El silencio ensordecedor de Sánchez
Mientras por fin el Papa Francisco ha roto su polémico silencio sobre las detenciones de religiosos en Nicaragua, aquí en España el Gobierno de Pedro Sánchez calla, enmudece, se tumba a la bartola en la tumbona playera y cuando se acerca al chiringuito sólo encuentra palabras para arremeter contra la oposición.
Ese es el denominador común que existe entre los gobiernos autoritarios de izquierdas en Iberoamérica y el gobierno más autoritario desde los tiempos de Franco en España con Sánchez a la cabeza.
Es inconcebible que mientras países como Estados Unidos ven rechazar por parte del dictador nicaragüense, Daniel Ortega, la propuesta de un nuevo embajador, desde España se manda un mensaje diametralmente opuesto. Sánchez y sus socios comunistas han dejado claro que prefieren compartir mesa y mantel con un dictador, acabar con los problemas generados durante el pasado año, mandando una nueva embajadora, Pilar María Terrén, para ejercer las funciones propias de una diplomática florero.
Los nuevos embajadores españoles en el exterior tendrían que hacer como sus colegas estadounidenses y someterse a las preguntas de los diputados del Congreso y del Senado como se recogió en la Ley de Acción Exterior de 2014, que tanto el PSOE reivindicaba entonces, pero en su habitual muestra de opacidad actualmente no promueve.
Hace diez años los de Sánchez querían que los embajadores designados comparecieran para dar cuenta de los objetivos de su Misión en el nuevo destino, pero ahora la rendición de cuentas es nula. En la actualidad con lo que está ocurriendo en Nicaragua, el silencio de la nueva embajadora que sigue las instrucciones de Napoleonchu Albares y que acata los efluvios del Napoleoncito de La Moncloa, esconde el objetivo claro e ignominioso de ocultar a la opinión pública española lo que allí está ocurriendo, no incomodar al dictador y no importunar aquí a sus socios de la extrema izquierda que ven en la Nicaragua de Ortega una tierra de oportunidades para recibir maletas como las que traía Delcy Rodríguez.
La razón por la que el tirano Ortega no ha aceptado al representante diplomático estadounidense es precisamente porque el afectado, Hugo Rodríguez, aseguró que “Nicaragua se está convirtiendo cada vez más en un Estado paria dentro de la región”, además de presentar una hoja de ruta clara sobre la deriva totalitaria del régimen nicaragüense que recogía, entre otras cosas, echar a dicho país del CAFT (Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos).
Y claro está, una de las cosas que peor llevan los dictadores del mundo es que desde fuera se les afee su conducta represiva y autoritaria. Inmediatamente mandó el tirano a la administración Biden una carta para decir que se olvidara de mandar a su nuevo embajador a Managua. Lo siguiente que hizo EEUU, que a pesar de tener al senil Biden, sigue teniendo algunos gestos de lucidez fue dejar vacante la plaza y no plegarse a los dictados inaceptables de semejante personajucho. Todo lo contrario a lo hecho por Sánchez y Albares desde España.
Hace un año, el Gobierno de Ortega hizo llegar una carta criticando al Gobierno español en supuesta protesta por unas supuestas “insolentes, anacrónicas y desfasadas” declaraciones que nunca nadie hizo, pero que valió de excusa para echar a la entonces embajadora, María del Mar Fernández-Palacios, y enviar ahora a alguien que no se va a caracterizar precisamente por la lucha contra la dictadura y la defensa de las libertades en aquel país.
Cuando el régimen de Ortega atraviesa su momentos de mayor ola represora, con 40 presos políticos, 200 periodistas exiliados y ahora el arresto de Monseñor Álvarez junto a cinco sacerdotes, tres seminaristas y tres laicos, el Gobierno de Sánchez vuelve una vez más a incumplir con las obligaciones y compromisos en defensa de la democracia que como país deberíamos tener con Nicaragua y los nicaragüenses. Otra oportunidad perdida.