Cuando el miedo cambia de bando

La política nos conduce en la vida a través de la propaganda, que, como el marketing, son artefactos de tiempo definido, agotados con prontitud cuando se abusa del mensaje unívoco. Como ya nos advirtiera Lincoln, «no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo». En el PSOE, tan dados a actuar y reaccionar en función de la temperatura social, se extrañan entre bambalinas de que tanta mentira subvencionada y trola bonificada siga sin traducirse en las encuestas, sobre todo entre un tipo de votante que en el pasado tendía a votar progresismo, que no progreso. Ahora, los chavales ya no consumen bono cultural -música clásica-, sino rock and roll, alternativa que vendrá de mano de quienes mejor lean el discurso que discurre por Europa y el mundo. La España peronista tocará a su fin en el momento en que los jóvenes convenzan a sus mayores, como ya hicieron en Argentina, de que el socialismo es una gran mentira que les lleva a la ruina y al exilio.
Según los últimos informes y sondeos, los obreros y parados votarían a Vox antes que al PSOE -y al PP-. La izquierda tiembla ante esa ruptura de guion sistémico, confiada como estaba en esa generación educada en la fantasía y la burbuja a la que le han robado todo, menos la indignación a tiempo. Creía la intelectualidad zurda tener atados a la causa a millones de adolescentes adoctrinados por sus leyes educativas, esas que priman la autopercepción antes que el conocimiento, provocando hastío y rebeldía en niños castigados por el argumentario ideológico que conculca el principio de igualdad entre hombres y mujeres. Conforman una generación a la que les cuesta manipular, cansada de pagar cuando ni siquiera tiene trabajo, chavales que ya no se sirven de los medios tradicionales para informarse y entretenerse. Han aprendido a leer y cuestionarse las cosas en ese universo digital que el Gobierno no entiende ni controla, y por ello, quiere prohibir. Pero ya es tarde. Han perdido a ese núcleo de nuevo votante que asumió hace tiempo dónde tiene España el progrema.
Cuando te acostumbras a levantar muros de sinrazón, al final tendrás que soportar que quienes lo derriban, damnificados por tu política divisoria, reclamen justicia. La izquierda lleva toda su vida cabalgando a lomos de una incierta superioridad moral, garantía de crímenes, robos, mentiras y proyecciones de sus propios defectos, pero todo tiene su límite y su final. Escriben y hablan sobre una capa protectora de impunidad que les hace justicieros a tiempo completo, a la par que convierten las redes sociales en ágoras públicas donde sentencian al disidente, sea cual sea el tema en cuestión: inmigración, agresión sexual, impuestos, corrupción, etc. Si uno repasa la trayectoria de los zurdos del siglo XXI, percibirá una suerte de inquisición moral protegida por el poder coercitivo del Estado y los complejos de quienes, aún hoy, siguen dándole al socialismo una oportunidad de redención. No la tiene. No debe tenerla.
Los ideólogos del acoso político, el insulto sin medida, la descalificación y deshumanización del oponente y el escrache físico constante, ahora se sienten desprotegidos ante su propia creación, cuando comprueban que el miedo que atenazaba a la contraparte, ha desaparecido. Lo que no debe hacer, sin embargo, la España que se resiste al peronismo bolivariano, es confundir humanidad con negligencia, ni decencia con apatía. Hay que seguir señalando a quienes falsean títulos y currículos para vivir del cuento público, levantar el dedo índice y acusar a quienes han convertido España en el tercer mundo ferroviario, mientras se ríen de los ciudadanos en redes sociales. Molestar a los que roban la mitad de su sueldo al honrado para dárselo al ladrón que, desde un ministerio, le dice al ciudadano cómo pensar y con quién debe dormir. Hay que hacer la vida imposible a quienes instauran la corrupción y el saqueo como forma de mantener el poder, quienes convierten en inseguros nuestros barrios al mismo tiempo que trafican con las mafias que hacen negocio con la desgracia. Que no puedan pasear con tranquilidad por la calle los que estrechan la mano de aquellos que señalaban la nuca que debía ser asesinada.
No debe haber paz mental para los malvados que han justificado su existencia en arruinar la vida del prójimo. Pero la reacción debe ajustarse a la ley y no al matonismo. Que el miedo que sientan sea un estado de ánimo y no un ajuste de cuentas. Porque entonces, seríamos como ellos. Y no queremos ser como ellos. Porque, quienes defendemos las ideas de la libertad, somos muy superiores al socialismo. Moralmente, intelectualmente, y sí, también estéticamente. Siempre lo hemos sido. Sólo que ahora empezamos a tomar conciencia de ello.
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