Minuto y marcador, Ferreras
Vaya por delante mi admiración y respeto hacia Al Rojo Vivo. No es fácil hacer política televisiva con esa exitosa continuidad. Construir opinión sencilla y comprable, vender «Periodismo» a cada información y exclusivas a golpe de reportajes únicos e indivisibles, permite constatar que todo caramelo será noticia comentada si lo envuelves con el celofán adecuado. Es el envoltorio Trending Topic de la información. Han edificado con acierto y tino un formato que principia la información opinada, información que permite y apoya la toma de posición ulterior de quienes acuden raudos a compartir impresiones. Son buscadores del contexto, periodistas intencionales, que diría Kapuscinski. Nadie hace este tipo de periodismo. Quizá porque nadie puede hacerlo.
La Sexta es una cadena que presume de no ser imparcial, de tender hacia unas ideas precisas —de dicho verbo se deriva el adjetivo tendenciosa— de tener una línea editorial marcada y orgullosamente de izquierdas, aunque su actual dueño ha cuidado siempre la etiqueta televidente del conservador. Periodismo que busca y provoca cambios. Ahí reside su verdadero valor, su «pecado» original. Es sano y necesario que, en una sociedad libre, haya este tipo de ejercicio profesional.
Pero sospecho que el medio hace tiempo que dejó de ser el mensaje para pasar a ser la vía por la cual se constituyen los mensajes, casi siempre en loor de propaganda. El buen ejercicio periodístico que hizo el domingo Al Rojo Vivo -maratoniano, estajanovista, extenuante- estuvo condicionado por la profusión de opiniones que, en mi opinión, nada confluían con la deontología profesional. Una mesa sensiblemente escorada hacia posiciones contrarias a la abstención determinada por el Comité Federal del PSOE, un popurrí de caras adormecidas —el periodismo empezó temprano— que culminó en la sublimación de lo subjetivo, cuando Ferreras soltó la frase que luego repetiría más de una vez a lo largo del especial matutino: «Por primera vez, un voto socialista hará que gobierne la derecha». Insistió unas cuatro veces en el axioma. Como excelente comunicador que es, sabe que la repetición de un buen sound-byte es clave en la influencia movilizadora del espectador.
Pero cuando el deseo se confunde con la realidad, las interpretaciones acaban por ser voluntades utópicas. Lo que ha permitido de verdad gobernar a la derecha ha sido, sobre todo, los casi ocho millones de votos obtenidos —uno de cada tres que votó en junio— que le convirtieron dos veces en el partido más votado en apenas seis meses. El sistema parlamentario que tenemos impulsa que fuerzas políticas que no ganaron puedan negociar un gobierno alternativo al que, por primacía de voto, le corresponde liderar al vencedor. Se intentó en los primeros meses del año. Y aquel ‘Pacto del Abrazo’ entre PSOE y Ciudadanos, pantomima gloriosa de la nada porque era imposible sumar mayorías a aquello, demostró que lo único que une a la mitad del Congreso que no es el PP es precisamente su odio al PP. Nada más. Lo demás, música —periodística— de viento.
En la cobertura de la reunión dominical del Comité Federal, asistimos a la política ‘Minuto y marcador’ que ha hecho de cierto periodismo una reducción ad nauseam de lo único que aún tenía de loable a ojos de muchos: su temperatura calmada, su osamenta romántica que convertía en imposible lo posible (¿o era al revés?). La intensidad como ingrediente. La reflexión como víctima. Es televisión, dirán los críticos. La audiencia manda. Y la audiencia respalda este ritmo irrespirable de tensión y titular constante, de información convertida en show con noticias, mensajes kilometrados a una velocidad que impide madurarlos. Ahora la política se comenta en pantallas múltiples, se lleva dar información partida sobre partidos. Fotos fijas que luego se explican y analizan mediante frames preconcebidos, según el marco mental sobre el que el espectador construye su realidad y deconstruye su mundo. Este periodismo carrusel a veces impide discernir, por culpa de contar cosas a la velocidad de la luz, lo que está a oscuras pero que, sin embargo, existe. Como el hecho de que la derecha gobierna porque así lo han querido la mayoría de los votantes, no porque el PSOE hiciera una coyuntural «abstención de país». Minuto y marcador, Ferreras.