PNV, quién te vio… y quién te ve

PNV, quién te vio… y quién te ve
Diego Buenosvinos

En plena borrachera informativa por el escándalo que hunde a Santos Cerdán, todopoderoso regidor de Ferraz —por presuntos cobros de comisiones y trama de obra pública, y con su ingreso en prisión provisional tras la solicitud de Anticorrupción— el PNV vuelve a hacer de equilibrista político. Sus mesas de diálogo no son ya propuestas de consenso, sino vendas sobre una herida gangrenada: piden explicaciones, exigen transparencia, pero se niegan a soltar al PSOE… porque saben que, sin este gobierno, su tren de sillones y privilegios se descarrilaría.

El ex secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, ha revelado además ante el juez del Tribunal Supremo que su socio en la constructora Servinabar, Antxon Alonso, fue clave en la negociación con el PNV para lograr la investidura de Pedro Sánchez en 2018. Según Cerdán, fue Alonso quien medió con el PNV y propició el voto favorable a la moción de censura que llevó a Sánchez a la Moncloa.

Esta revelación no sólo vincula una trama de empresarios y adjudicaciones millonarias con el arranque de la actual legislatura, sino que también arroja una nueva luz sobre los pactos entre el PSOE y los partidos nacionalistas.

Pero es que, España es ese país donde los muertos todavía no descansan y los vivos no se dan por aludidos. Donde la memoria no es un derecho sino una moneda. Donde el silencio sobre las traiciones cotiza más que la lealtad.

Ahí tenemos al PNV. El viejo partido de los acuerdos con corbata y misa de domingo, aquel que una vez se llenaba la boca de principios, de democracia cristiana y de modelo vasco como si eso fuera el oro de Moscú. Hoy, ese mismo PNV negocia con un Gobierno acorralado por la corrupción, mientras calla ante las revelaciones que vinculan a Antxon Alonso, con su propio partido. Sí, en la misma operación que acabó con Rajoy, y que ahora sabemos, estuvo en parte cocinada por las cloacas empresariales del norte. ¿Sorpresa? Ninguna. Sólo confirmación.

El PNV fue durante décadas el partido de los equilibrios: defendía a Euskadi, sí, pero con una distancia frente a los fanatismos de ETA y los vómitos totalitarios de Batasuna. Hoy, con Ortuzar ya jubilado, con Aitor Esteban e Imanol Pradales, este último como lendakari, heredan -o siguen- un partido convertido en caricatura. Porque ahora el PNV no lidera: acompaña. No exige: pacta. Y no fiscaliza: se tapa la nariz mientras firma.

Ese mismo PNV que se reivindicaba como muro contra Bildu, ahora negocia apoyos con ellos en Madrid y en Vitoria. Ese PNV que decía no querer saber nada de los crímenes de ETA ahora convive con una izquierda abertzale blanqueada. Porque sí, señores: Pedro Sánchez gobierna gracias al silencio del PNV y al voto de EH Bildu. Esa es la coalición del progreso.

Lo más grotesco de este vodevil es que el mismo partido socialista que se desangró durante años en atentados de ETA, que enterró a compañeros como Fernando Múgica, Ernest Lluch o Enrique Casas, hoy no sólo pacta con quienes los aplaudieron o silenciaron, sino que además insulta la memoria de sus propios muertos pidiendo la expulsión de Felipe González. Sí, Felipe, con todo lo que arrastra. Pero que hoy es culpable sólo de incomodar al sanchismo con su conciencia.

Sánchez ya no necesita ganar elecciones. Le basta con amarrar complicidades. Un socio con historial de terrorismo blanqueado, otro con raíces burguesas reconvertidas en nacionalismo clientelar, y un país anestesiado que ni reacciona ni recuerda.

España, al final, se parece cada vez más a sí misma: barroca, desmemoriada, pragmática hasta la traición. Y el PNV, que una vez fue un partido serio, se ha quedado en la triste estampa de lo que pasa cuando se cambian los valores por los votos y la historia por los contratos.

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