Los orígenes de Vox en Baleares

Vox Baleares

Vox colecciona apelativos entre la izquierda política y mediática balear, a cual más variopinto: «ultraderecha moderada», «falangista», «extrema derecha», «ultraderecha», «neofascista» y demás variaciones por el estilo que pretenden vincular, directa o indirectamente, a la formación de Jorge Campos y Fulgencio Coll con la «larga noche en blanco y negro», una de las alegorías preferidas para referirse a la dictadura franquista.

Simultáneamente, la misma izquierda mediática y política se esfuerza en quitar de la circulación los términos «izquierda» y «extrema izquierda» en los que se reconocía hasta hace poco. Ahora todos son «progresistas», la nueva etiqueta que cobija bajo su paraguas a socialistas, meseros, separatistas, podemitas, sumandos, comunistas, republicanos golpistas o bildutarras. O las «fuerzas de progreso», que decía Francina Armengol. El término izquierda desaparece al tiempo que los de derecha extrema y extrema derecha se hacen omnipresentes. ¿Curioso, no?

Para descartar la rocambolesca idea de que Vox ha aparecido por arte de ensalmo aquí en Baleares de la mano de cuatro nostálgicos de Fuerza Nueva que estaban escondidos y agazapados hasta encontrar su primera oportunidad de sacar la cabeza, basta repasar la historia reciente del Partido Popular de Baleares. Les supongo a muchos de ustedes informados de lo que a continuación voy a contarles, aunque mi propósito es informar a los más jóvenes del verdadero origen de Vox y de las causas de su éxito electoral en las pasadas elecciones autonómicas: más de 60.000 votos y ocho escañazos que han metido el miedo en el cuerpo a todo el establishment y el statu quo balear.

Un somero viaje al pasado de la derecha balear nos conduce a las dos décadas y media (1987-2011) en las que Gabriel Cañellas, Jaume Matas y el primer José Ramón Bauzá obtenían en torno al 47% de los votos y en las que las mayorías absolutas, siempre favorables a Alianza Popular, después Partido Popular, dependían de tres diputados a lo sumo. La última de ellas, en 2011, 35 diputados nada menos, no se debió tanto al resultado cosechado por Bauzá (47,76%), prácticamente el mismo que el de Matas (46.99%) cuatro años atrás, como al hecho de que al menos cuatro partidos con un porcentaje de voto considerable quedaron fuera del arco parlamentario al no superar el corte del 5% de los votos: los herederos de UM capitaneados por Josep Melià (Convergència per les Illes), la Lliga Regionalista de Jaume Font, Esquerra Unida y UPyD.

Casi un 15% de los votos se quedaron sin representación en el parlamento balear, anomalía que, por efecto de la ley d’Hondt y el corte del 5%, permitió a Bauzá (47,76%) sacar seis escaños más que Matas cuatro años antes habiendo obtenido prácticamente el mismo número de votos. El pasado 28 de mayo, la suma de PP y Vox alcanzaba un porcentaje similar, el 50% de los votos y entre los dos obtenían 34 diputados, uno menos.

La primera lección que cabe extraer de la serie histórica de resultados electorales en Baleares es que éstos no dependen tanto de la opinión de los votantes -que no suele variar- como de la fórmula en cómo se presentan las distintas opciones políticas, si se presentan juntas o separadas, unidas o desunidas.

Muy agudo ha sido el análisis que hacía Pep Ignasi Aguiló hace unas semanas: Con nuestro sistema electoral resultan más importantes los movimientos en la oferta electoral que los cambios de opinión de los electores. Es decir, es más relevante el número de partidos que compiten por un espacio político que los trasvases de votantes entre bloques (El vuelco electoral y las alianzas, mallorcadiario.com). Dicho de otro modo, el votante de derechas era, es y seguirá siendo de derechas, el votante de izquierdas era, es y seguirá siendo de izquierdas y el nacionalista será siempre nacionalista.

