La sanitaria de una residencia de ancianos: “Salgo por la puerta, me subo al coche y no puedo contener el llanto”
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El coronavirus está dejando unas cifras escalofriantes de fallecidos en los centros y residencias de mayores. Dejan helado el corazón y la sangre cuando se conoce que a nivel nacional la cifra total, hasta el momento, sobrepasa los 11.000 fallecidos, según los datos de consejerías de las diversas consejerías regionales.
La situación se ha tornado negra en las residencias de mayores tras el estallido de la crisis. Muchas de ellas cerraron sus puertas a las visitas antes de decretarse el estado de alarma, sin embargo, la propagación del virus ha segado ya miles de vidas ancianas. Una generación entera está abandonando la vida sin que ni sus familias ni sus cuidadoras pueda hacer nada por ella.
“Impotencia y rabia”. Estas son dos de las palabras que más repite Patricia –nombre ficticio–, una auxiliar sociosanitaria muy joven, a apenas sobrepasa los 23 años, que trabaja desde hace un par de años en una residencia de mayores de Castilla La Mancha donde la muerte también ha hecho su aparición.
«Cuando no les puedo ayudar pienso que no valgo para esto”
“Son momentos difíciles para todos”, asegura Patricia a OKDIARIO a través de una carta, «tanto para los residentes como para las trabajadoras que estamos con ellos día a día”. Confiesa, además, que algunos días, cuando se quita el EPI y el pijama sanitario para ponerse su ropa y regresar a casa, no puede ni contener el llanto ni las dudas sobre la capacidad de su trabajo.
“A veces, cuando veo que no les puedo ayudar, salgo por la puerta pensando que no valgo para esto, porque, aún dando todo de mí para que todo este bien, todo se complica. Esta enfermedad va apareciendo poco a poco, o incluso en algunos residentes ni aparecen síntomas, y nos es muy complicado tenerlo todo totalmente controlado”, relata.
“Lloro de rabia al ver a mis abuelitos deteriorarse”
“Me siento agotada y frustrada por no poder detenerlo todo y volver a la normalidad cuanto antes», explica esta joven sanitaria. “Muchos días me subo al coche y lo que mas me apetece es llorar. Lloro de rabia, lloro de impotencia y de ver cómo poco a poco mis abuelitos se van deteriorando de estar día tras día aislados en sus habitaciones, sin ver a sus familiares, no poder salir a dar sus paseos diarios o, sencillamente, de no poder charlar entre ellos, aunque solamente se den los buenos días”, comenta.
No obstante, y a pesar de los terribles momentos que tiene que vivir debido a su labor, asegura que está “encantadísima” de ser sanitaria y “ahora mas que nunca porque”, argumenta, “en estas situaciones tan duras es cuando se ve quien trabaja por vocación y quien lo hace sólo por tener un trabajo”.
“Sentimos miedo y mucha responsabilidad”
Explica, además, que para ellos, para los sanitarios que están al pie del cañón todos los días, es un momento de “mucha responsabilidad, muchas horas y mucha exigencia”. Y, por supuesto, asegura Patricia, “sentimos miedo. Miedo a la muerte, miedo a contagiar a nuestra familia porque podemos tener algún familiar mayor que son muy vulnerables. No sabemos cómo nos va a atacar este virus porque podemos estar enfermos sin saberlo”.
Sabe que tiene que seguir acudiendo a su puesto de trabajo y que le apasiona lo que hace, pero también sabe la responsabilidad que tiene como sanitaria. “Es irremediable sentir inseguridad, cada día tenemos que tomar decisiones que, con el desconocimiento alrededor de este virus, no sabemos si será o no la correcta tanto para los residentes como para nosotros”, concluye.