Apuntes Incorrectos

¡No se equivoquen! La cómplice del desastre general es Calviño

¡No se equivoquen! La cómplice del desastre general es Calviño

¡Oh la lá! La banca española está que trina con Nadia Calviño. Algunos medios dicen que estalla contra la ministra. ¿Pero qué se pensaban la banca española y otros? ¿Que una de las decenas de directores generales de la Unión Europea aceptaría el encargo de ser vicepresidenta del Gobierno de España si no tuviera la voluntad y la determinación de apuntalar la estrategia delirante de Sánchez? Es decir, ¿si no fuera una sectaria acomodaticia y una socialista en toda regla, o sea una persona contraria el modo liberal de entender la economía y aún la vida? ¿Pero con quién cree que flirtea el llamado Ibex 35?

La banca está tremendamente enojada con la señora Calviño porque una de sus últimas ocurrencias para afrontar la crisis económica provocada por la pandemia es promover una quita de la deuda en la que han incurrido los beneficiarios de los créditos avalados por el Instituto de Crédito Oficial, perdonando hasta el 70% de los mismos y exigiendo a los bancos que corran con la condonación de la deuda restante. Pero esta fórmula magistral socialista tiene enormes y múltiples inconvenientes.

El primero de ellos es que es discriminatoria. Con motivo de la crisis, muchos empresarios, en lugar de acudir al crédito, han seguido sosteniendo la viabilidad financiera de sus compañías con cargo a su patrimonio. O han preferido capitalizar sus negocios acudiendo a socios nuevos que han confiado en ellos aportando su correspondiente capital porque los consideraban viables y solo perentoriamente en dificultades. Otros, en lugar de acudir al ICO lo han hecho a sus entidades financieras de referencia, que, conociendo su trayectoria, su viabilidad y en definitiva su futuro los han socorrido con el dinero oportuno.

Por eso es muy natural que esta clase de compañías que no ha tenido que solicitar la asistencia de último recurso del ICO, y que ha asumido los costes correspondientes, se sienta engañada si sus competidores se van a beneficiar de unas condiciones de las que ellas no van a poder disfrutar. Adicionalmente, la ocurrencia de la señora Calviño penaliza gravemente a la banca, que como tantas veces he dicho aquí es el corazón del sistema, pues su labor de intermediación financiera es esencial para que el organismo económico funcione.

Exigir a la banca condonar hasta un 30% de los créditos concedidos la obligará a considerar al cliente implicado como moroso permanente -a veces sin justificación real-, la forzará a que provisione el desfalco correspondiente a la deuda coactivamente perdonada, le impedirá ingresar el rédito debido por la financiación otorgada, y sobre todo -y esto será letal- obstaculizará al máximo la concesión de crédito nuevo, que es la función primordial de la banca, sin la que no funciona país alguno, menos aún en situación crítica como la actual.

Si además consideramos que el sector financiero se encuentra en una situación muy comprometida por los tipos de interés negativos -que lastran su camino hacia la rentabilidad-, y por las exigencias de recursos propios y de estándares de solvencia y de liquidez a que obligan los organismos internacionales, no es difícil concluir que la ocurrencia de la señora Calviño es una bomba de relojería, un preludio similar al de un infarto de miocardio para el conjunto del sistema crediticio.

Ningún otro país de la Unión Europea ha decidido emprender un camino tan pedregoso. Alemania, que siempre constituye una referencia, pero otros países igual, ha optado por combatir el descalabro económico ocasionado por los cierres empresariales a que les ha abocado la pandemia por la solución compensatoria de las ayudas directas. En Alemania se calcula la facturación de la hostelería y de los comercios impelidos a cerrar por decisión política y se les compensa con hasta un 75% de los ingresos mientras dure el confinamiento.

