De vuelta a la I República federal
Terminamos un año que desde el punto de vista de la política nacional, sería mejor poder olvidar. Al parecer, «el bloque político de la moción de censura» —en palabras de Pablo Iglesias—, está a un paso de dirigir «el Estado». Dicho por quienes tienen como referente político la Venezuela de Chaves y Maduro, no distinguir entre el Gobierno como poder ejecutivo de los otros poderes del Estado, creo que no es fácilmente atribuible a un mero lapsus.
Lo grave y preocupante es que, además, cada día que pasa se va confirmando la sensación de estar penetrando en un escenario político distinto —y no para mejor— del vivido durante las diez primeras legislaturas constitucionales. Si nadie lo remedia, el control de España va a ser asumido por partidos y dirigentes que no vivieron la Transición o que, habiéndola vivido, ahora están instalados en posiciones equívocas, inconstitucionales o radicalizadas.
Para ver dónde nos encontramos, basta describir la mentira continuada en la que se ha instalado Sánchez para mancillar sus compromisos adquiridos y promesas realizadas de negarse a gobernar mediante pactos con Podemos o con los independentistas. Este espectáculo sería impensable en una sociedad con valores, principios y convicciones arraigadas, donde cualquier político que faltara a su palabra con este nivel de descaro, de haber podido llegar a este punto, sería sencillamente obligado a dimitir.
A la indignidad personal de esta conducta, se añade la gravedad que supone hacerlo jugando con la soberanía nacional, la unidad de España y las instituciones del Estado, como quien imprudentemente negocia unos presupuestos, asignando créditos a unas partidas en detrimento de otras. Los partidos del bloque de la censura solo tienen en común su desafección u odio a España, en mayor o menor grado: Intenso y explícito en partidos como ERC; menos explícito pero no menos dañino en el PNV; radical y muy peligroso en Podemos, e inane en el actual Partido Socialista sanchista.
Formar Gobierno con estos mimbres, resultaría inimaginable en cualquier país de nuestro entorno, o en EEUU. En España es posible porque somos una sociedad sin el músculo social, moral y político necesario para afrontar democráticamente y con fortaleza esta situación. Enferma «de la dictadura del relativismo y de la postverdad», es incapaz de distinguir la verdad de la mentira ni el bien del mal, al haber llegado muy lejos la estrategia de ingeniería social que hábilmente ha ejecutado el proceso de destrucción de los valores cristianos, bajo pretexto de democratización. Somos una sociedad tecnológicamente avanzada, pero secularizada y moralmente muy dañada. Si para cualquier nación un proceso de desarraigo cristiano es dañino, en España lo es en grado extremo, por suponer la pérdida añadida de valores que conforman nuestra identidad nacional histórica. Así, la Nación española queda a merced de todo tipo de aventurerismo político, sin apenas capacidad de reacción.
Sánchez Abornoz, Julián Marías, Alberto Bárcena, Garcia Villada, Menéndez Pidal… son algunos de los más destacados pensadores, historiadores y escritores que han reflexionado y escrito con hondura acerca del “ser” de España, de la “idea” de España, en palabras de De Gaulle. De ella se deriva la convicción de que, renunciando a esas raíces, perdemos la vocación, el espíritu, y el sentido de misión que hemos llegado a ser, con el correr de los años, desde la Hispania romana. Solo así, y desde esta realidad, puede entenderse lo que nos está sucediendo, manoseándose política e impunemente nuestra Nación.
Ante el espectáculo de las selecciones deportivas de Euskadi, el derecho a decidir de unos y la autodeterminación de otros, estamos en camino de volver a la I República cantonalista y federal de 1873. De momento, además de los nacionalismos históricos catalán, vasco y gallego, ahora tenemos los regionalistas de Cantabria, los leonesistas, Teruel existe, y Soria Ya. En esta legislatura, la ronda de consultas para la investidura ha alcanzado a 17 en La Zarzuela.
A este paso, pronto llegará a 50.
No quiero acabar este artículo y este año sin un canto esperanzado hacia el futuro: la Historia enseña que la antiespaña está muy activa —ahora desde el Gobierno, en el colmo de la infamia—, y sabemos que harán mucho daño, pero nunca triunfarán.