PNV, el brazo tonto de ETA y Sánchez
El cronista le escuchó hace un porrón de años a Juan Ajuriaguerra un significativo relato. Hay que recordar que Ajuriaguerra fue en el exilio presidente del PNV. Contaba con sorna el político de Ochandiano: «Cada vez que hay elecciones me dirijo a mis muchachos y les pregunto: ‘¿Nos votan las monjitas?’». Y se añadía a sí mismo: «Si me dicen que sí, estamos salvados». He comentado esta anécdota muy emblemática de lo que siempre ha sido el PNV con un antiguo diputado nacional, y ha replicado: «Pues, ¿sabes lo que te digo?, que ya no nos votan las monjitas». Pertenece este ex parlamentario a la cuadrilla, no es ni siquiera un grupo, de peneuvistas-de-toda-la-vida que, por lo bajini, porque tampoco se trata de valientes gudaris, están hasta el mismo gorro de la gobernación del periodista Ortúzar al frente de la Casa de Sabino, Sabin Etxea, pero sobre todo, de los dictámenes y consignas que imparte la jefa de Vizcaya, Itacho Atucha, curiosamente la esposa del portavoz en Madrid, Esteban Bravo. Endogamia pura. En el PNV central ya se ve que ruge y manda una suerte de familia que, para recibir apoyos exteriores, se apoya siempre en el proetarra Joseba Egibar, eterno mandamás de los guipuzcoanos.
Son todos estos los que imparten doctrina y los que, con su estrategia, han conseguido una auténtica hazaña: la pérdida de casi ochenta mil votos en las pasadas elecciones. Porque, fíjense: en Bilbao, la cuna del electorado siempre fiel a los blanquiverdes, el PNV sufrió en mayo un zurriagazo durísimo, tanto que solo venció en dos distritos de la capital. Tal fracaso no se recuerda desde que en España, y, por tanto, en el País Vasco, se celebran comicios libres.
Ahora, la cuadrilla -ya escribo que no pasa de un grupete que podría tomar potes en las Siete Calles- se estremece no ya por estos pírricos logros, sino por lo que se le viene encima al partido. Está todo tan revuelto en el PNV que el líder de esta inorgánica facción es Iñaki Anasagasti, portavoz en el Congreso y en el Senado años y años, que ahora le envía recados envenenados casi todos los domingos a Ortúzar en el panfleto de cabecera, en Deia. El último con ocasión del reciente Alderdi Eguna, el Día del partido, donde su prócer ha descubierto que la culpa de que al PNV le estén dando para el pelo en las urnas la tiene el hecho lamentable de que sus militantes más confesos no se han quitado la corbata ni siquiera «¿Por qué no se la quita él?».
Así de conceptual, de tan serio, de tan riguroso, de tan político, está construyéndose el debate en el PNV, en cuya sede nuclear tampoco se molestan en explicar por qué le atizan a Feijóo mientras aparecen en Madrid como amanuenses (todavía no les han llamado mamporreros) de Pedro Sánchez y, lo que es aún peor, de los filoetarras de Bildu. La única ocurrencia que le ha brotado del magín al infortunado Esteban Bravo es justificar su negativa a Feijóo en función de que el PP se baña en no sé qué piscina con una ballena dentro. La ballena es naturalmente Vox, es decir, que el PNV no quiere comer carne de ballena, pero sí se deja cortejar del brazo y por el Parlamento por quien es, en lenguaje marinero, el animal más peligroso del océano, la avispa del mar o medusa de caja, es decir, por los antiguos terroristas de Bildu. «¿Cómo le van a votar a este PNV los monjitas?», se preguntaría hoy el citado Ajurriaguerra?
Pero es que, además, y para mayor inri, las mencionadas avispas les están horadando el tafanario electoral al PNV, algo que, a pesar de que lo prevén las encuestas, los prebostes de Bilbao no se creen en absoluto. El clásico electorado del PNV es variopinto: se mueve desde los empresarios que gozan de los diezmos y primicias de Vitoria, pasando por los tenderos (cocineros incluidos) a los que mima Urkullu, y terminando por las famosas Edurnes que todavía acuden a las iglesias una vez a la semana a que les canten, como en Begoña, el Andra María. Los jóvenes, también los más cultos, son otra cosa; se están pasando en masa a Bildu porque esta asociación de malhechores ha sido blanqueada y ya no asusta ni a los más aguerridos jasotzailes, los levantadores de piedra que han hecho de un deporte cercano a la halterofilia casi una exhibición cultural.
Se está quedando el PNV sin parroquia, entre otras cosas porque gran parte del votante conservador, el que compraba la estabilidad natural que vendía el PNV, le está abandonando como los malos desodorantes. Los más fanáticos, los de dieciocho hasta los cuarenta, entre inclinarse por la mercancía nacionalista averiada del PNV y la remozada, ya sin sangre, del proetarrismo, se deciden por esta última porque, igualmente, les prometen poder (107 ayuntamientos por solo los 92 del PNV) y resucitan con homenajes a los más abyectos asesinos de ETA, algo que a los electores de la coalición proterrorista no les molesta en absoluto.
El brazo tonto de ETA y Sánchez. Hace falta ser muy comprensivo, muy imbécil, vamos, para congratularse de seguir siendo, según confesión propia, el kleenex de Pedro Sánchez y su PSOE felón, o el compañero de viaje de sus sujetos/as -que no se me olvide entre ellas a la terrorista Aizpurúa- de un conglomerado de individuos violentos que todavía ni han condenado los atentados, ni han pedido perdón por ello, ni, claro está, han respondido por sus fechorías. Lo probable es que el PNV lo pague en las urnas. Por cierto: hay un movimiento importante en este partido para que estos comicios se realicen en primavera, desde luego antes de las europeas de junio. Veremos. Es la última especie.
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