¡Uy, cómo empieza a parecerse esto a Venezuela!
El político más grande de todos los tiempos, Sir Winston Churchill, dijo que la democracia consiste en que si llaman a tu puerta a las seis de la mañana, sabes fehacientemente que quien está al otro lado es el lechero. Una dictadura, un régimen autoritario, una dictablanda incluso, es aquel sistema en el que cuando tocan el timbre a las seis de la mañana eres consciente de que el poder ha llegado para llevarte caminito de Jerez.
El chusco episodio de la entrada policial en un domicilio particular en Palma hace 8 días sería una anécdota más de las muchas que acontecen cada semana en nuestro país si no fuera porque estamos en una suerte de democracia vigilada desde hace dos meses. Una anécdota grave, porque no se puede entrar en una casa o permanecer en ella sin mandato judicial, pero una anécdota al fin y al cabo. El problema es que estas anécdotas están empezando a convertirse en categoría en la España de Sánchez. Lo subrayo porque de los policías actuantes tengo las mejores referencias en lo personal y en lo profesional. Sus historiales están inmaculados.
El problema no es de un Cuerpo que respeta escrupulosamente la Constitución, por convicción y porque es lo que les enseñan en la Escuela de Ávila. El quid de la cuestión es quién les manda: Fernando Grande-Marlaska, que es magistrado de carrera, lo cual agrava sustancialmente el asunto. Un tipo que está contrayendo méritos para acabar siendo el peor ministro del Interior de la historia al actuar cual jefecillo de una policía política de país bananero. Utilizando a policías y guardias civiles no para cumplir la ley y hacerla cumplir sino para perseguir al discrepante.
So pretexto del Estado de alarma, a los agentes se les está inoculando la idea de que pueden hacer lo que quieran. Algo de lo cual ellos no tienen ninguna culpa pues el 99% son ADNs intachables. El ejemplo que les llega desde las alturas es inempeorable: la primera señal la tuvimos hace un mes cuando el general de la Guardia Civil Santiago leyó en ruenda de prensa en Moncloa un papel que decía que uno de los objetivos que les habían puesto era “perseguir en redes sociales a los desafectos al Gobierno”. Una afirmación más propia de un alto mando chavista que del de un cuerpo armado de un Estado democrático.
Llovía sobre mojado porque lo primero que hizo Franquito Sánchez en la era coronavirus fue cerrar el Portal de Transparencia para toda aquella información pública relativa a la pandemia. Consecuencia: puedes formular todas las preguntas que te vengan en gana que no te responderán ni una. Como si fuera información clasificada o reservada que pudiera caer en manos del enemigo. Sencillamente, repugnante. Más propio de la Turquía del sultán Erdogan o la Rusia del zar Putin, regímenes en los que hay elecciones, sí, como en Venezuela, pero más amañadas que un combate de Urtain.
El manejo de la economía está permitiendo a este Frente Popular avanzar a pasos agigantados en su absolutista proyecto
La siguiente andanada contra la libertad se está produciendo sotto voce. Y no es otra que la castración sistemática en redes sociales de los mensajes contra el Gobierno. No impiden que mandes textos de este tenor pero sí que lo hagas masivamente. Salvo, claro está, que pidas la muerte de Santiago Abascal, en cuyo caso Twitter te da vía libre para que hagas lo que consideres oportuno. A lo mejor es que el asesinato del presidente de Vox está justificado en términos morales. Habrá que preguntárselo a la CEO de la compañía tecnológica en España, Nathalie Picquot, que al parecer ha venido de Francia a darnos lecciones de ética. De antiética, mejor dicho, porque permitir invitar a asesinar a alguien en internet se me antoja cuasidelictivo.
Más madera. El manejo de la economía está permitiendo a este Frente Popular avanzar a pasos agigantados en su absolutista proyecto. La gestión de los números está siendo tan deplorable que Podemos está consiguiendo sus objetivos, sin prisa pero sin pausa, en silencio pero con contundencia. Por un lado, empobrecer a la sociedad para luego subsidiarla y tenerla sometida de manera clientelar en las urnas; por otro, cargarse empresas de sectores estratégicos para más tarde tener que nacionalizarlas porque de momento en España están prohibidas esas expropiaciones modelo Chávez que tanto molan al vicepresidente coletudo.
“La mentira”, apuntó uno de los mayores genocidas de la historia de la humanidad, Vladimir Illich Lenin, es “un arma revolucionaria”. Algo que se saben mejor que el Catecismo un cura los miembros de esa cúpula de Podemos que fue adiestrada en Venezuela para mentir hasta al médico con tal de conseguir transformar democracias liberales en dictaduras comunistas. Y este Gobierno, y más concretamente este presidente, mienten más que hablan. Sus trolas sobre los ránkings mundiales de test pasarán a engrosar los anales de la infamia. Sostener que estábamos a la cabeza en la lista de la Universidad de Oxford cuando ni siquiera figurábamos entre los 10 primeros, que la OCDE nos situaba los octavos cuando nos encontrábamos en el puesto 17 o que la Johns Hopkins nos aplaudía cuando no hace listas de pruebas de Covid-19 de otros países son embustes descarados. Todos los gobernantes autocráticos o tiránicos hacen lo mismo: falsear la realidad para conseguir darle la vuelta. Ya lo decía el padre de la propaganda moderna, el nazi Goebbels, “una mentira mil veces repetida se acaba convirtiendo en una verdad incuestionable”.
