El exceso de luz puede estresar tu cerebro: estos son los niveles adecuados para tu hogar
La luz no sólo influye en nuestra capacidad de ver, sino también en cómo el cerebro regula sus ritmos naturales

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Aunque solemos asociar la luz con bienestar, vitalidad y confort, la ciencia empieza a advertir que demasiada luz puede tener el efecto contrario. Vivir o trabajar en entornos excesivamente iluminados —especialmente durante la noche— puede alterar el reloj interno del cuerpo, afectar el descanso y, en consecuencia, generar estrés cerebral.
Según diversos estudios, la exposición prolongada a la luz intensa o mal regulada puede suprimir la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño, y activar mecanismos de alerta en el sistema nervioso que derivan en fatiga, ansiedad o irritabilidad.
La luz no sólo influye en nuestra capacidad de ver, sino también en cómo el cerebro regula sus ritmos naturales. Investigaciones recientes han mostrado que ambientes con iluminación elevada o con deslumbramientos provocan una mayor carga cognitiva: el cerebro trabaja más para adaptarse al exceso de estímulo visual.
Además, la luz artificial durante las horas de descanso se ha relacionado con alteraciones del sueño, cambios en el estado de ánimo y, a largo plazo, con un mayor riesgo de trastornos metabólicos. Incluso la luz ambiental tenue, como la que emiten las pantallas o las farolas que se filtran por las ventanas, puede interferir con la capacidad del cerebro para desconectar.
En términos prácticos, los expertos en salud ambiental recomiendan ajustar los niveles de iluminación del hogar según la función de cada espacio. En los dormitorios, la luz ambiente no debería superar los 50 a 100 lux, suficiente para crear un entorno cómodo y relajante. Para leer, se puede aumentar a unos 150 lux, pero evitando luces blancas frías.
En el salón, una iluminación general de entre 100 y 150 lux suele ser adecuada, reservando luces más intensas —hasta 300 lux— para zonas de lectura o actividades concretas. Las cocinas y áreas de trabajo doméstico requieren algo más de brillo, entre 250 y 400 lux, mientras que en el estudio o la oficina en casa se recomienda alcanzar unos 400 a 500 lux para favorecer la concentración.
Temperatura de color
Además de la intensidad, la temperatura de color también influye en el bienestar. Durante el día, las luces más frías (de 4000 a 5000 kelvin) ayudan a mantener la atención y la energía. Por la noche, en cambio, conviene optar por tonos cálidos (2700 a 3000 kelvin), que facilitan la relajación y la preparación para dormir. En los momentos previos al descanso, los expertos aconsejan no superar los 10 lux y evitar la luz azul de pantallas o bombillas blancas, ya que mantienen al cerebro en estado de alerta.
Una iluminación mal gestionada no solo afecta al sueño, sino también al confort visual. La fatiga ocular, los dolores de cabeza o la sensación de sobreexcitación al final del día pueden ser signos de que el entorno está demasiado iluminado o con fuentes de luz mal orientadas. Para prevenirlo, conviene distribuir la luz de forma uniforme, evitar reflejos en superficies brillantes y, si es posible, instalar reguladores de intensidad (dimmers) o bombillas con varios niveles.
Ritmo circadiano
También resulta importante proteger el descanso de la luz exterior. Las cortinas opacas o las persianas ayudan a bloquear la contaminación lumínica nocturna, que, según varios estudios, puede activar respuestas de estrés incluso con los ojos cerrados. Una simple luz tenue en el dormitorio o una pantalla encendida bastan para alterar el ritmo circadiano y dificultar el sueño profundo.
La luz no sólo es una cuestión estética o funcional, sino también de salud mental y cerebral. Aprender a modularla —tanto su cantidad como su color y momento del día— puede marcar la diferencia entre un hogar estimulante y un entorno que agota. La clave está en buscar el equilibrio: suficiente claridad para vivir con energía durante el día, pero la oscuridad justa para permitir al cerebro descansar y repararse por la noche.