Lucía Torres: “El alto número de suicidios en adolescentes indica que no escuchamos la depresión»

adolescentes depresión
Depresión en jóvenes.

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Se habla mucho de la depresión últimamente, sobre su incidencia, impacto y estadísticas, pero como psiquiatra, escuchar que alguien tiene como diagnóstico depresión dice muy poco o casi nada. Un diagnóstico de “depresión” sería similar a un diagnóstico de “fiebre”. Hablar de la necesidad de los antidepresivos o de los ansiolíticos es como hablar del consumo de ibuprofeno o paracetamol pues son fármacos empleados para muchas enfermedades y con gravedad variable.

La labor de un médico es averiguar qué hay debajo de esa fiebre: ¿estamos ante una neumonía? ¿una otitis? ¿o una meningitis? Porque con paracetamol y tiempo podremos curar un catarro, pero si estamos ante una neumonía, seguro que no es suficiente.

Poniendo otro ejemplo médico, si un paciente viniese a la consulta con un clavo incrustado en su muslo, ¿diagnosticaríamos dolor y tratamiento analgesia? ¿o deberíamos retirar ese objeto punzante que es dañino, agradeciendo que el dolor nos ha avisado del percance que estaba sufriendo el paciente?

Con la depresión ocurre lo mismo. Es importante preguntarse qué es lo que provoca la depresión, qué está generando ese malestar.

Quizás el aumento de los cuadros de depresión durante la adolescencia nos está alertando de que algo está ocurriendo en nuestra sociedad que la está dañando. También es posible que el alto número de suicidios nos esté indicando que no estamos escuchando a la depresión y simplemente la estamos acallando.

Es importante dedicar el tiempo necesario en las consultas para entender el porqué del malestar para poder trazar un buen plan de tratamiento, donde fármacos como los antidepresivos o las benzodiazepinas pueden ser parte del tratamiento (como los analgésicos o antipiréticos lo son en una infección), pero además es necesario abordar la causa del malestar.

Algunos detonantes de la “depresión” en los adolescentes pueden ser los siguientes:

La presión que ejercen los padres sobre sus hijos para que sean los mejores, sin permitirles que sean ellos mismos. Los jóvenes persiguen el puesto del mejor como una necesidad, porque cualquier otro puesto o lugar pasa a ser intolerable o vergonzoso.

Ese mismo patrón se da muchas veces dentro de la propia familia. Ese joven al que los padres le exigen ser el mejor tiene un reto imposible, ya que en la mayoría de las ocasiones dentro de ese sistema familiar el progenitor ocupa la cúspide de la pirámide y necesita que su hijo esté en la base. En ocasiones encontramos a chavales que tratan de ser el mejor, el intachable, pero al mismo tiempo el contenedor de los problemas e imperfecciones de los padres.

Otra causa frecuente de las depresiones viene derivada de la exposición que tienen los jóvenes a las redes sociales y la necesidad de mostrar a la sociedad solo lo bueno de ellos mismos. La necesidad de ser un escaparate les exige aparentar ser los mejores y esconder lo que les podría sacar de ese lugar. En lugar de importar ellos mismos como personas, importa lo que piensen de ellos. La energía del joven va entonces dirigida a buscar estrategias para que los demás lleguen a pensar en su supremacía, sin importar cómo lo consiguen, en muchas ocasiones mintiendo u ocultando información. Todo va relativamente bien mientras los mecanismos de la ocultación o la negación funcionen, pero si fracasan, se quedan desnudos y sufren.

Estamos en una sociedad en la que se pretende eliminar todo tipo de malestar o privación a los hijos, porque se piensa que así se les evitan el trauma de la “limitación”, cuando lo que ocurre es que no les estamos preparando para tolerar las limitaciones reales de la propia vida y les hacemos creer que su derecho es no tener límites.

Por otra parte, se ha invertido la pirámide de la alimentación emocional. Todos conocemos la pirámide de la nutrición, en cuya base están los hidratos de carbono, legumbres y verduras, generalmente más baratos y al alcance de la mayoría y que se deberían consumir a diario. Según subimos encontramos alimentos más selectos como las proteínas o la repostería, que deberían consumirse en menos ocasiones.

A los niños de hoy en día se les ha sustituido elementos de la base de la pirámide emocional como darles amor o dedicarles tiempo de calidad por la posibilidad de comprar un bien material o un logro académico con el que presumir ante la sociedad, privándoles de elementos emocionales básicos para su desarrollo. El champán es exclusivo, pero jamás sustituirá al agua.

Se han olvidado las necesidades de los niños. La sociedad de hoy en día está muy comprometida con los derechos de diferentes colectivos ¿pero ¿qué hay de los derechos de los niños? ¿Alguien les da voz? ¿Somos conscientes de lo que se juega en esta etapa para el resto de la vida?  Nos deberíamos preguntar si se está cubriendo la necesidad básica del niño de ser acompañado de forma segura con amor y aceptación por una figura de referencia que le muestre y enseñe el mundo y en la que se pueda ver reflejado.

En la sociedad ha calado la idea de que la madre embarazada no puede beber alcohol ni fumar para no dañar el bebé en gestación. Pero… ¿somos conscientes de las consecuencias que está teniendo para el individuo no estar cubriendo las necesidades emocionales básicas durante la primera etapa de su vida?

Lucía Torres, psiquiatra de Tranquilamente. 

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