Pedro ya es Petra

Ley Trans

Dirán: «¡Bah, eso es imposible!». Y hasta es fácil que lo tilden directamente de estupidez. Y llevarán razón. Pero, lean: el pasado miércoles oyendo -escuchando tiene otro precio- al felón Sánchez en el Congreso cómo depositaba sobre los demás las culpas de su aberrante gobernación, cómo se hacía a un lado de los llamados «efectos indeseados» de la ley del sólo sí es sí, cómo, en todo caso, anunciaba con el énfasis propio de un desvergonzado que cuando se mete la pata se saca y ya está, un colega se tiró al teléfono y me espeto: «Este tío es un trans». Pretendí que este colega explicara su reflexión, pero apenas me dijo: «Dice ser una víctima, se presenta como tal, así que se cambia de piel y se queda tan pancho». De aquí, de esa mínima conversación, nace la idea -esta sí es del cronista- de que, si el caso lo requiere, Pedro Sánchez, tras volcar sobre el maestro armero -es un decir- la responsabilidad de todas sus fechorías, avisa al pueblo español que él no ha sido, que era otro, que él es una realidad un trans que viene a solventar los pecados y los yerros de los demás. Petra Sánchez.

No es imposible que parezca exagerada o incluso extravagante esta conclusión, pero, más o menos, la soportaremos, día sí, día no, de aquí hasta el 28 de mayo y después hasta el 3 de diciembre, fecha de las elecciones generales, como venimos anunciando. Ahora mismo y por anticipado, los expertos, principalmente los más reputados psiquiatras, pronostican que en breve plazo la Ley Trans, ya aprobada en este Parlamento de cenutrios que aún nos aflige, causará los mismos males que la malvada que ha rebajado las penas a los violadores. Aparte de estas advertencias -que han sido desdeñadas por este Gobierno socialcomunista, y concretamente por la ministra Darias, más ocupada en cómo cargarse la calle León y Castillo de Las Palmas, que en dirigir su eventual departamento- los avisos nos vienen de fuera, sin ir más lejos con el caso de la fanática ex ministra principal de Escocia, Miss Sturgeon, que se ha retirado de la política y de la secesión de su país, a causa básicamente de la conmoción escandalosa que ha producido allí la aplicación, desde los 16 años, de un remedo español de la Ley Trans. Un bodrio similar al aprobado en este Congreso poblado de indigentes intelectuales, que no se atrevió en Escocia a depositar en niños/as de 12 años la facultad de darle un zurriagazo a la biología para cambiar de sexo.

La banda de las Belarras bajo la dirección de la inefable Montero ha hecho en un plis-plas lo que la naturaleza no ha podido realizar en milenios y milenios de historia: enmendar la biología, transformarla hasta dar pábulo a esa presunta modificación genética que es el desideratum de las aspiraciones revolucionarias de las mencionadas. Lo quieran o no estas transformistas, su abyecta legislación se carga la consideración normal de la homosexualidad, por eso no es de extrañar que muchos hombres y mujeres (de los sensatos hablo) pertenecientes a esa opción sexual estén que suben por las paredes por una sola razón: porque ellos/as no precisan acudir al Registro Civil, cambiarse de Pepito a Pepita, para manifestar que su alternativa es tan simple como que «a mí quien me gusta es mi compañero/a de trabajo». A los homosexuales se les va a considerar como tipos/as pusilánimes que no se han atrevido o amputarse su propio cuerpo o también hormonarse desde bien pequeñitos con el gran caudal de efectos perniciosos que se derivan de esta práctica farmacológica. Y todo esto llevado a cabo por una tribu de insensatas apoyadas o, lo que es aún peor, aplaudidas por membrillos analfabetos de la talla de Patxi López.

Antiguamente (hablo de hace cuarenta años) los socialistas llegaron al poder con la intención confesa de querernos salvar. Ahora sus sucesores, cómplices de las citadas insensatas, nos pretenden adoctrinar hasta la náusea de modo que tengamos que convivir con los roedores porque emplear contra ellos un raticida se pena hasta con años de cárcel. Es todo un desatino cuya maldad sólo se percatará cuando esta sociedad, que está naciendo de la mano de estos/as malandrines, se convierta en un caos confuso en el que ya nadie podría identificar realmente quién es quién y a qué se dedica. Ahora mismo, la Ley Trans es, a mayor abundamiento, una chirigota con la que sus madres tratan de ocultar el inmenso daño producido por su antecedente: el sólo sí es sí.

Por si fuera poco, los asistentes de estas penosas leguleyas han encontrado en el aborto otro bastión para zurrar al enfrentando centroderecha. A este respecto, un mínimo recuerdo personal: hace años, don Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina, y hombre extremadamente liberal, me dijo en una entrevista: «En pocos años, y aunque usted y yo no lo veremos, el aborto será sólo un recuerdo, porque la ciencia de la predicción hará que este ejercicio quirúrgico sea absolutamente innecesario». Viene a colación aquel adelanto de un sabio en un instante en que parece que el aborto se ha instalado como una precisión nacional, como el más seguro método de control de la natalidad. En la sesión parlamentaria de esta semana, Fofito Bolaños interpeló de malas maneras al PP para saber si este partido opina que el aborto es un derecho: pues claro que legalmente lo es porque así lo ha sentenciado el Constitucional (que no es ni un confesonario, ni la Conferencia Episcopal) pero que no lo es como derecho fundamental. Eso no lo será nunca; la vida sí lo es. Esto es lo que hay y no da mucho más de sí. En pocos años se tratará de un mal recuerdo. Palabra de Ochoa.

Es, en todo caso, un disfraz para disimular la catástrofe de los violadores en libertad y de esta Ley Trans que subvierte el orden natural de las cosas. El aborto -me lo recalcaba don Severo- quedará en desuso en un tiempo razonable, sin embargo, la alteración biológica, la mutación genética que propicia el desmedido texto salido de estas Cortes incultas, convierte la ley natural en un cómic escrito y dibujado por estos barreneros/as que están destrozando el país, sus costumbres y hasta su moral. Echar a Petra Sánchez y a sus secuaces/as es ya una cuestión de higiene nacional.

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