Entre vividores y cretinos

Entre vividores y cretinos

No cabe duda de que Sánchez es el presidente más poliédrico de todos los habidos. Su condición genuina es la de un depravado que ha vendido su alma al diablo para conservar La Moncloa a cualquier precio. Su disposición a humillarse ante los únicos que pueden apuntalar su continuidad sin abocarlo a una convocatoria anticipada de elecciones nada entre la grandilocuencia y la cursilería -pecado capital-. Ni más ni menos que en el Liceo de Barcelona ante trescientos representantes de la no sociedad civil catalana -todos comprados de una u otra manera: políticos, negociantes y periodistas afines-, allí digo, anunció el lunes los indultos que se aprobaron después para fomentar la convivencia, para auspiciar la concordia, para que los catalanes que sentían un profundo desgarro por la cárcel de sus líderes aprecien la generosidad sin límites del Gobierno en favor del reencuentro. ¡Por España!, dijo Ábalos, el que desayuna todos los días un ‘sol y sombra’ antes de eructar o de recibir a Delcy Rodríguez.

Todo fue un gesto de una humanidad inmarcesible, practicado desde el corazón. No importa que tanta magnanimidad haya desairado a la otra mitad de la sociedad catalana contraria al independentismo o ignorado al conjunto del pueblo español, en el que reside la soberanía nacional, o dado por expiada la barbarie que ocasionaron los hasta ahora penados y los que los apoyaban incendiando las calles, provocando tumultos, amenazando cotidianamente a los que no piensan como ellos y organizando a fin de cuentas un golpe de Estado en toda regla.

El político y filósofo inglés Edmund Burke dijo en su momento que para que el mal triunfe basta con que los hombres buenos no hagan nada. Yo creo que se quedó corto. Al menos en España, si el mal triunfa es gracias a tres categorías ontológicas adicionales: los vividores, los tontos solemnes y los socialistas. Los primeros son los representantes de la patronal catalana, o del Círculo de Economía, que en realidad son apéndices de la Generalitat de turno, cuando no sus arietes al estilo del Barça. Estos sólo aspiran a vivir tranquilos, volver a cenar sin miedo en Vía Véneto, a que no haya disturbios en la calle, a que sus propiedades no estén amenazadas y a que el hámster de los niños siga moviendo la rueda por la noche.

Si tuvieran un mínimo de honestidad llevarían tiempo denunciando el atropello fiscal que padece Cataluña -con la mayor presión tributaria de la nación-, habrían presionado al Govern poniendo como ejemplo la política de atracción de inversiones que impulsa la Comunidad de Madrid, habrían reconvenido a sus políticos por la ignominia de casi ocho mil empresas fugadas y también habrían planteado batalla contra la ley de alquileres de la señora Colau, la demolición de la unidad de mercado… en fin, habrían perseguido con ahínco aquellos objetivos dignos de ser enarbolados en favor del libre comercio, de la prosperidad de los negocios y de la creación de empleo en una autonomía muy postergada en relación con la capital en renta por habitante, en bienestar social y en felicidad común.

Pero claro, Sánchez Llibre, presidente de Fomento del Trabajo Nacional, la organización principal de empresarios de allí, ya acreditó su condición de vividor y de comensal profesional en Madrid como diputado durante décadas de CiU sin haber proporcionado rédito apreciable, junto a otro personaje igualmente discutible como Durán Lleida, que ha disfrutado de una suite del Palace a cargo del erario público casi tanto tiempo como Julio Camba; luego fue catapultado hasta el puesto que ocupa por Juan Rosell, que hace ya muchísimo tiempo que es un liberal difunto en busca de un cargo de postín bien remunerado.  A Faus, del Círculo de Economía, no lo conozco, pero todas las referencias que me llegan son las de un personaje acomodaticio. Las de un colaboracionista con el régimen totalitario que impera en Cataluña desde que murió Tarradellas. Desde que llegó Pujol, al que Plá llamaba “ese milhombres”, calificativo que le viene al pelo al doctor Sánchez.

