El diplomático ejemplar que avisó a Juan Carlos de lo que iba a pasar… y pasó
Dentro de un par de meses iba a cumplir los 90 años, pero el coronavirus ha podido con su salud de hierro. José Joaquín Puig de la Bellacasa mantenía su cabeza tan lúcida y activa como cuando previno a Juan Carlos I, tras el convulso verano de 1990 en Palma de Mallorca, de los riesgos que corría la Monarquía si su titular amparaba las frivolidades y se relacionaba con tantas amistades peligrosas a la vez. El diplomático, que entonces ocupaba el cargo de secretario general de Zarzuela, no erraba: 30 años después comprobaba desde su retiro familiar cómo Juan Carlos I se exiliaba en Abu Dabi.
¿Y cuál fue la reacción de Juan Carlos I como respuesta a la lealtad de su colaborador?: expulsarlo sin honores de la Casa del Rey. Para el Borbón los méritos del diplomático, que había colaborado y apoyado a su padre desde los años de Estoril, se convirtieron en papel mojado. Tampoco tuvo en cuenta su entrega total a la Monarquía durante los años en los que él fue Príncipe y Rey.
La alerta de Puig de la Bellacasa era toda una premonición. Y disponía de antecedentes para prever el gran desastre de la Corona. La prensa española e internacional venía publicando desde 1988, con cierto recato, algunos de los escándalos de Juan Carlos. Tribuna, dirigida por Julián Lago, fue la primera en desvelar cómo se forraban algunas de las amistades de Juan Carlos, bajo el paraguas de la Casa Real. Ya entonces aparecían los nombres del falso príncipe Tchokotua y de Luis Gómez-Acebo. También del primo lejano, Álvaro de Orleans, que aparece en las investigaciones de Ginebra como uno de los testaferros del ex monarca.
Pero activemos la moviola para entender y comprender la historia de una gran ingratitud: Puig de la Bellacasa, nacido en Bilbao en 1931, de padre catalán y madre vasca, era un brillante diplomático de carrera desde los años de Fernando María Castiella. Formó parte del gabinete de Marcelino Oreja como ministro de Asuntos Exteriores. En el departamento llegó a ocupar los cargos de subsecretario y director general. Desde muy joven se manifestó como un monárquico convencido y en un asiduo visitante de la residencia de Don Juan en Estoril, del que estuvo a punto de ser su secretario. Después estuvo siete años en la Embajada de Londres y cerca de tres en el Vaticano. De esa época le venía su amistad con el general Emilio Alonso Manglano, el que fuera nombrado director del CESID después del intento de golpe de Estado de febrero de 1981.
En 1974, el diplomático fue designado por el todavía príncipe Juan Carlos adjunto a su Secretaría, bajo las órdenes de Alfonso Armada, condenado años después por el intento del golpe de Estado del 23-F. Puig de la Bellacasa dejó la Embajada de España en Londres, donde era consejero del embajador, Manuel Fraga, para incorporarse a La Zarzuela. Pero duró tan sólo dos años en ese cargo por sus diferencias con Armada, que lo tachaba de liberal. Don Juan Carlos, según el periodista José Apezarena, le dijo: «Volverás».
La Casa de los líos…..
Y ese fue el gran error histórico de Puig de la Bellacasa: regresar a La Zarzuela en unos años en los que Palacio se había convertido en un nido de intrigas, infidelidades, traiciones y espionaje. El diplomático fue nombrado secretario de la Casa del Rey el 28 de enero de 1990, al tiempo que Sabino Fernández Campo pasaba a ser jefe de la esa institución, en sustitución del marqués de Mondéjar, que se había jubilado.
La intención del entonces Rey era que el diplomático reemplazara en breve al teniente general Fernández Campo, que estaba próximo a cumplir los 72 años. Sin embargo, Juan Carlos I no cumplió esas previsiones: ni Puig de la Bellacasa fue ascendido a jefe de la Casa del Rey ni Sabino se jubiló. El teniente general permaneció otros tres años en su cargo.
