Y Pedro cogió su fúsil

Sánchez investidura independentistas

«Hay que ser esclavo de las leyes para poder ser libres», Cicerón.

En dos minutos de discurso, Sánchez repitió la palabra Constitución varias veces. La estrategia retórica del presidente del Gobierno en funciones quedó clara cuando aún no habían reposado las posaderas de sus señorías en los escaños: instaurar la mentira lo suficiente como para que no interesara ser refutada. Acto seguido, tachó de contrario a la Carta Magna todo lo demás. No llevábamos ni cinco minutos de sesión de investidura.

Con ello, el candidato a la presidencia menos honorable de la democracia, quiso lanzar un mensaje definitorio, no tanto para consumo interno como para las tribunas y editoriales extranjeros: todo lo que él hace y dice es constitucional y democrático. No dejó de repetirlo a cada instante que el silencio impuesto entre él y la verdad le daba permiso. Le faltó alumbrar la siguiente sentencia: Yo soy la Constitución y la democracia. No se autocoronó emperador allí mismo, como Bonaparte, por exceso de prudencia autócrata.

Sánchez hace de la envidia un asunto personal, y quiso emular en su enfadada exposición a Óscar Puente, el hominidus retóricus, pero sin la fuerza macarra tan marcada en la impronta léxica de aquel, aunque con idéntica bajeza moral. Como candidato a la Presidencia, no usó sus turnos para explicar sus propuestas y/o programa de gobierno, porque eso lo deja para candidatos que tienen en cierta consideración la democracia parlamentaria. Sus intervenciones fueron un continuo aquelarre discursivo contra Vox, los pactos con Vox, la ultraderecha de Vox y los amigos internacionales de Vox. Eso es Sánchez, un tipo que proyecta sus inseguridades, carencias y deficiencias en aquello que no es capaz de conocer, definir ni controlar.

No es difícil consagrarse como uno de los peores oradores que han pasado por el Congreso en toda la historia. Tan noble cámara, que ha visto declamar a brillantes parlamentarios y sublimes dialécticos, ya ha sufrido demasiado al tipo que sin principios ni discurso, se dedica a destrozar en cada comparecencia su significado como casa de la palabra. Todo lo que hoy salió de la lengua atribulada de Sánchez fue una proyección de sus propias mentiras y acciones, un dibujo esquizofrénico de la realidad que no obedece a lo que sucede y una descalificación constante del adversario. Sabe que tiene detrás un pesebre social y mediático que le babeará cada palabra, y evidenció este extremo con la sonrisilla nerviosa e hiriente de costumbre cada vez que una interrupción evitaba el colapso de su discurso por asfixia.

Con evidente hastío y cansancio tonal, cuando dejó atrás lo ideológico y la acusación, decayó su fuelle, porque en el relato de lo que ha hecho o va a hacer no encuentra asideros morales que expliquen sus continuados dislates. Necesita el contraste conflictivo como elemento equilibrador de su relato, clave de la imposición de todo discurso que de antemano posee millones de clientes satisfechos con la estafa sufrida.

Cuando le tocó el turno a Feijóo, ya tenía media investidura ganada por incompetencia del incontinente. El gallego aceptó el reto de usar el contraste como estrategia retórica. Con ese No a todo lo que supone la investidura de Sánchez para contraponerlo a un a la ciudadanía que no admite el derribo de la democracia, buscaba desmontar el argumentario sanchista a través de las palabras del propio Sánchez, recurso que amén de resituar a la contraparte, incrementa el poder de su retórica al retratar la debilidad del oponente. Una estrategia poderosa que siempre funciona en el contexto parlamentario y mediático.

Todo el hilo discursivo de Feijóo empezó y acabó en las incoherencias políticas, argumentativas y retóricas del candidato in pectore, que entró al hemiciclo como Fernando VII regresó del exilio. No escatimó, como decimos, esfuerzos el líder del PP en retratar la inconsistencia personal y comunicativa de Sánchez, pero sobre todo, en mostrar su indecencia moral y humana. Feijóo ha llegado a tiempo, aunque quizá ya sea tarde.

El momento más ignominioso del día lo protagonizó, empero, la obediente presidenta del Congreso, cuando le tocó el turno de palabra a Abascal. Subió a tribuna el líder de Vox para articular, con pericia y razón, un paralelismo histórico oportuno -y que recordó quien esto escribe hace unos días en estas mismas páginas-. La analogía usada por Abascal situaba la manera en la que Hitler llegó al poder en Alemania (previo intento de asaltarlo años antes con el célebre putsch de Münich) y cómo justificó sus acciones en el respaldo social y electoral obtenido, con el proceder de Sánchez y los recursos retóricos y políticos utilizados por este para revestir de legitimidad lo que es una consumada ignominia. Esa similitud, que la historia hace coincidir, causó indignación en una atribulada Armengol, que censuró el discurso de Abascal y lo retiró del diario de sesiones, socavando en ese momento la libertad de expresión de un diputado representante de la soberanía nacional. No hubo mejor forma de alejar la sospecha de fascismo que replicando su esencia en una actitud abusiva, servil y contraria al decoro que, de manera insistente, invocaba, mientras de reojo saludaba a su complacido amo. Al socialismo le molesta la historia porque ésta tiene por costumbre reflejar su verdadera realidad.

Un colofón siniestro a esta investidura Matrix que empezó con el dispositivo policial más grande que han vivido las Cortes. La excusa de proteger el Congreso frente a la turba que iba a manifestarse en sus aledaños fue tan falsaria como inconsistente. No contaba Marlaska y sus comisarios políticos con la España real, que evidencia que la derecha sociológica, un día laborable a las 12:00 de la mañana, se encuentra trabajando. Al revés ya sabemos dónde estarían los de la cuota, la causa y el cuento. Los que hasta ayer protestaban y rodeaban con violencia parlamentos y diputados, ahora gobiernan una democracia a la que han hecho involucionar hasta tal extremo, que nos preguntamos si no habremos asistido a la última sesión de investidura de la España constitucional y libre.

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