Begoña Ibarrola: «Los niños sobreprotegidos pueden tener problemas de salud mental»

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Las emociones tienen un poderoso impacto en nuestras vidas. En el ánimo y en la salud. Son fuerzas internas que influyen en nuestras percepciones, decisiones y comportamientos; fuerzas que emanan irrefrenablemente y que, con frecuencia, se apoderan de nosotros. Capaces de ir a la luna, de clonar una oveja y de rejuvenecer ratones, no somos, sin embargo, soberanos de nuestras emociones y, por consiguiente, de los efectos que tienen sobre nuestras células y órganos. Sus consecuencias: oxitocina o cortisol; alegría o tristeza; salud o enfermedad. Es el gran poder de las emociones.

Torrente de impulsos, felicidades y tristezas. Algunos estados emocionales favorecen el proceso de aprendizaje; otros lo limitan –e incluso lo bloquean–. Unos facilitan el funcionamiento de nuestro cerebro; otros lo ralentizan. Impulsores y obstáculos de la razón y la objetividad. Depende de la emoción y de cómo la gestionemos. Neurocientíficos, psicólogos, sociólogos y filósofos han ahondado y ahondan en ellas, en esas alteraciones del ánimo casi incontrolables. Aristóteles advertió sobre el peligro de dejarse llevar por las descontroladas, ya que podrían conducir a acciones irracionales e inmorales. Enseñar a los niños a gestionarlas es esencial para proveerles de una vida equilibrada y de un bienestar emocional y mental, pero ¿cómo hacerlo?, ¿cómo forjar niños felices y adultos sanos?

Begoña Ibarrola, una reconocida psicóloga española, experta en inteligencia emocional, inteligencias múltiples y musicoterapia, nos cuenta en esta entrevista que es fundamental enseñar a los niños en el arte de la espera. En eso de no hacer nada, aburrirse y tener paciencia que esta era de la inmediatez en la que nos hayamos inmersos ha engullido. Esencial, también, saber mitigar la frustración. Los niños cuando se encuentran con obstáculos o desafíos que no pueden superar de inmediato, cuando sus deseos o expectativas no se cumplen o cuando no logran alcanzar sus metas, se frustran. Esa frustración puede manifestarse de diferentes formas, como llanto, rabietas, comportamiento agresivo o retirada emocional. Cada niño puede expresar su frustración de manera única. Son los padres quienes tienen esta labor esencial de enseñarles a gestionar la impaciencia y el disgusto o enfado ante el fracaso de sus expectativas o deseos.

Sin duda, algo esencial es ser conscientes de que muchos niños comienzan una enfermedad mental porque ven una distancia tremenda entre su realidad emocional y la del resto mundo. Las RRSS son las responsables en gran medida. Vidas irreales, imágenes de photoshop y emociones fingidas, reflejan vidas de ensueño con fiestas, amigos, ropas, destinos, planes y físicos que, normalmente, poco tienen que ver con la realidad, pero que a los niños les llevan a un desánimo y angustia preocupantes al compararlas con las suyas.

Una de las alertas la pone sobre los niños sobreprotegidos porque dice “tienen personalidades frágiles y son los que pueden tener problemas de salud mental”. “A los niños hay que decirles no”, afirma Ibarrola. Así como dejarlos que experimenten, conozcan y se enfrenten a la realidad.

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