Los que se bajan del Peugeot

Sánchez cree vivir en un plató redondo de Netflix, y cada rueda de prensa la escenifica con un guion en la mano. Cuando toca hacer pucheritos, ahí está Pedro, compungiendo la cara y apretando el bruxismo de víctima desvalida, y cuando toca hacer de malo de Scarface, el autócrata saca las garras para esparcir por doquier sus mentiras de sociópata urbi et orbe. Con el cuajo corrupto que le caracteriza, se planta ante los españoles en la sede del PSOE, la cueva de Alí Ferraz, para reconocer que es un inútil como Presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE, porque, mientras volaba en el Falcon, no se enteraba de lo que robaban su número dos y tres, a los que él eligió para recorrer España en un Peugeot, después de saquear las elecciones internas de su partido. Asumir su inutilidad era mejor que reconocer su moral corrupta y felona, lo que nos obliga a pensar teniendo en cuenta que todo lo que le rodea está imputado, investigado, y pronto, condenado. Es imposible concluir que desconocía la corrupción que le tosía al lado y no estaba al tanto de tanta tropelía, cuando fue el muñidor de la misma hace ahora once años y unas primarias. Todo en él es falso, hasta el perdón que pide.
Mientras el presidente más siniestro y corrupto que ha dado España, con permiso de Zapatero, perpetraba la enésima engañifa a los españoles, la cofradía de palanganeros mediáticos corría a sacarse la hemeroteca de sumisión que los ha acompañado desde la entronización del sanchismo en las instituciones. Ahora, todo son explicaciones exigidas y vergüenzas solicitadas, cuando hasta ayer, las palmeras de Sánchez y los graduados preescolares del periodismo hacían piña llamando ultraderecha a quien denunciaba las mentiras del gobierno, tachaban de bulos las informaciones que demostraban la trama montada por la banda del Peugeot, de pseudomedios a los periodistas que descubrían los delitos del entorno del presidente y de fachas togados a los jueces que se atrevían a investigar a sus responsables. Aún hoy, consideran que lo peor de Sánchez no es la corrupción que ha dirigido, tolerado y de la que no se hace responsable, sino que, por esa política de saqueo, mentiras y degradación, hará posible que llegue al poder un gobierno de PP y Vox. No hay dinero que justifique tanto suicidio profesional, salvo que su altura moral esté a la altura del personaje al que defienden y protegen.
Así, las ratas abandonan el barco como los sanchistas salen del Peugeot: en manada y sin dignidad. Han sincronizado tanto su apego al dinero y a la mentira, que ni las pruebas más contundentes que evidenciaban la corrupción socialista les hacía bajarse del burro: ellos, con Sánchez. Y Sánchez, el tipo que lideraba la banda que se subió a un coche para engañar a España después de timar a los militantes de su partido, dejará tirados a todos aquellos que algún día lo dieron todo por su causa. Pero ya no vale. Quienes han defendido la corrupción y a los corruptos, tapando su mierda hasta el final, deben quedarse en ese barco putrefacto, donde merecen estar. Porque también han liderado una banda. Y por la misma razón que aquella, deben caer.
Llevamos muchos años diciendo que todo lo que rodeaba a Sánchez, en lo político y lo personal, era una tropa de sinvergüenzas con intereses privados y protegidos, generada en un coche, por un pucherazo, y al servicio de una causa y un autócrata. Hoy, gracias al impagable trabajo de la Guardia Civil (UCO), los corruptos están acorralados, asustados y llorones. Pero no dan pena, ni lástima. Porque sólo con la dimisión no basta. En democracia, a los que meten la mano en caja, sobornan, se llevan mordidas y llenan de putrefacción lo público, sólo les espera una única salida: la cárcel. Y a ese tren debería subirse la España decente que aún cree que tenemos solución.