Los separatistas odian a Cataluña
Los separatistas se llenan la boca sobre su presunto amor a Cataluña, como aman “su” tierra, “su” lengua, “sus” instituciones, “su” cultura. Pero no es verdad, en realidad la odian, porque sienten un rencor infinito hacia millones de conciudadanos que no comparten sus ideas, pero que son tan catalanes como ellos. No aman a Cataluña, sólo la visión de Cataluña que ellos tienen, una tierra empequeñecida y uniforme, en la que no cabe la discrepancia, en la que sólo se habla un idioma, se milita en una ideología concreta y en la que hay un gran enemigo exterior: España.
Por eso odian a Albert Boadella, a Joan Manel Serrat o a Isabel Coixet. Porque como no son independentistas, y son tres ejemplos brillantes de la cultura que se crea en Cataluña, les han de negar la condición de catalanes, les han de reducir a la condición de enemigos del “pueblo”, de agentes colaboradores con una dictadura siniestra, la encarnada en el “Estado español”. Los separatistas mandan así un mensaje muy claro: nos atrevemos con cualquiera que nos lleve la contraria por muy prestigioso que sea, así que mejor que os quedéis calladitos, porque si a ellos les linchamos, a vosotros os vamos a destrozar. Los viejos métodos de la mafia aplicados a la política catalana. A fin de cuentas, Oriol Junqueras siempre se sintió más cercano a Italia que a España.
Por la misma razón no paran de premiarse mutuamente: separatistas galardonan a separatistas con la Cruz de Sant Jordi, los premios cinematográficos Gaudí, el premio de honor de las Letras Catalanas y una larga lista de ‘honores’ que sirven para escoger a los gurús de la tribu y así todo el clan separatista sepa a quién seguir y adorar. De ahí que también estén tan obsesionados con contarse, y las entidades separatistas no paren de crear listados y aplicaciones digitales con las empresas ‘patrióticas’ o los comercios ‘patrióticos’, o los docentes pregunten a los niños y jóvenes en clase o en los exámenes las preferencias políticas y la lengua que hablan fuera del centro escolar. Buscan “señalar” para sembrar el miedo y así conseguir que muchos ciudadanos callen para confundirse con el medio ambiente secesionista.
Dentro de esta forma de actuar TV3 es una herramienta clave: en sus programas salen los “buenos”, los que merecen ser escuchados y queridos, y algunos “malos” muy “malos”, tertulianos no independentistas que defienden a lo que la elite separatista define como un país “paleto” y “franquista”, España. Cuando el Govern se gasta casi trescientos millones de euros en unos medios de comunicación públicos que cada día, y a todas horas, insultan a millones de catalanes lo hacen porque desprecian a los ofendidos. De hecho, la Generalitat da por buena la inversión, porque considera que los no secesionistas no son dignos de ser llamados ciudadanos. De ahí que no les importe intentar privarles de sus derechos cívicos y políticos. Por eso llenan de lazos amarillos y pancartas pro “presos políticos” ambulatorios, universidades y ayuntamientos. Esta es nuestra tierra y si no te gusta, ya sabes dónde tienes la puerta.
Cada “charnego” que coge la maleta vale doble: un voto menos para “España” y uno más para la “República”. A los separatistas lo que les gustaría es que no hubiera elecciones, sino plebiscitos, pero mientras sus golpes de Estado no triunfen y sigan formando parte de nuestro país, y por lo tanto tengan que aceptar las normas democráticas que establece nuestro sistema constitucional, seguirán haciendo la vida imposible a los que no piensen como ellos para crear artificialmente una mayoría electoral. Como la ingeniería social vía adoctrinamiento escolar y mediático durante cuarenta años no les ha sido suficiente, recurren a la muerte civil para acallar la disidencia. Cada vez que escuchen a un político separatista hablar de lo mucho que quiere a Cataluña recuerde que lo que en realidad quiere decir es que está locamente enamorado del sistema dictatorial que quiere implantar a los sones de un himno compuesto por Lluís Llach.
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