Moción de censura fratricida

Moción de censura fratricida

El debate de la quinta moción de censura  que se celebra desde 1978 —con tres de ellas tras la asunción del liderazgo socialista por parte de Sánchez— ha ocasionado un seísmo político, cuyo registro en la escala de Richter es todavía impredecible. Aunque su onda expansiva va a afectar profundamente al espacio político del centro-derecha, está por ver si consigue recuperar el «bipartidismo imperfecto» que —según algunos— sería el oculto objetivo de la maniobra de Casado.

Convertir a Abascal en el censurado, en lugar de serlo Sánchez, confinando a Vox al extrarradio del sistema, puede parecer una jugada magistral para ese fin, y, así, monopolizar todo el espacio que ocupó en su momento el PP tras la refundación liderada por Fraga en 1989. Pero quien así piense, puede equivocarse más bien pronto que tarde, si en paralelo y, como mínimo, no se produce un proceso similar en el espacio de la izquierda respecto de los comunistas podemitas; lo que está por ver. El principio de la acción-reacción actúa no solo en la Física, sino también en la política, y que se apoye y, aún más, se lidere esa misma operación desde el PP con un Frente Popular —así literalmente— como el constituido por los firmantes del acuerdo para aislar a Vox, resulta una estrategia fratricida hacia millones de  votantes del centro-derecha.

No sabemos si tal radical giro político ha sido inspirado, cuando menos, desde instancias ajenas al partido, ya que un cambio estratégico de ese calado, se debía haber debatido con anterioridad. No son precisamente para sentirse orgulloso, las imágenes vistas en tv de los diputados del PP sentados mientras eran leídos uno tras otro, los nombres de los centenares de asesinados por ETA, para acabar levantados aplaudiendo las descalificaciones contra Abascal.

El papel lo aguanta todo, pero el discurso de Casado erró el tiro, que debería haber sido dirigido hacia el censurado Sánchez. Que Abascal haya cometido errores desde el comienzo del anuncio de la moción en julio pasado, hasta el mejorable y equivocado programa que presentó el miércoles, no justifica la descalificación política, y menos aún la personal que le dedicó Casado, considerando al PP como una empresa mercantil y a Abascal como un desagradecido empleado suyo.

En estos días hemos visto y seguiremos viendo encuestas para todos los gustos, respecto al efecto que este hecho pueda tener en la intención de voto, pero hay una realidad insoslayable: tras el debate, no pocos votantes del PP habrán visto reforzados los motivos que tuvieran antes de la moción para emigrar hacia Vox, mientras que no hay ninguno para recorrer el camino inverso. Lamento ya una sensible baja del PP de Cataluña: Sergio Santamaría, valiente defensor de la Constitución y la unidad nacional en una circunscripción tan difícil como Gerona como diputado al Parlament, y cabeza de lista para el Congreso.

Así, no es tarea fácil explicar las razones para entender lo sucedido, y ello da pie a todo tipo de malabarismos argumentales; a mí me recuerda lo que me dijo Adolfo Suárez en el puente aéreo el día siguiente de las elecciones autonómicas catalanas de 1988, en las que fui el candidato: «Si nos hubieran votado todas las mujeres que me besaban tras los mítines, todos los que me pedían autógrafos y los que me aplaudían por las calles, hubiéramos ganado las elecciones; pero luego no me votaban».

Algo parecido puede pasarle ahora a Casado: que le aplaudan por situarse en «el centro», personas como Sánchez, Iglesias y Lastra que, desde luego, no le votan. Ya lo ha dicho el presidente: «Con esta decisión —la del jueves—, ganamos todos»: esos «todos» van desde la CUP a Podemos, pasando por el PSOE. Desde luego, ellos sí que han ganado, para desgracia de una determinada Idea del país, la nación y la Patria, España, estrategia a la que ahora parece haberse incorporado el PP. España nuevamente en estado de alarma indefinido, cuando Sánchez en julio aseguró que se había derrotado el virus. Desastre sanitario y económico sin precedentes: pero el derrotado de la censura es Vox, y Sánchez el vencedor. Sobran comentarios.

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