La segunda categoría para que el mal triunfe es la de los tontos solemnes, y quizá el que los lidera a distancia es el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi. Este señor fue aupado a la presidencia de la patronal española porque demostró un interés indescriptible en serlo, sólo comparable a la desgana de otros eventuales candidatos, pero jamás engañó a nadie. Todos los que lo propiciaron sabían que es un personaje enormemente simpático y un buen chico, aunque con una capacidad intelectual inversamente proporcional a sus virtudes prosaicas. Es básicamente un tibio que ni aguanta envites ni mucho menos órdagos, y de tales deficiencias ha dado ya pruebas consistentes, como cuando cedió a una subida del salario mínimo infame.

Cuando se elevó a los altares a Garamendi, todo parecía importar poco. La economía iba como un tiro y apenas había dejado la presidencia del Ejecutivo Mariano Rajoy, que es una persona, a pesar de sus defectos, inteligente, preparada y normal. Pero el problema de tener al frente de una institución legendaria como la CEOE a un tipo menor empieza cuando la coyuntura se tuerce, cuando de manera inopinada surge la pandemia y cuando tienes enfrente a un Gobierno compuesto por gentuza, empezando por su presidente, después por Iglesias -hasta que dejó la Moncloa- y luego por epítomes como la comunista Yolanda Díaz al frente del Departamento de Trabajo. Entonces estás perdido. Te van a engañar a la primera de cambio…si estás naturalmente configurado para dejarte embaucar.

Y así le pasó a Garamendi en Barcelona. Llegó invitado por el Círculo de Economía, le comieron la oreja en un par de reuniones y dijo aquello que ha creado un cisma entre los empresarios de bien del país: “si las cosas se normalizan, bienvenidos sean los indultos”. Como todos los torpes o inoportunos, luego ha intentado dar marcha atrás, cuando ya era tarde, cuando ya había servido el alimento deletéreo que quería Sánchez y que necesitaban las televisiones acólitas para agasajar al petimetre por su acto heroico: “¡hasta los empresarios están contra Casado!”

Pero la evidencia empírica demuestra tozudamente que jamás la cesión a los nacionalistas o independentistas ha sido útil para aproximarse a la concordia. Ha impulsado invariablemente la división. No ha habido ningún lugar en el mundo, después del Reino Unido durante la época de Chamberlain, donde se haya puesto más a prueba la inoperancia y las contraindicaciones de la política del apaciguamiento. Y solamente basta ver las reacciones de Junqueras y del resto de los hoy indultados con las palabras de Sánchez en su acto grandilocuente, cursi y finalmente criminal del Liceo.  Los delincuentes perdonados creen que la gracia “es un triunfo que demuestra la debilidad del Estado”, o que “será el preludio de la derrota que sufrirá España”.

Hay otra categoría final precisa para que el mal triunfe en España. Estos son los socialistas contemporáneos. Ni barones ni gaitas. Los barones tipo Emiliano García Page, de Castilla La Mancha, siguen dando algunos pellizcos de monja. El extremeño Guillermo Fernández Vara ya ni eso, pues se ha apuntado desde hace ya días a la rendición incondicional. Pero el que mejor ha descrito a los socialistas de este nuevo siglo ha sido Juan Espadas, el ganador de las primarias en Andalucía disputando el puesto a Susana Díaz.

El periodista Carlos Alsina le preguntó en una entrevista en Onda Cero: ¿Apoya usted los indultos? Y respondió: “Desde luego”. Y Alsina insistió: ¿Y si el presidente estuviera en contra?”. Y respondió: “Entonces estaría en contra”. He de decir con gran pesar que los muchos socialistas que conozco son exactamente, y dramáticamente, igual de estúpidos. El ‘sanchismo’ los ha abducido sin remedio, sin esperanza de reconversión. Como dijo el Rasputín Iván Redondo, “se tirarían por un barranco por Sánchez y estarán con él hasta el final”, diga lo que diga. Han perdido la dignidad y el respeto que en otro tiempo merecían.

En éste, en los momentos desgraciados que vive España, esta conjunción astral de categorías ontológicas -los obispos, la cúpula empresarial catalana, los políticos y periodistas comprados, el inane presidente de la patronal española- trabaja por la destrucción de la nación. Pero aún hay esperanza. Por fortuna, la marea contra Sánchez es cada vez más mayoritaria en el país, ha aumentado desde el martes, y seguirá creciendo a medida que la felación política a la que nos invita el presidente, y a la que no estamos dispuestos, alcance caracteres de epopeya.

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