«Transparencia y calidad democrática»: Control mensual y secreto del Gobierno, en Suiza y por Puigdemont

Sánchez Ayuso

Hace unas semanas recordábamos que «la transparencia es una condición necesaria para una democracia de calidad». Fue Sánchez quien lo enfatizó y comprometió en su discurso de la moción de censura en mayo de 2018. Conviene no olvidar, además, que esa censura la promovió él tras las dos mayores derrotas obtenidas por un candidato socialista desde las elecciones constituyentes del 15 de junio de 1977, al obtener 89 y 84 diputados en una y otra. Y que si no fuera suficiente argumento, que lo es, lo fueron con seis meses de diferencia entre ambas (20 de diciembre de 2015 – 26 de junio de 2016), siendo las primeras elecciones generales que tuvieron que repetirse desde la aprobación de la Constitución. Ello por negarse a facilitar la investidura del vencedor en ambas y que le superó en más de 50 escaños en la segunda derrota.

Fue su lema electoral con el que ganó las primarias de su partido: «No es no, señor Rajoy» con el que pretendía tener que celebrarlas por tercera vez o ser investido Frankenstein, y que puso de manifiesto su personal talante y nula voluntad de llegar a acuerdos calificables como de «interés de Estado». Sin duda, para Sánchez el único interés es el de conseguir y mantener el poder. Ahora vemos esa transparencia y calidad democrática reflejadas en lo que constituye un acto de corrupción política sin precedentes: estar sometido desde su investidura -comprada a Puigdemont al precio de una «amnistía integral y a la carta»- a una sesión mensual -ya van cuatro- de control político por él en Suiza, secreta, y con un auditor internacional.

Con el transcurso del tiempo se tomará plena conciencia del atentado a la dignidad y autoestima de España y los españoles que tal situación significa. Es una ignominia que merece estar en la historia, y que lo estará, como una vergonzosa sumisión de la nación española a la descontrolada ambición por parte del personaje Sánchez. Los pasados días, tras la aprobación por el Congreso de la proposición de ley de Amnistía, tras las últimas concesiones en materia de traición, terrorismo y malversación para el prófugo de Waterloo y los suyos, el sanchismo se las prometía felices. «Tenemos todo el tiempo por delante, toda la legislatura hasta 2027, a la oposición se le hará muy larga», afirmaba un eufórico Sánchez. Ya daban por aprobados los Presupuestos de 2024, con Puigdemont satisfecho en sus últimas exigencias. Pero no contaba con que Aragonés, otro imprescindible socio con los mismos siete votos que Junts, disolvería el Parlament y convocaría elecciones para el 12 de mayo.

Ahora Sánchez se encuentra con un Gobierno «tan útil como un coche sin gasolina» como le decía a Rajoy antes de aprobar los Presupuestos de 2018, con la hemeroteca digital cual fedataria pública y publicada. Sin las cuentas públicas para este ejercicio 2024, el suyo no es sólo un coche inútil, sino un Frankenstein a pleno rendimiento de daño a la convivencia entre españoles, que él confunde con su conveniencia.

Tras el descalabro electoral gallego para Sánchez y Yolanda (extraparlamentaria por el sentidiño de sus paisanos que la conocen bien), este trimestre, con elecciones en el País Vasco y Europeas, a las que ahora se suma Cataluña, convierten este primer año de legislatura en una radicalizada y permanente batalla política y electoral, entre el sanchismo y la oposición. En el Congreso del PSC en Barcelona, todavía se atrevió a sostener que «el indulto y la amnistía son instrumentos para la convivencia». Tendría que explicar por qué no los concedió antes, si eso se lo cree, y la casualidad de que hayan coincidido con la necesidad de los votos del secesionismo para seguir en el poder.

Una cosa es que la militancia socialista le aplauda mañana, tarde y noche, diga lo que diga su venerado líder supremo, y otra que tome al resto de españoles por tontos. Sostener tamaña falacia es una monumental falta de respeto a los españoles, que deben despertar del letargo en el que no pocos parecen encontrarse instalados todavía. Pero antes que tarde, esta pesadilla acabará. Y con Sánchez y el PSOE en destacado lugar en la peor historia de España.

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