La rebelión cívica contra el golpe de Sánchez desborda Barcelona

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Lo vivido en las calles de Barcelona ha sido un clamor constitucional, que es tanto como decir un gigantesco grito en favor de la democracia y la igualdad de todos los españoles. La multitudinaria manifestación en contra de la ignominiosa claudicación de Pedro Sánchez ante el separatismo, a cambio de su continuidad en el poder, es una reconfortante expresión de dignidad y, sobre todo, la demostración más palmaria de que una buena parte de la sociedad española está dispuesta a hacer de su resistencia cívica un muro de dignidad frente a la bastarda retroalimentación de intereses entre el socialcomunismo y los sediciosos.

Barcelona le ha mandado un claro mensaje a Pedro Sánchez: es perverso, inmoral e ilegítimo entregar el Estado a cambio del Gobierno. Eso, más allá de impostadas disquisiciones jurídicas, es una obscenidad democrática sin precedentes. Que a estas alturas de su historia haya que defender a la democracia española de la pulsión totalitaria del jefe del Ejecutivo de España es indicativo del nivel de degradación institucional que padece el régimen del 78. Barcelona se ha erigido en dique de contención frente a esa perversa unidad de acción de la izquierda y los enemigos de España que constituye la más grave amenaza contra el Estado de Derecho que ha sufrido nuestra democracia, peor que el golpe de Estado de 1981, porque ahora -y he aquí la situación critica- es el propio presidente en funciones del Gobierno quien lidera el ataque al sistema democrático.

La rebelión cívica es, pues, una obligación moral, un acto de dignidad. Barcelona se convirtió durante horas en la abanderada de la España constitucional que no se resiste a ser pisoteada por los delirios de poder de un presidente infame. Ahora queda perseverar en la lucha democrática y no ceder, porque Sánchez y los enemigos de la nación española se han conjurado para darle al Estado un golpe letal

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