España ha renunciado a esta vía por la sencilla razón de que carece de recursos y, lo que es peor, de imaginación y de ese sentido amigable por la actividad empresarial que es mucho más común en otros territorios e imprescindible para la prosperidad general. Aquí esto no se ha podido hacer por varias razones. La primera es la falta de voluntad política y de sustancia ideológica pro- mercado. Pero hablando en términos prácticos, no se ha hecho porque no hay dinero y porque el que había se ha malversado y despilfarrado en destinos menos eficaces.

El déficit público de España en 2019 apenas sobrepasaba el 3% del PIB. En 2020, se habrá acercado al 12%. El capital, los recursos monetarios de que disponía España para afrontar la crisis más grave desde la guerra civil se han destinado a sostener las rentas de las clases menos acosadas por la pandemia, y desde este punto de vista las más favorecidas: los funcionarios y los pensionistas. Al mismo tiempo, también se ha aprobado un infausto ingreso mínimo vital que tendrá consecuencias nefastas no tanto para el presupuesto público como para el juego de incentivos, pues en lugar de inclinar a la gente a buscar un empleo la conducirá inexorablemente a vivir el mayor tiempo posible de la beneficencia pública.

El caso es que como España, que ya partía de una situación presupuestaria frágil, ha dirigido sus magros recursos a políticas ineficientes y dudosamente rentables, ha sido incapaz de ayudar directamente a las empresas, que son las que proporcionan empleo y que por tanto son la fuente de la prosperidad socialmente más incontrovertible. La mayoría de nuestros socios comunitarios lo ha hecho. España ha fallado una vez más. Para ser más exacto, la España dirigida por el socialismo ha fallado de nuevo.

Aunque según Sánchez este es el Gobierno que no va a permitir que nadie quede atrás, lo cierto es que está postergando y dejando en la estacada a todo Dios. No sólo es el Gobierno al mando de un país en el que el PIB ha caído más que en cualquier otro socio de la UE, sino que, según han confirmado todas las estadísticas internacionales de referencia -entre ellas el Banco Central Europeo-, es el país que menos ha gastado en hacer frente a la crisis. Un 1,3% del PIB frente al 4% de media de la zona euro. Y según el ‘think tank’ Bruegel, el que menos ha apoyado directamente a las compañías privadas -un 3% del PIB frente al 14% de Alemania, el 9% del Reino Unido o el 6% de Francia e Italia.

La pasada semana, Sánchez compareció en el Congreso para informar de un paquete de ayudas de 11.000 millones para empresas, pymes y autónomos. Preguntada reiteradamente el mismo día, y luego varias jornadas después, la vicepresidenta Nadia Calviño no ha sabido decir de dónde vendrán ni a qué se dedicarán esos recursos. Ella naturalmente tiene otros planes para seguir sirviendo al ‘sanchismo’, para obstaculizar la economía de mercado y así apuntalar el modo socialista de concebir la vida y de afrontar los problemas que vayan surgiendo. En este momento preciso se trata de esquilmar al apestado sector bancario con un plan de condonación de deuda -una suerte de expropiación- que situará al sector financiero en inferioridad de condiciones con el del resto de nuestros vecinos, que puede amenazar el ‘rating’ de nuestras entidades bancarias, y que es una inyección venenosa de desaliento para las empresas más fogosas, rentables y corajudas del país.

España necesita imperiosamente atraer inversión pero estas decisiones ideológicas y poco prácticas de la señora Calviño representan lo más parecido a una patada en el culo para cualquiera que observe el mercado internacional y pueda elegir destino, descartando de inmediato un país como el nuestro gobernado por comunistas con lacayas a su servicio, sólo para adecentar livianamente la casa, pero en el fondo generando inseguridad jurídica y separándose de los estándares de otros estados con mucha mayor fortaleza económica como América, Francia y la Alemania citadas. Si estas ocurrencias de la tonta útil del Gobierno salen adelante, habrá un impacto muy severo en la cultura de pago en España, que ya viene minando el socialismo militante a cuenta de la ocupación criminal de la vivienda, del precio de los alquileres como moneda de cambio y del todo puede ser gratis, que es el santo y seña del socialismo.

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