Los cambios en el comportamiento electoral se circunscriben a si el votante de derechas, de estar descontento con su partido (PP), se abstendrá o si votará a otro partido dentro del mismo bloque (Cs, Vox). Era imposible que la derecha pudiera vencer a la izquierda presentando tres opciones distintas, robustas y divididas: Cs, PP y Vox. Ahora sí es posible porque todo el voto del bloque de centroderecha se agrupa en dos sumandos: PP y Vox. Nuestro sistema electoral (basado en la ley d’Hondt, la circunscripción insular y la barrera del 5%) penaliza la división y beneficia la unión.

Las dos almas ideológicas en el seno del PP balear

Con la inesperada expulsión del poder en 2007 después de una notable gestión por parte del Govern de Jaume Matas, si exceptuamos la ejecutoria acongojada de Xisco Fiol al frente de Educación, que se pasó la legislatura dando al sindicato vertical STEI todo lo que quería para evitar una movilización, el Partido Popular balear entró en barrena. Las primarias para dilucidar el liderazgo y el nuevo rumbo ideológico del partido entre Rosa Estaràs (con el apoyo de todo el aparato sin excepción, amén del Diario de Mallorca y del Grupo Serra) y Carlos Delgado, rodeado de la junta de Calvià y de un pequeño grupo de militantes cabreados con Matas, acabó con un resultado sorpredente: 6 a 3. Dos votos para la valldemossina por cada voto del alcalde de Calvià. La pírrica victoria de Estaràs, convencida de que vencería por aplastamiento, la dejó herida de muerte y decidió marcharse a Bruselas (Quin mort que m’heu deixat, se quejaba amargada), dando lugar a una situación de interinidad y profunda división en el seno del partido.

El PP balear se enfrentaba a la mayor crisis de su historia. La crisis era triple: de corrupción que parecía ser estructural o sistémica, de liderazgo y, sobre todo, de principios y valores. Desde la huida de Matas, el PP balear ha sido una sucesión de despropósitos a cual peor, comenzando por dirigentes que se entronizan en el poder de forma antidemocrática a través de una especie de cooptación endogámica que, encima e irresponsablemente, bendicen en la sede de la calle Génova, escribía el grupo de opinión Ramon Llull (El dedo de Rajoy, 15-01-2010). La crisis se había agravado cuando Mariano Rajoy decidió nombrar a dedo a José Ramón Bauzá al frente del partido tras la «tocata y fuga» estarasiana. Deslegitimado por una parte del partido tras el dedazo de Rajoy, Bauzá no tuvo más remedio que convocar otro proceso de primarias que debía zanjar, al menos aparentemente, la profunda división ideológica entre ambos sectores.

El pulso entre Bauzá y Carlos Delgado apenas cambió la correlación de fuerzas. Lo verdaderamente relevante en ambos procesos de primarias radicaba en el hecho de que no se trataba sólo de elegir un líder frente a otro. Lo que estaba en juego era el propio rumbo ideológico del partido, además de cuestionarse la política de alianzas con UM por la que había apostado Matas, con nefastos resultados. El bando mayoritario, y a la postre vencedor, que incluía a gran parte de los cuadros de Matas no incursos en procesos judiciales y a los aparatos de Palau Reial y de la calle Génova, apostaba por una política basada en la gestión sin entrar en más complicaciones ideológicas ni remover el gallinero de los nuevos dogmas de política grupal identitaria que había empezado a incorporar José Luis Rodríguez Zapatero en la política española.

El otro bando, el minoritario en torno a la figura de Carlos Delgado, era mucho más audaz y buscaba lo que ahora se llama dar la batalla cultural en todos los frentes, sin concesiones a las ideologías «progresistas» (ideología de género, memoria histórica, aborto a plazos, matrimonio homosexual) que paulatina aunque débilmente ya se hacían sentir por aquel entonces en la política española. Aceptar o rechazar de plano la política grupal identitaria que pretendía colectivizar a las personas según su sexo, orientación sexual, cultura, raza o lengua estaba también en discusión, con todo lo que ello significaba: inversión de la carga de la prueba en ley de violencia de género (y años más tarde en la ley LGTBI apoyada por Marga Prohens) o la discriminación positiva (con el consiguiente atropello de la igualdad ante la ley) para revertir injusticias históricas.

