Sánchez se vuelve a acostar con ETA: esta vez en Pamplona
Nunca se me olvidará el estremecimiento que provocó en mi familia el asesinato en la Vuelta del Castillo de Pamplona de Juan Atarés. Corría 1985, era víspera de Nochebuena y paradojas de la vida hacía relativo buen tiempo. No llovía ni reinaba en el ambiente ese frío de lobos habitual en mi pueblo cuando el calendario descubre las hojas del invierno. Era un día bonito. Nítido como pocos y luminoso como ninguno a aquellas alturas del año. Íbamos en coche con la radio puesta cuando los informativos escupieron una noticia de alcance: «ETA acaba de asesinar en Pamplona al general de la Guardia Civil Juan Atarés Peña». Mi tío, que iba al volante, empezó a convulsionar porque la enésima víctima de la banda terrorista era uno de sus amigos del alma. No nos estampamos porque Dios no quiso. Terribles casualidades de la vida, los pistoleros volvían a matar a un miembro del instituto armado en la tierra natal del fundador del cuerpo: Francisco Javier Girón y Ezpeleta, duque de Ahumada.
Como ésta fueron 42 las veces que los navarros nos tuvimos que poner de luto por el capricho psicopático de la banda terrorista. Otro de los impactos emocionales nos llegó en 1998 cuando esta basura humana que ojalá se muera lo antes posible segó la vida a tiros de Tomás Caballero, portavoz en el Ayuntamiento de Pamplona de UPN, el gran partido de centroderecha de mi tierra. Como Atarés, Caballero era un hombre bueno, un tipo honrado que se había curtido en el sindicalismo antes de entrar en política, a la que llegó para servir y no a servirse. Un navarro de adopción que siempre, desde que luchaba contra el franquismo infiltrándose en el sindicalismo vertical para volarlo desde dentro, antepuso los principios al dinero y el oropel.
Los navarros de bien pasamos de la tristeza a la desolación cuando nos desvelaron que el hijo de Satanás que había leído el perdonavidas comunicado en el que ETA anunciaba que dejaba de asesinar era paisano. David Pla, para más señas. No en vano, figuraba en la cúpula de la banda terrorista cuando aún mataba como si no hubiera un mañana. Ellos ordenaron no menos de una decena de asesinatos, entre otros el del concejal socialista Isaías Carrasco en 2008, 48 horas antes de esas elecciones generales en las que José Luis Rodríguez Zapatero revalidó victoria.
El ligoteo de Pedro Sánchez con el partido de Otegi no sólo no va a menos sino que tiene pinta de acabar en matrimonio para toda la vida
No quiero imaginar la cara que se le ha debido quedar a la familia de Juan Atarés, a Tomás Caballero júnior, a su hermano Javier y a los familiares de las otras 40 víctimas mortales de ETA en Navarra al contemplar que el ligoteo de Pedro Sánchez con Bildu no sólo no va a menos sino que tiene pinta de acabar en matrimonio para toda la vida. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando la socialista María Chivite se alió con los etarras de Bildu en 2019 para conquistar la Presidencia Foral que le habían negado las urnas, UPN le sacó entonces ocho escaños de la mano de un Javier Esparza al que nunca agradeceremos lo suficiente su infatigable defensa de la decencia democrática. Vamos, que la tunda fue de padre y muy señor mío. Repetimos estupefacción hace casi dos meses al reeditarse la asquerosa liason pese a que la derecha había casi doblado en actas al PSN y volvemos a alucinar con lo acontecido anteayer.
Lo del viernes fue tanto más miserable. Hasta ahora el Partido Socialista de Navarra había utilizado bastardamente a Bildu para afanar a UPN la Presidencia de la Comunidad. Es decir, para saciar sus ansias de poder. Lo que nunca calibramos, inocentes de nosotros, es la ilimitada capacidad del sanchismo para hacer el mal. Ahora no se sirven de los etarras para conquistar o mantenerse en el poder sino que blanquean nivel dios a los representantes políticos de los asesinos entregándoles poder institucional. El tándem Sánchez-Chivite, antaño enemigos a muerte, conviene no olvidar que ella apostó por Madina en 2014 y siempre puso a parir al ahora secretario general, regaló el viernes la Federación de Municipios de Navarra a Bildu en un acto que retrata nuevamente a Sánchez y que condena para siempre a la presidenta socialista.
Sánchez se ha ciscado en el único cordón sanitario que ha tenido sentido: el que los partidos democráticos establecieron en época de la UCD, mantuvieron durante el felipismo y sacralizaron en el aznarismo contra ETA y sus marcas blancas. Que por muchos cuentos chinos que nos larguen jamás dejaremos de tener meridianamente claro que la banda, Herri Batasuna, Euskal Herritarrok, Batasuna, Bildu o Sortu son la misma basura. Como eran la misma basura los seres satánicos que metían a los judíos en las cámaras de gas y los politicastros de Berlín que no se mancharon las manos jamás en cuatro años de Holocausto.
