Orgullosas de España, de su himno, de su bandera y de su monarquía

Orgullosas de España, de su himno, de su bandera y de su monarquía

España comparte una alegría que evoca las jornadas vividas con aquel inolvidable Mundial de fútbol de Sudáfrica de junio/ julio de 2010, que levantó olas de entusiasmo patrio por la Selección nacional y con Iniesta como talismán tras su gol de la victoria en el minuto 116. Trece años después de aquel acontecimiento, es ahora el tan sorprendente como extraordinario triunfo de las españolas como campeonas mundiales, quien toma el relevo también en su homónimo campeonato femenino en Sídney, lo que es de particular motivo para felicitarlas y mostrarles gratitud: sobre todo cuando vivimos unos tiempos no dados a prodigar este tipo de satisfacciones.

Es llamativo que siendo el feminismo una de las notas características con las que quiere ser identificado el sanchismo, las campeonas de una disciplina deportiva considerada hasta ahora más bien alejada de la mujer como aficionada, y más aún como practicante, no den muestras exteriores de su feminismo radical, rancio e ideológico y, por el contrario, expresen un orgullo patriótico de unas características no precisamente próximas al de sus congéneres, feministas de profesión. No imaginamos a Irene Montero, a Yolanda Díaz, y no digamos a la tal Pam, entre otras, expresando su nivel de alegría en la forma que lo hacen ellas, orgullosas de España, de su himno, de su bandera, y de su Reina.

Tampoco imaginamos a los socios y aliados que en torno al Partido Sanchista (ex PSOE) integran el sanchismo (tan feminista él), exultantes así. No imaginamos a Puigdemont siguiendo con interés desde su exilio en Waterloo la final entre España e Inglaterra, ni tampoco a su portavoz Miriam Nogueras o su presidenta vicaria Laura Borràs tan feministas ellas. Tampoco a Junqueras y mucho menos a Otegi y Mertxe Aizpurúa, lo que demuestra, por si alguno no se había enterado todavía, que el feminismo sanchista es una mera impostura ideológica, de la izquierda, y sus aliados coyunturales.

La igualdad que pregonan mañana, tarde y noche, es un reclamo vacío de contenido real, más allá de perseguir que la mujer deje de ser femenina para ser uno de los innumerables géneros de esa antinatural ideología que quieren imponer como obligatoria en su dictadura del relativismo. Mientras los aliados parlamentarios del PS (ya sin la E de Español) proclaman su republiqueta catalana y vasca, y se niegan a cumplir con lo que dice la Constitución, nuestras campeonas del mundo lloraban de alegría junto a la Reina Letizia y la Infanta Sofía ondeando emocionadas la bandera de España. Como no podían mostrar alegría, las y los, feministas oficialistas, debían ocupar su espacio y no dejar de dar la nota haciendo el ridículo, tomando como ocasión el beso de Rubiales a Jenni Hermoso en apariencia quizás demasiado efusivo, aunque ella lo ha desmentido.

Irene Montero, creyendo estar en un acto podemita, o quizás justificar su condición todavía de ministra en funciones, escribió en las redes sociales que «no demos por hecho que dar un beso sin consentimiento es algo normal». «Es una forma de violencia sexual que sufrimos las mujeres de forma hasta ahora invisible y que no podemos normalizar. Es tarea de toda la sociedad. El consentimiento es el centro. Solo sí es sí». Fin de la cita y del ridículo, cuál declaración institucional por hoy, al que el feminista Echenique tampoco podía faltar.

Mientras todo esto sucedía en nuestras antípodas terráqueas y a la espera del triunfal regreso a la Patria de nuestras campeonas, la vida oficial sigue para que el Rey proponga -en su caso- candidato a la investidura en el Congreso. Las quinielas entre una propuesta de investidura (aunque fallida) de Feijóo o directamente una exitosa sanchista están inciertas dadas las circunstancias que rodean el endiablado resultado electoral. En cualquier caso, y aunque pueda ser considerado como un espejismo de alegría nacional, cual un oasis en el desierto de este agosto canicular con los incendios y la decepción y preocupación política derivadas del 23 J, no reprimamos la satisfacción. Aunque sea pasajera y efímera; o quizás precisamente por ello.

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