De todos modos, el punto más controvertido entre los dos sectores enfrentados era tal vez la cuestión lingüística. Los de Delgado eran partidarios de la libre elección de lengua en la enseñanza para terminar con la inmersión obligatoria en catalán, aspiraban a convertir el catalán en un simple mérito para entrar en la función pública, incluso se atrevían a hablar de balear en vez de catalán. Se trataba de una enmienda a la totalidad, en materia de lengua, a todo lo que había representado el Partido Popular hasta entonces, desde Cañellas a Matas. Tras imponerse a Delgado con una correlación de fuerzas de 7 a 3, Bauzá actuó esta vez con inteligencia, integró al sector derrotado asumiendo algunos de sus puntos programáticos y consiguió unir a la formación antes de afrontar la batalla decisiva frente a un segundo pacto de progreso que llegaba herido, descompuesto, exhausto y rendido a la cita con las urnas en mayo de 2011. Todo estaba listo para un paseo militar, como así fue.

La abultada victoria de Bauzá cerró heridas y la guerra larvada entre las dos almas del PP balear pasó a un segundo plano. En política las victorias unen y las derrotas desunen. La debacle de 2015 volvió a abrir las viejas heridas y resucitar la división ideológica entre las dos almas del PP, dos posturas que parecían irreconciliables y que de nuevo se vieron las caras en unas nuevas primarias (2017) entre Biel Company y José Ramón Bauzá.

Bauzá ahora había cambiado de trinchera y aparecía esta vez como outsider contra la nomenclatura que apoyaba a Gabriel Company. Bauzá había asumido las ideas de quienes años atrás habían sido sus adversarios en las primarias. Los bauzanistas eran firmes partidarios de terminar con la inmersión obligatoria en catalán, incluso insistían en cuestionar la sagrada unidad de la lengua catalana. El otro bando, el aparato del partido en torno a Company, representaba el inmovilismo y la cobardía ideológica de siempre. Tenían no miedo, lo siguiente, pavor, de volver a remover el avispero lingüístico por el escarmiento que había supuesto la mala experiencia del TIL que había malogrado la legislatura de Bauzá. De nuevo, nos encontrábamos con la misma fractura interna de diez años atrás, no motivada tanto por fulanismos como por cuestiones ideológicas. Y la correlación de fuerzas volvió a ser la misma: 7 a favor del aparato y 3 a favor de los disidentes.

Sí, disidentes porque muchos de ellos decidieron irse del partido al ver que que el PP no tenía remedio, sensación a la que contribuyó el tancredismo del de Sant Joan. Company no quiso o no supo cerrar heridas, no quiso o no supo unir al partido, no quiso o no supo integrar a los derrotados que directamente se pasaron a la disidencia interna o prefirieron un cambio de aires. Por aquel entonces Cs ya era un proyecto consolidado y Vox era una fuerza incipiente. Vox y Cs eran mucho más claros y diáfanos en temas como el lingüístico o la regeneración democrática, temas que a Company y secuaces les producían urticaria. Los comicios de 2019 certificaron la hemorragia interna que había sufrido el PP balear. Company cosechaba los guarismos electorales más pobres del PP en lo que llevamos de autonomía, apenas un 22% y 16 diputados, muy por debajo de los ya penosos resultados de Bauzá (20 diputados) cuatro años atrás. Una perdedora nata como Armengol se permitió el lujo de vencer a un candidato del PP. Lo nunca visto. Han sido los únicos comicios que ha ganado la inquera en los más de 25 años que lleva dedicada a la política profesional.

La conclusión relevante estriba en que en estas tres elecciones primarias celebradas a lo largo de una década, la correlación de fuerzas entre las dos almas ideológicas del PP había sido siempre de 7 a 3 (7/3=2,33). Invariablemente.