Los antecesores de María Chivite se situaron en el lado moralmente correcto de la historia, ahora ella se ha aliado con el mismísimo diablo
La triste moraleja es que un tipejo de esta banda, un tal Xabier Alcuaz, alcalde de Tafalla de inequívoca estética borroka, presida el ente que agrupa a los 272 municipios de mi tierra. Manda bemoles esta ignominia toda vez que el constitucionalismo que a nivel municipal encarna cuasimonopolísticamente UPN —Vox y PP no tienen Alcaldía alguna— gobierna al 52% de los navarros por el 18% de Bildu, el 6% del PSN o el 4% de otros que tal bailan, Geroa Bai. El problema es que no se vota por población sino por municipios. Vale lo mismo el sufragio de Pamplona, gobernada por la valiente Cristina Ibarrola, que el de una aldea de 300 habitantes. Vestigios de esa Transición en la que se hicieron muchas cosas bien pero también algunas mal.
Qué tiempos en los que un servidor, que no es precisamente socialdemócrata sino liberal, miraba con admiración a un socialismo navarro que, pese a notables manchas por la corrupción, se enfrentó a ETA sin miramientos. Siete años en los que el presidente de Navarra, el sacerdote secularizado Gabriel Urralburu, sus consejeros y los altos cargos del PSN iban guarecidos con 5, 7 ó 10 escoltas armados hasta los dientes porque la banda terrorista quería matarlos sí o sí por defender la democracia, la Constitución y las libertades.
Los antecesores de Chivite se situaron en el lado moralmente correcto de la historia. Ahora ella no ha dudado en aliarse con el mismísimo diablo. Con quienes asesinaron a 42 navarros, con quienes hirieron a decenas, con quienes dejaron un montón de huérfanos desconsolados, con quienes extorsionaron a miles y con quienes provocaron el exilio de decenas de miles que tuvieron que largarse a Madrid, a Andalucía, a la costa levantina o a la limítrofe Francia para salvar su vida, su patrimonio o sus negocios.
Normalizar a los pistoleros, hacer como si no hubieran existido, constituye un insuperable desprecio a sus víctimas y una infamia
Me provoca arcadas escuchar los argumentos del PSN de la cínica de Chivite. «Hemos votado a Bildu para asegurar la colaboración entre los ayuntamientos y el Gobierno regional», apuntaron con idéntica desvergüenza a la que llevan exhibiendo cuatro años. Normalizar a los pistoleros, hacer como si no hubieran existido, como si fueran una pandilla de chicos equivocados o como si Bildu no fuera ETA constituye un insuperable desprecio a sus víctimas, además de una infamia. Lo diré una vez más o mil, las que hagan falta, Bildu es ETA: su caudillo, Arnaldo Otegi, fue el jefe máximo de la banda, de la misma manera que su actual segundo, David Pla, fue el capo di tutti capi cuando aún disparaban a quemarropa y programaban coches bomba. Tampoco conviene olvidar que esta gentuza llevó 44 etarras, siete de ellos asesinos convictos y confesos, en las listas de las municipales de mayo.
Que somos un país en imparable decadencia lo demuestra el análisis comparado con otras naciones que vivieron lacras similares. No me cansaré de repetir que en Alemania, por ejemplo, sería impensable un pacto del SPD, la CDU o la CSU con partidos neonazis o de aroma neonazi. Básicamente porque allí están directamente prohibidos, cosa que ocurrió en España con Batasuna hasta que al Constitucional digitado por Zapatero le dio por deslegitimar la decisión que había tomado el Supremo. En los países normales el mal es el mal siempre y no cabe concesión alguna con él porque la memoria histórica de verdad lo impide, en resumidas cuentas, porque está anatematizado hasta el día después del Juicio Final.
Ni a Sánchez ni a su subordinada les va a salir gratis esta ignominia. Se puede tener anestesiados a todos un poco de tiempo, todo el tiempo a unos pocos, pero es imposible hacerlo con todos todo el tiempo. Tan cierto es que, como sostenía Baudelaire, «el mejor truco del diablo es convencerte de que no existe», como que aquí estaremos unos cuantos para recordar la salvajada ética que están perpetrando Sánchez y gente igualmente despreciable como María Chivite. Se lo debemos a quienes dieron su vida por defender las libertades de los demás. A Atarés, a Caballero, a las otras 40 víctimas navarras y a las 814 del resto de España. Y ésta es una deuda eterna y, en consecuencia, imprescriptible.