La Resistencia, que es como en OKDIARIO hemos bautizado a la rebelión ciudadana, ha llegado para quedarse. Y en Moncloa están de los nervios porque entre eso y las encuestas, ven que se les acaba el chollo. No son precisamente los Cayetanos del barrio de Echenique, el de Salamanca, los que se están sublevando, sino más bien esa clase media que es la que vertebra los países más avanzados del mundo. La indignación ciudadana es transversal: hay ricos, pobres y mediopensionistas. Liberales, conservadores, socialistas, podemitas y hasta independentistas. La gente está harta de este Gobierno tramposo, autocrático y con trazas de estar llevándoselo en la compra de material sanitario.
La escena que se está viviendo en la zona cero de la protesta, la madrileña calle de Núñez de Balboa, parece extraída de Caracas. Gente pacífica, corriente y moliente, padres y madres de familia, ciudadanos normales, se manifiesta pacíficamente y son vigilados por un dispositivo policial más propio de un partido de alto riesgo Real Madrid-Barcelona o del golpe de Estado del 1-O. Hasta un helicóptero sobrevuela la zona para amedrentar a los manifestantes. La Policía actúa a regañadientes, entre otras cosas, porque sabe que son personas cero violentas. Lo que no sabe el desahogado ministro del Interior es que los agentes, prácticamente sin excepción, respaldan por lo bajini a los manifestantes que escudriñan.
La Policía actúa a regañadientes contra los manifestantes, entre otras cosas, porque sabe que son personas cero violentas
Son tan tontos como autoritarios. A Dios gracias. Lo que no pasaba de ser un gesto espontáneo en una calle no excesivamente larga de Madrid han conseguido convertirlo, por obra y gracia de su prepotencia, en un movimiento mayoritario que ya inunda las calles de toda España sin posibilidad de vuelta atrás. Madrid, Alicante, Zaragoza, Móstoles, Valladolid, Sevilla, Valencia, Oviedo… El autoritarismo de Sánchez e Iglesias es la gasolina de La Resistencia, de esa España pacífica que dos meses después ha decidido corear tan alto como claro un ensordecedor “¡basta ya!”.
De la indignidad de este Gobierno da fe esa manifestación contra Los Picapiedra Sánchez e Iglesias que se iba a celebrar por La Castellana hace una semana y que se prohibió por “razones de salud pública”. ¿Pero cómo carajo podía haber contagios si se iba a celebrar en coche? El caso es prohibir. Se proscribe esta marcha, se persigue los miles de Núñez de Balboa que recorren España, pero se ha consentido la manifestación que se celebró en mi pueblo, Pamplona, el viernes para homenajear al hijo de Satanás que asesinó al concejal de UPN Tomás Caballero. Ascazo. Ojalá se pudran el tal Patxi Ruiz y quienes ampararon la concentración de la gentuza proetarra.
La penúltima, que no última, porque esto es un no parar, llegó el viernes en forma de cacicada al castigar a Madrid con al menos una semana más de fase 0. Cosa que no sucede con ninguna otra comunidad en su totalidad: Castilla y León y Cataluña están parcialmente en fase 1. La misma diabólica estrategia que implementó Franco al ganar la Guerra Civil: premiar a las regiones que habían sido afectas a su causa y castigar a las que se mantuvieron en el bando republicano. A nadie se le escapa que es un castigo a los madrileños por haber osado dejar en manos del centroderecha tanto la Comunidad como el Ayuntamiento de la capital hace un año menos una semana.
Por no hablar del puenteo permanente a las comunidades autónomas, cuando saben de Sanidad mil veces más que un Ministerio que hasta el 14 de marzo estaba de adorno, ya que las competencias están transferidas en un 90%. O de la momentánea hibernación del Parlamento, como por cierto ha hecho Maduro en Venezuela abrogando de facto la Asamblea Nacional. O de esas ruedas de prensa monclovitas con preguntas escogidas y a la carta. O de ese “si me lo permite, esa pregunta no la formularía yo así”, con el que se despachó ayer Franquito ante un periodista incómodo. O de ese ninguneo que el inquilino de Moncloa dedica ya casi a diario al de Zarzuela.
No creo yo que acabemos venezolanizados porque estamos en el euro, en la UE y somos aliados de EEUU. Pero lo descarto menos que nunca. Entre otras cosas, porque Sánchez continúa empeñado en oxigenar artificialmente el pacto con comunistas bolivarianos, golpistas y etarras. Más o menos el mismo cóctel de ese Frente Popular que nos llevó, con la inestimable colaboración de Franco, a esa contienda de malos contra malos que fue la Guerra Civil. La chulería y el autoritarismo del jefe de Gobierno no invitan precisamente a la esperanza. Ayer quedó en evidencia con una frase de perdonavidas tiranozuelo: “Está vigente la libertad de expresión y prensa”. Excusatio non petita, accusatio manifesta.