Dos almas ideológicas y la misma correlación de fuerzas: 7/3

Cambiemos de tercio y centrémonos ahora en los resultados obtenidos por el centroderecha el pasado 28 de mayo. Dejando de lado las islas menores en las que Vox todavía no se ha consolidado -apenas ha logrado un diputado y por los pelos- y no ha tocado techo, con posibilidades por lo tanto de sumar un diputado más en los comicios de 2027 por poco que sus porcentajes se parezcan a los de Mallorca, ¿cuál es la correlación de fuerzas a día de hoy en Mallorca entre el PP de Prohens (34,27%) y Vox de Jorge Campos (15,3%)?

Exactamente 34,27/15,2=2,25, o sea, prácticamente la misma correlación de fuerzas (7/3=2,33) que entre las dos almas ideológicas que estuvieron peleándose durante más de una década para imponer su programa ideológico al Partido Popular balear. Esta guerra latente y larvada dentro de la «casa común de la derecha» terminó desembocando en la ruptura del PP balear en dos partidos: Vox y el propio PP. Es cierto que la militancia es sólo una muestra (y no siempre significativa) de la población balear, pero convendrán conmigo en que en líneas generales el voto de derechas sigue siendo sustancialmente el mismo de siempre (en torno a un 50%) pero ahora se presenta dividido en dos sumandos cuando antes se presentaba unido.

En conclusión, grosso modo el votante actual de Vox era antes un votante del PP que, mosqueado, decidió marcharse a Vox y Cs. Algunos, como Sebastià Alzamora, separatista nada sospechoso de filias derechistas, ven a Vox como «l’expressió del PP més autèntic. El més pur, el que no ha aigualit el seu missatge ni la seva visió d’Espanya, ni de les Balears, per aconseguir més vots». El votante de Vox era un votante del PP que se hartó de la mollor y la blandenguería del sorayismo, el rajoyismo y el companyismo y ahora desconfía del feijóonismo. Se trata del mismo votante que se siente traicionado por las renuncias ideológicas de los populares frente a la hegemonía cultural de la izquierda más radical que ha existido nunca en España desde la Guerra Civil. Por lo demás, PP y Vox son vasos comunicantes, algo que tienen que tener muy en cuenta tanto Jorge Campos pero sobre todo Marga Prohens para no ofender a unos electores que esencialmente son los mismos que antes votaban a su partido y que eventualmente podrían volver a su redil.

Marga Prohens debería abstenerse de comprar el relato de la izquierda de estigmatizar como «fascistas» o de «extrema derecha» a Vox y a sus votantes. Craso error. Fueron votantes del PP en su día y, quién sabe, podrían volver a serlo algún día, pero al menos lo que sí les asegura de momento Vox es que todos estos votantes que desprecian al PP como la «derechita cobarde» o «el PSOE con diez minutos de retraso» no se van a ir a la abstención, posibilitando una mayoría de derechas en Baleares que sin Vox, ahora mismo, el PP no consiguiría. Ni de lejos. Ni la va a sumar a medio plazo.

Por mucho que las cacatúas mediáticas hablen de «extrema derecha» me temo que esta no existe en Baleares. Aceptar que existe una «extrema derecha» en Baleares es convenir que el PP de hace seis o siete años, o una fracción de él, ya era de «extrema derecha», «fascista» o «franquista». No parece muy razonable pensar que un desgajamiento del PP como es Vox pueda considerarse como de «extrema derecha». Como ha dicho Antonio Naranjo en el eldebate.com, «la recreación artificial de un universo reaccionario y fascista ha sido, además de un truco barato para movilizar a la parte más indocumentada del electorado propio, una excusa para justificar la implantación de un radicalismo de verdad», el del PSOE en comandita con sus amigos, todos enemigos de España y la Constitución.

Desde que Ana Rosa es también «fascista», cualquier español normal y corriente tiene el riesgo de serlo. Si todos somos fascistas o de extrema derecha, la lógica nos dice que nadie lo es. Que sigan ladrando.

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