La vuelta del antisemitismo

Sánchez ha cancelado la Vuelta ciclista a España. Sólo un pirómano verbal con evidentes y siniestros desórdenes mentales puede proclamar su admiración por el terrorismo callejero que ha impuesto al mundo la imagen de un país destruido en su civismo y convivencia. La extrema izquierda que ha inundado de odio y violencia las calles de Madrid, como antes las del País Vasco, ha visto impunidad en la jaculatoria que el Presidente del gobierno más antisemita de la historia pronunciaba mientras el miedo lideraba la carrera y la integridad de los corredores. Y ha aprovechado la oportunidad en el terreno que mejor se desenvuelven los totalitarios de hez y martillo: en la toma y hundimiento de lo común.
El derecho constitucional a manifestarse (artículo 21) no puede estar por encima del derecho contrario a disfrutar de un acontecimiento deportivo. El problema viene de esa consideración que tiene la izquierda sociológica en patrimonializar los espacios públicos. La izquierda cree que la calle es suya y tiene derecho a usarla y destrozarla a conveniencia, a veces, ni siquiera para revindicar algo al poder, sino para mostrar rechazo a determinadas acciones que no le gustan. Esa es su principal vía de expresión y en la Vuelta ha quedado patente una vez más que lo pacífico no deja de ser una máscara con la que maquillar sus intenciones más antidemocráticas y extremas. Su causa no es la del pueblo palestino, que lleva décadas sometidos al régimen de terror que le imponen desde autoridades que se arrogan el papel de representantes y sólo son recaudadores al servicio del mal, sino la oportunidad para concretar sus aspiraciones más horribles y sangrientas.
Sánchez ha decidido, en esta espiral autodestructiva de Estado fallido en la que nos ha metido, liderar las cenizas que salgan de todo esto. Su previsible pucherazo electoral vendrá programado por un continuado incendio social, en el que su radicalismo no conocerá límites. Si mañana considera pertinente gritar “gora ETA” para satisfacer los instintos ultras y estabulados de su pesebre militante y adocenado, lo hará. Nada detiene ya su deriva, en la que este antisemitismo circunstancial -como todo en él- le sirve de coyuntural cortina de humo para tapar la corrupción imparable de su mandato.
Pero algo hay que dejar claro tras la enésima mancha que el socialismo ha perpetrado a la imagen de España: La nación no es antisemita, el gobierno socialista, sí. El pueblo español no está a favor de Hamás, el gobierno socialista, sí. Pero su antisemitismo, conviene repetirlo, es la excusa para acabar con la democracia, y la kale borroka que patrocina, confirma el linimento que sacará de su escondrijo hediondo al extremismo más nauseabundo, ese que encarna desde su poltrona delictiva.
Ya estamos acostumbrados a estos episodios de violencia incontrolada y dirigida cuando la izquierda ve peligrar la continuidad en el poder. Desde rodear parlamentos hasta perseguir a adversarios políticos, pasando por la deshumanización constante y eliminación del que molesta o discrepe de sus propósitos. Es ahí cuando la izquierda polariza y silencia la vida ajena, y por tanto su libertad de expresión, proclamando la muerte física del oponente. Sin vida no hay argumentos que desmonten la incoherencia vital de unas posiciones que han demostrado a lo largo de la historia su fracaso social, político, económico y cultural allí donde se han manifestado, que ha sido en todo el mundo. Por eso justifica el asesinato de quien piensa diferente, porque sabe que del otro lado no va a haber reacción. Así, se dedica a crear un clima constante de provocación y acoso para ver si la contraparte estalla y acusarla así de odio, violencia y guerra. En esa adversativa indeseable que permea todo acto violencia desde la izquierda al oponente, representan ya el gran peligro para la democracia, la libertad y la convivencia.
Los que han parado la Vuelta son los mismos que jalean dictaduras, a Hamás o a ETA, que hacen escraches a políticos de ideología diferente o se alinean con los que vienen a delinquir. Se saben impunes, animados por este Gobierno antisemita y sus medios ultras. Pero no olvidemos que la delincuencia reina en las calles cuando los delincuentes gobiernan las instituciones y que los violentos secuestran lo público cuando desde lo público se financia la violencia. Lo que ha pasado con la Vuelta ciclista a España es la constatación de que Sánchez y sus terminales extremas van con todo y a por todos.
Los que tiraron vallas, asustaron niños y enarbolaron banderas de una causa a cinco mil kilómetros son los mismos que se quedan en el sofá ante el saqueo contante de las arcas públicas, los innumerables delitos de corrupción del gobierno, el puterío continuado de sus miembros o el perdón a delincuentes que encarnan el verdadero racismo y xenofobia de nuestro país. Porque, en verdad, no son manifestantes, son terroristas callejeros, que necesitan vivir del odio para estar a gusto con su conciencia. En la paz, sus gritos de vómito no tienen la salida que sí encuentran en el caos y la destrucción. El regreso del antisemitismo no es sólo una excusa, es la confirmación de que Sánchez y la izquierda son enemigos sinceros de una democracia agonizante.