo, pero introduciendo al mismo tiempo dejadas un tanto ambiguas en el sentido de romper la linealidad para introducir comentarios escasamente concluyentes.
Hasta llegar al final de la representación con la obviedad de que «una zona inundable, es una zona inundable». Irónico final, sin lugar a dudas. Lo que asimismo podría interpretarse como una lacónica llamada de atención.
En todo caso, a lo que no asistimos es a una afortunada incursión reflexiva, desde el momento en que no se pretende entrar al fondo de una cuestión en la que todo tiene que ver con la mala gestión de los cauces de los torrentes y la invasión urbanizadora en espacios nada aconsejables, y viene a cuento esta precisión porque en un momento se hace mención a la presión humana, incluso al cambio climático pero obviando la dejadez de la administración, siendo determinantes las consecuencias dramáticas surgidas el 2018.
Marta Gil Polo como directora y Joana Martí con su diseño de escenógrafa le sacan un excelente partido al texto de Marta Barceló, a pesar de todo. El dibujo escénico de los intérpretes resulta espectacular en cada una de sus evoluciones, perfectamente mimetizados con un decorado que en su mudez nos relata la profunda tragedia que veremos crecer ante nuestra mirada.
Una tragedia como la ocurrida en Sant Llorenç des Cardassar da un juego escénico agradecido, por momentos deslumbrante, aunque olvidar cuál es su razón última (la dejadez administrativa que jamás veremos aparecer en el relato), le resta el valor testimonial de denuncia que reclamaba la obra.
Un feliz hallazgo de la puesta en escena es la omnipresente naturaleza en su versión más agresiva, mientras los personajes desarrollan sus rutinas ajenos a lo que se avecina inaplazable. El movimiento de los intérpretes se ajusta a una coreografía dramatizada que tanto vale para los tiempos muertos como para subrayado de la tragedia a partir de conseguidos cambios de registros, introduciendo el documental planteado desde el relato informativo, que por cierto acentúa el carácter extremo de lo que va precipitándose.
Marta Gil Polo le saca mucho lustre al texto de Barceló.