Situación insostenible, movilización general 

Situación insostenible, movilización general 

Nunca un presidente del Gobierno fue tan indigno que como éste que padecemos. Nunca existió desde el felón Fernando VII, un mandatario parigual. ¿Qué hacer entonces? La Constitución de 1978 recoge un Artículo, el 102, que sitúa la responsabilidad del presidente del Gobierno en la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Un epígrafe posterior, el segundo, se refiere a las posibles acusaciones “por traición o por cualquier delito contra la seguridad del Estado”, y plantea que “sólo puede ser presentada por iniciativa de la cuarta parte de los miembros del Gobierno”; es decir que 88 parlamentarios del Partido Popular y 50 de Vox por ejemplo, tendrían la posibilidad, en hipótesis, de ejercer este derecho. Pero este apartado pone dificultades serias a la iniciativa y deposita en la mayoría absoluta de la Cámara la revocación del presidente.  Las cosas por ahí están complicadas. Este cronista, piensa que, como afirma el ex-presidente Aznar, Sánchez ha traspasado “todas las rayas rojas” en su actuación pública. Y, ¿qué rayas rojas son éstas? Se me ocurren una treintena, pero podemos quedarnos con una sola: su pertinacia en el engaño a todas las instituciones de la Nación, y sobre toda a una: al pueblo mismo que ya es consciente de que este embustero patológico ha engañado, sin ir más lejos al Parlamento, sede -es un tópico en este momento- de la soberanía nacional.

Pero, como reconocemos que el tránsito por esta vía es imposible salvo que la facción leninista del Parlamento, los veleteros diputados de Ciudadanos, y una decena más de representantes se sumaran a la acusación, no queda otra opción que la presión nacional para provocar la salida de este individuo de su cómoda mansión de La Moncloa. Para eso no existe mejor instrumento que el ejercicio del derecho de manifestación ahora mismo conculcado por las sucesivas prórrogas del Estado de Alarma que Sánchez, según informaciones socialistas de todo crédito, se propone alargar, lo menos, hasta el próximo 22 de junio. O incluso más. ¿Más, por qué, se dirá? Pues, porque sin forzar el Reglamento del Congreso, la venidera sesión para engordar la Alarma, se puede aplazar (y en eso están el de gurucillo y el resto de los fontaneros de la manipulación) hasta el 12 de junio. Añadan quince días más y nos situaremos en los estertores del mes. Ese el calendario tramposo que sigue Sánchez y su pernicioso harén de conmilitones.

O sea, que como el Parlamento no soluciona ninguna censura, tampoco la Moción porque se quedaría corta en la suma, lo único que puede dar al traste con la intención de Sánchez es la movilización general contra él y todo lo que él representa. Para intentar el recorrido por ese camino resulta imprescindible conseguir de nuevo que el derecho de reunión y manifestación esté vigente. Sánchez trabaja con un argumento manido y sospechosamente parcial: estos derechos ponen en peligro la remisión de la pandemia. Es al contrario porque resulta mucho más sencillo regular y ordenar (para eso están los servicios correspondientes) una manifestación legal que una concentración espontánea de las que ahora mismo pueblan nuestras ciudades. El “modelito fases” está fracasando rotundamente; en España ni se entiende en qué consisten, ni se respetan en absoluto. Además, la arbitrariedad y la inepcia con que está gobernando este proceso el dúo Illa-Marlaska está produciendo en la gente una fuerte irritación ya imposible de controlar. Por tanto, la calle como escenario de la protesta total contra Sánchez y su equipo del Frente Popular. El último episodio que estamos soportando desde el miércoles, debe interpretarse con la gota del hastío e irritación que se vive en España. El Gobierno, engañado también por Sánchez, está dividido, por lo menos, en tres mitades: una, los que conservan una cierta sensatez como Calviño y quizá, largando muy por arriba, Escrivá; otra, la de los rastreros y enchulecidos zalameros que pilota el simpático Ábalos; la tercera, la de los leninistas de Iglesias ya enfrentados radical e irremediablemente con todo lo que representa Calviño. Un Gobierno así es un lastre para una época de sangre, sudor y lágrimas como ésta que nos traído el maldito virus. Con estos caballos no se puede trotar, de modo que, si algunos de los decentes no se van con viento fresco a sus casas, se volverán a confundir con el grupo de Sánchez en el que no existe más que una sola obsesión: seguir viajando en coche oficial y no someterse a los dictados que nos va a mandar Bruselas. Es una situación insostenible para la cual sólo existe una triple receta: protesta generalizada y pacífica contra el sanchismo destructor, alianza del centro derecha para sacar a este individuo maléfico del poder, y en todo caso, porque no nos cabe más remedio, ponernos bajo el mando de los que verdaderamente saben, los hombres de blanco (los médicos) y los de negro (los economistas) españoles que son los únicos que conocen qué hacer con nosotros. Sánchez, un embustero pertinaz y sin escrúpulos, parece que esté siguiendo la pauta de Hitler, aquel dictador sin disfraz (éste nuestro sí que va embozado) que presumió así: “El pueblo siempre cae víctima de una gran mentira”. Sánchez.

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