Por qué Calviño es igual de hipócrita que Gabilondo
En los lances de amor pasa como con los impuestos. Tú ligas con una chica y cuando crees que estás a punto de que se concrete el final feliz que deseas ella te dice que no, que todavía no ha llegado el momento. No importa. Como eres hombre, generalmente inocente y desde luego perseverante, te vas contento a casa, porque sabes que ese amago de rechazo equivale a un sí, que la aceptación llegará más pronto que tarde. En el caso de los impuestos sucede algo parecido, aunque en sentido inverso.
Por ejemplo, cuando la vicepresidenta segunda del Gobierno, Nadia Calviño, asegura que este no es el momento de subir los impuestos, ya sabes que lo que en realidad está diciendo es que los subirá a la menor oportunidad. Que tiene pensado subirlos en cuanto pueda. Para apuntalar esta teoría esgrimiré que la señora Calviño lleva declarando a lo largo de estos días que “tenemos que hacer un sistema fiscal mucho más sólido y progresivo”. ¿Saben ustedes lo que significa un sistema fiscal más sólido y progresivo?
Yo les voy a dar la respuesta. En lo que respecta a lo progresivo, equivale a un sistema fiscal confiscatorio. España es el país de la UE con mayor progresividad fiscal. El tipo marginal del impuesto sobre la Renta empieza a activarse a partir de los 60.000 euros anuales de ingresos, algo que no sucede en ningún estado desarrollado del mundo. El tipo del impuesto de Sociedades está entre los más elevados del continente y las cuotas sociales de los trabajadores que pagan religiosamente las empresas son las más altas de la Unión.
Dice el refrán que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Así sucede con la señora Calviño. Los empresarios del Ibex la han adoptado como madrina a ver si les cae algo de los fondos europeos. La CEOE se agarra a ella como a un clavo ardiendo. Pero la trayectoria de este personaje desacredita por completo tanto amor depositado como poco correspondido. Menos mal que Miguel Garrido, el presidente de los empresarios madrileños, se ha sincerado: “Hay mucha palabrería en esto del plan y mucho eslogan. Que si lo de la resiliencia, lo inclusivo, lo sostenible… en fin. Lo cierto es que de las inversiones contempladas en el programa se dedican 19.000 millones a electrificación, movilidad, rehabilitación de viviendas, etcétera, mientras que para el turismo, que sigue siendo la primera y la gran industria nacional solo se destinan 3.400 millones”.
Igual que la vicepresidenta Calviño, el candidato socialista a la Comunidad de Madrid, el señor Gabilondo, también ha dicho que, de manera excepcional, no es el momento de subir los impuestos -después de que hace tres meses presentara una propuesta para aumentarlos en 3.000 millones-. Ahora también le parece bien la barra libre para el comercio y la hostelería, pero a renglón seguido promete incrementar los pagos por el ingreso mínimo vital en la región y otra clase de gastos disparatados sin decir cómo se financiarán.
El socialismo contemporáneo es la entronización del embuste, pero el principal ariete de la impostura es esta señora que cuenta con la aquiescencia de la clase empresarial: Nadia Calviño. “Tenemos que estudiar la fiscalidad verde y otro tipo de figuras impositivas, y para ello vamos a crear un grupo de expertos que presentará sus conclusiones en 2022”, dice.
¿Y saben ustedes quién presidirá este comité de expertos? Pues Jesus Ruiz-Huerta, un conocido de la casa, otro de los que piensa que España tiene mucho margen para subir la presión tributaria, que hay que reforzar el Impuesto de Patrimonio, el de Sucesiones y los que hagan falta para castigar a Madrid, donde precisamente se cumple la máxima que recomienda la Unión Europea, que es la de la eficiencia fiscal, la de “hacer un sistema fiscal sólido”. Según el último informe del Instituto de Estudios Económicos, Madrid es una máquina de recaudar. Tiene un ingreso tributario por habitante un 63% superior a la media española con los impuestos más bajos de todo el país.
¡Toma ya! Patada en la boca para el nasciturus de comité de expertos y todo este despliegue de artillería que se hará en el marco del diálogo social, es decir, contando con los sindicatos, que ya han dicho que “el aumento de la contribución fiscal es una pieza clave para garantizar los derechos sociales, así como para impulsar la actividad económica, la inversión y la transformación del tejido productivo”. ¿Pero en qué cabeza cabe que los sindicatos, que son fuerzas básicamente reaccionarias, subvencionadas e iletradas puedan participar de cualquier proyecto de modernización de España, que habrá de ser más igualitario, más verde, más productivo y por reducción al absurdo eminentemente catastrófico?
Que no, que no. Que el discurso de Calviño no es muy diferente al del ex vicepresidente, del de Pablo Iglesias. La señora dice como él que la respuesta que el Gobierno ha dado a esta crisis ha sido muy distinta a la anterior, que se ha protegido a las empresas, a las familias, a los trabajadores, que no ha quedado nadie atrás. Todo esto es naturalmente mentira porque la destrucción de tejido productivo ha sido monstruosa, una verdadera debacle, y porque la posibilidad de sostener mal que bien la renta de las familias a pesar de la caída vertiginosa del PIB, del aumento descomunal del déficit público y del crecimiento exponencial del paro, en magnitudes mucho más elevadas que en el resto de los países del entorno se debe en exclusiva a la compra masiva de deuda por parte del Banco Central Europeo, que ha financiado nuestra economía hasta límites indecentes gracias a la suspensión de las reglas fiscales de la Unión Europea. Todo es un embuste. Todo es un engaño.
En el último Consejo de Ministros de Economía de la UE, celebrado la semana pasada, la señora Calviño tomó la palabra al final del cónclave -algo que es un hecho insólito y excepcional- para decir que el cursimente llamado Plan de Resiliencia, el que deberá proporcionarnos los fondos europeos, “había recibido una reacción extraordinaria por parte de los agentes sociales -esto sí que es creíble, porque son unos siervos-, de los mercados y de las agencias de rating”, lo cual es literalmente falso. Si dices que no vas a subir los impuestos “por el momento”, que equivale a decir que los subirás tempranamente, estás cercenando las expectativas de inversión y reorientando en sentido negativo y en el menos productivo posible el comportamiento del resto de los agentes privados. Es decir, el mal ya está hecho. Y esto repugna tanto a los mercados como a las agencias de rating. Expulsa a España de su hoja de ruta.
La vicepresidenta Calviño es igualmente feminista, inclusiva, progresista, presuntamente solidaria, y por eso mismo antiempresa, como está demostrando al estigmatizar a la banca por los expedientes de regulación de empleo que no tiene más remedio que hacer para asegurar su viabilidad, dados los bajos tipos de interés y las exigencias de capital impuestas por la burocracia de Bruselas y del Banco Central. Es decir, es una señora ‘sanchista’, la cómplice necesaria e imprescindible para que todo vaya mal en el sistema económico. Es bastante más guapa que Sosoman Gabilondo, pero no menos nociva y perjudicial para los intereses del país.
¿Y por qué Nadia Calviño y el Gobierno del que forma parte está empeñada en subir los impuestos lo más pronto que pueda y acabar con el presunto y falso ‘paraíso fiscal’ de Madrid como el abad Gabilondo? Porque el Partido Socialista de Sánchez está convencido de que esto le dará votos en el resto de la nación, por la envidia consustancial a la naturaleza humana y particularmente inherente al pueblo español, que no puede soportar cómo la capital de España, gracias a las políticas de Ayuso, que son las contrarias a las del Gobierno central, prospera, es más libre y sobre todo mucho más feliz.