El socialismo no leninista y su ejercicio del poder

El socialismo no leninista y su ejercicio del poder

Caminando esta mañana por el madrileño paseo de la Castellana, me he detenido unos minutos delante del monumento a Francisco Largo Caballero, una escultura que se encargó en 1985 al piloto onubense, discípulo artístico de Pablo Serrano, Pepe Noja. Estaban allí unos jóvenes colocando unas rosas rojas junto a dos retratos: el de Pablo Iglesias I, de quien Paco Largo heredó sus convicciones ideológicas; y el de Pablo Iglesias II, el actual vicepresidente del gobierno, que interpreta de forma muy particular los mismos principios.

Francisco Largo Caballero, madrileño de carácter indoblegable, tiene un lugar indiscutible en nuestra historia. Esta cuestión es innegable, ahora bien ¿es un lugar imparcial e inocente? Claramente, no. Condenado a cadena perpetua por delito de sedición, este homenajeado en una de las avenidas más importantes de Europa promovió la violencia social como única manera de actuar, puesto que para él el triunfo era inviable desde la legalidad. Su objetivo vital fue ver la bandera roja de la revolución socialista ondeando en los edificios oficiales. El hombre más representativo del proletariado español fue en extremo agitado, intolerante y soliviantado. Fue acusado de inducción directa y eficaz a la comisión por innumerables asesinatos, que bien podía haber evitado. Y ahí está su monumento, ¿memoria histórica?

Su figura me llevó a una reflexión: ¿En qué medida se mantiene el socialismo no leninista fiel al marxismo en la realidad del ejercicio político actual? Desde 1945, el alejamiento de ambas versiones se acentuó, sin que, sin embargo, sea todavía definitivo. El ejercicio del poder, para entenderlo bien y que no nos lleve a confusión, es la gestión por parte de los socialistas del orden legal existente, dentro del marco del capitalismo y del respeto a las reglas constitucionales establecidas. Procedo a intentar dibujar un poco el contexto, con intención de unir todos estos conceptos.

El telón de fondo es la decadencia. Decadencia de las naciones, decadencia de Occidente, decadencia de los valores/pilares sociales comunes (la familia y su fundamental papel en la comprensión de la estratificación social, la religión como refugio espiritual, el sentimiento de pertenecer a una comunidad como bien superior al individualismo), decadencia cultural (entendiendo la cultura como un organismo vivo, cuyo objetivo es la consecución de claridad, fuerza y conciencia), decadencia del aprecio a la virilidad, etc. Sin embargo, estas meditaciones sobre la decadencia no conducen a definir una política. Sólo las expongo como atmósfera muy gráfica de la realidad actual.

En la hipócrita, desmembrada y falta de pilares sólidos maraña humana que forma el gobierno español actual se propone de manera desordenada elaborar una “teoría moderna del socialismo”, basada –creo- en ampliar la libertad de elección. Todo ello sin haber concluido la época de los complejos y de los arreglos ante el leninismo-estalinismo. El resentimiento y la conciencia de haberse sabido inferiores están actualmente demasiado ligados al ejercicio del poder. De hecho, es ésta la única cuestión que de verdad une a todos sus dirigentes. El problema de la ética del socialismo continúa siendo la gran búsqueda del socialismo moderno. No se puede olvidar que el socialismo es, ante todo, un imperativo ético. Dicho esto, para su desarrollo eficaz se requiere tener ética y no sigo porque la conclusión ya la darán por supuesta y escribirlo me parece una obviedad.

El socialismo no leninista está formado por todas las corrientes ideológicas que se agrupan bajo el nominativo “socialdemocracia”. Con la excepción del socialismo británico, estas corrientes derivan de los movimientos sociales del siglo XIX y, en mayor o menor medida, del marxismo. A pesar de las vicisitudes históricas de la segunda mitad del siglo pasado, que hicieron que se fomentaran las tentativas de renovación ideológica para escapar de la oposición negativa implícita en el marxismo-leninismo, la tesis central de Marx, según la cual el proletariado industrial es el único agente de la revolución, permanece subyacente y contaminada en la realidad actual. Es la tesis de la revolución permanente, de la disconformidad como forma de vida, pero no con el objetivo de construir, sino de destruir.

En la actualidad, se mezclan ese telón de fondo decadente descrito con esta maraña de conceptos tergiversados y aplicados al bien particular. El resultado es francamente desesperanzador para el país. Hasta el propio Largo Caballero, que si algo tenía eran las ideas claras, diría: “¡Qué desastre! Quitadme ya de aquí, no estáis a mi altura, gobernantes sin madurez ni valores, maleables y rendidos”. Pensé todo esto mientras miraba los horribles retratos de los “pablistas” y seguí mi camino hacia el Club Allard, en busca de un poco de lógica, de buen gusto y de paz.

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