Abordar la vida post-ictus desde la colaboración terapéutica
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La vida es impredecible y puede cambiar de forma repentina, sin previo aviso. Esta es la realidad que enfrentan muchas personas tras sufrir un ictus. De repente, quienes llevaban a cabo su vida diaria con normalidad, pueden encontrarse encamados, con hemiplejía y con una gran incertidumbre acerca de su futuro.
Como médicos rehabilitadores, convivimos a diario con este tipo de casos, pero no por ello resulta más fácil o menos impactante. Al contrario, enfrentar este tipo de situaciones debería impulsar a los especialistas a querer sostener con mayor empatía los miedos e inseguridades de las personas que han pasado por un ictus con el fin de plantear el tratamiento más adecuado a cada caso, individualizado y adaptado.
Tras un ictus, la independencia se ve alterada significativamente por el daño cognitivo, motor y sensitivo que puede producirse, afectando a todas las actividades sociales, familiares o laborales del paciente. Además, los pacientes también pueden presentar dolor y rigidez a causa de la espasticidad post-ictus. Una condición en la que ciertos músculos se tensan de manera involuntaria y se mantienen rígidos. En los casos más graves, puede crear dependencia de otras personas a la hora de realizar tareas cotidianas como levantarse o vestirse.
En este contexto, la neurorrehabilitación se presenta como un desafío, pero de manera adecuada ayuda a recuperar la independencia y calidad de vida. En este sentido, es muy importante la precocidad en el abordaje, siempre que la situación lo permita. En ocasiones, no es recomendable tratar inmediatamente y es fundamental ser conscientes de que cada paciente es diferente, por lo que el abordaje también.
Cada individuo presenta unas condiciones y unos tiempos diferentes y, como sus médicos, tenemos que estar presentes y acompañarlos en ese proceso para empezar en el momento oportuno. Para ello, es igualmente imprescindible la implicación de la familia. Para que la neurorrehabilitación sea efectiva deben cumplirse dos premisas fundamentales: motivación y participación activa del paciente y resistencia al tratamiento.
Y esto tiene lugar cuando la hoja de ruta es clara: con objetivos consensuados con el paciente y su entorno y fijados a corto plazo y a largo plazo, con posibilidad a que se pueden reevaluar. La vida post-ictus dista mucho de la de una persona que no ha pasado nunca por este evento cerebrovascular: puede presentar recaídas en el proceso de recuperación y es importante la atención constante del especialista para reevaluar el aumento de dolor, de rigidez, el aumento de caídas o la producción de más atragantamientos entre otras. En definitiva, los objetivos tienen que ser realistas, alcanzables, medibles, específicos y acotados en el tiempo.
En la neurorrehabilitación nos basamos en la neuro plasticidad del cerebro, es decir, en su capacidad de reorganizarse para recuperar sus funciones tras la lesión. Pero como todo aprendizaje requiere de motivación por parte del paciente. El punto de partida es querer recuperar la función perdida y que el entorno apoye este proceso para fomentar la motivación y la repetición que, durante un tiempo prolongado, tendrá que llevar a cabo el paciente.
Durante todo este proceso, el médico rehabilitador es el encargado de coordinar a un equipo multidisciplinar que incluye: fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales, logopedas o neuropsicólogos, entre otros profesionales sanitarios. También se están incorporando las nuevas tecnologías, que están revolucionando este campo, como la terapia asistida por Inteligencia Artificial y la realidad virtual, que repercuten en la neuro plasticidad cerebral, suponiendo todo un avance en la activación del cerebro.
Junto a estas terapias, este equipo multidisciplinar puede emplear también diversos tratamientos farmacológicos como puede ser la toxina botulínica, que permite actuar con mucha precisión, ondas de choque y terapias de radiofrecuencia.
La recuperación tras un ictus requiere, por tanto, conocimiento, coordinación, tecnología y, sobre todo, un compromiso compartido entre el equipo médico, el paciente y su entorno, con el objetivo de empoderar al paciente para que asuma un papel activo en la recuperación de su funcionalidad y calidad de vida.
Dra. Raquel Cutillas
Jefa asociada del Servicio de Rehabilitación del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid
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