Todo se truncó a raíz de la crisis del verano de 1990 y las recomendaciones sinceras y honestas de Puig de la Bellacasa a Su Majestad. El diplomático sólo permaneció en Palacio 11 meses. Fue destituido fulminantemente en diciembre de 1990, aunque su salida no se produjo hasta febrero de 1991, con una versión oficial trufada: era destituido porque no había encajado en la Casa del Rey.
¿Pero por qué le retiraba el Monarca su confianza en tan poco tiempo? Los expertos en Casa Real señalaron que Don Juan Carlos nunca toleró que dudara de su círculo de amistades en Palma de Mallorca, que para Puig de la Bellacasa eran «muy poco recomendable».
Sabino Fernández Campo aportó su propia versión, sustentada en dos razones: porque chocó con el Rey al no consentir las recomendaciones del secretario sobre su vida privada y porque Don Juan Carlos prefirió seguir confiando en él.
Al final, ocurrió lo que ya le había advertido Francisco Fernández Ordóñez, que ocupaba el cargo de ministro de Asuntos Exteriores (1985-1992) antes y después de su destitución: “No te metas en esa Casa. Hay problemas familiares y se ha convertido en la casa de los líos. Si quieres te mando a Roma y te olvidas de la oferta”, le advirtió sin éxito. Su compromiso monárquico le obligó a aceptar el cargo, aunque suponía renunciar a la Embajada en Londres donde había permanecido siete años de embajador.
Antes de su salida de Zarzuela, él y Sabino tuvieron otro encontronazo con Juan Carlos I con ocasión de la redacción del discurso de Navidad. Desaconsejaron a Su Majestad que, por recomendación de La Moncloa, arremetiera contra la Prensa en medio de las denuncias sobre la corrupción felipista: “Si hay que pedir comprensión ante las críticas a quien las recibe, es legítimo pedir también mesura y respeto a la verdad a quien las hace”, sentenció finalmente el monarca.
…Y Marta Gayá
Casualmente, dos meses antes, los servicios secretos del CESID había interceptado una conversación de Juan Carlos con un amigo, a quien le confesaba su relación con Marta Gayá, otro de los problemas de Palma. En la cinta desvelada por OKDIARIO, Juan Carlos reconocía sobre Gayá: “Nunca he sido tan feliz”. La grabación aparecía anotada en la conocida como “cintateca” del CESID con la inscripción: “S.M. 4-10-90”.
Todas aquellas intrigas palaciegas y la ingratitud de Juan Carlos provocaron la salida de Puig de la Bellacasa de La Zarzuela. Uno de los más aferrados defensores de la Monarquía recibía el puntillazo de su jefe por adelantarse 30 años a su caída. Y como siempre los cortesanos, pelotas y cobardes participaron en la exclusión social del diplomático para no afear a Su Majestad y para no perder sus prebendas.
Pero la reacción de Juan Carlos fue mucho más agresiva: no se conformaba con su destitución, ansiaba su destrucción personal y profesional. Fernández Ordoñez y Felipe González, que lo sabían, nombraron al diplomático embajador en Lisboa sin conocimiento del Rey. Cuando el monarca se enteró por medio del BOE, montó en cólera y esperó la primera oportunidad para removerlo de la capital lusa.
Así lo hizo años después, en 1995, con la colaboración del entonces ministro de Exteriores Javier Solana. Éste nombró embajador a Raúl Morodo, cuya mujer Cristina era amiga de Juan Carlos. El comportamiento de Solana fue insultante ya que como alternativa le propuso la Embajada de España en Dinamarca. Puig de la Bellacasa, a quien le quedaba dos años para jubilarse, decidió quedarse en Madrid sin destino, pero con dignidad.
José Joaquín de la Bellacasa vivió años después con gran tristeza la caída del monarca y su exilio en los Emiratos Árabes. Él lo había anunciado en 1990: “Si seguimos así será el desmoronamiento de la Monarquía”. Además, tuvo la honradez y la valentía de comunicárselo a quien desenfundaba la katana para hacerse el harakiri.
El coronavirus le ha impedido presenciar la suerte final de Juan Carlos I. Pero, aunque Su Majestad jamás le concedió ningún título nobiliario como a otros cortesanos, ha dejado este mundo sin rencor y sin que nadie le arrancara una frase de odio o resentimiento contra el monarca que lo postergó.