Quien a corrupción mata, a corrupción muere

Podrán perderse en disquisiciones jurídicas, abrazarse con fruición a la presunción de inocencia y vendernos la idea de que todavía no se ha producido sentencia alguna. Podrán enrocarse en la falaz idea de que han reaccionado contra la corrupción, pese a que 24 horas antes de conocerse el informe de la UCO seguían cargando contra jueces y medios y ponían la mano en el fuego por el «compañero» Santos.
Podrán falsear la verdad, retorcerla, deformarla, demolerla y tergiversar la realidad en una supina exhibición de impotencia, pero lo cierto es que con la décima parte de los argumentos vertidos por Sánchez en la moción de censura contra el Gobierno de Rajoy en 2018, el presidente del Gobierno -por una elemental de cuestión de moralidad, decencia, dignidad y vergüenza políticas- ya tendría que haber renunciado a su cargo, disolver las Cortes y convocar elecciones.
Ese «como dice Ábalos, no merecemos la corrupción» que pronunció en su discurso durante la moción de censura es un bumerán, por mucho que Sánchez siga empeñado en una absurda huida hacia delante.
Quien a corrupción mata, a corrupción muere y, con independencia del tiempo que siga en la Moncloa, Sánchez es un cadáver político, pese a que sus socios y aliados no quieren prestarse a firmar el certificado de defunción. Da igual, porque la situación es irreversible. La entrada de Santos Cerdán en prisión lo acelera todo, porque no hay cumbre de la OTAN ni de la ONU -por mucho que se utilicen como coartada para seguir contando con el apoyo de las fuerzas «progresistas»- que salve a Pedro Sánchez.
Porque en este trama superlativa de corrupción que envuelve al PSOE sólo hay dos hipótesis: que Sánchez lo supiera, en cuyo caso habría cometido un delito de encubrimiento y/o de financiación ilegal, o que estuviera en Babia -cuesta creerlo-, en cuyo caso tendría que irse por lo que dijo Ábalos: «No merecemos la corrupción». En ambos casos, la suerte está echada, Pedro.