Mentiras, ocultación e indecente chatarra política

Sánchez, Pedro Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

El gentío del PSOE, el poco que queda con dignidad, está perdiendo el miedo al sátrapa de La Moncloa. Ya pululan antiguos dirigentes del partido que hablan, incluso casi en alto, y no paran de -textualmente- el «furibundo carácter» que ha desarrollado en estos años el aún presidente. Hablan y no se cortan, le describen como un tío inflamable, gritón, desmesurado que maltrata hasta los más próximos. Encima, sus demasías son contagiosas de tal modo que en el zulo de Sánchez nadie osa llevarle la contraria a él o a sus paniaguados, y lo que es aún más duro y peliagudo: ya nadie, desde fuera, pero todavía desde el ámbito del PSOE, se atreve a ofrecer sugerencias o consejos. Nadie. Él miente como un bellaco, como lo que es, asegurando en las Cortes de la Nación que tiene constituidas en Presidencia no sé cuántas comisiones destinadas a ofrecer respuesta a los problemas reales del país. Ninguna. Lean esto: uno de los personajes, ex ministro más señas, citado en los sermones de Sánchez y en las filtraciones del pequeño Bolaños o del insoportable ministro López, afirma sin ambages que todo es un embuste, que de él nadie se ha acordado, tanto es así que en una ocasión muy lejana envió al Palacio del autócrata esta pregunta: «¿Con quién puedo hablar para mandar un mensaje directo a Sánchez?». La escueta respuesta fue esta: «Con nadie». Y es que Sánchez está en proceso de vengarse de todos aquellos que en 2016 le trituraron en el partido y le echaron directamente a la calle. Todos, salvo Page, han ido cayendo junto con los nuevos llegados, aquellos que sin participar en el tétrico sarao del Comité Federal, se permiten ahora denunciar la política abrasiva y chatarrera de Sánchez.

Esta no tiene límites. O mejor, sí los tiene: el ridículo. Había que contemplar el rictus retorcido de la ministra Tristeza achacando a Feijóo su paseo en barco con un individuo que ella llamaba narcotraficante pero que a la postre fue liberado de cualquier pecado. Había que retratar el pétreo rostro de Sánchez en los instantes en que, de modo consciente, ocultaba el sinfín de desastres que estaba promoviendo. Este sujeto se está quedando solo pero él no admite esta penuria. Esta misma semana escuchaba enfáticamente decir a un socialista-de-toda-la-vida: «Sánchez no reconoce nada de lo que se le achaca, es más: está convencido de que volverá a ganar en el 27 y todavía más allá». Y añadía: «…y como nadie es capaz de decirle: bájate del guindo, esto no es así», él aumenta su desprecio por todos los que no firman sus aseveraciones. Él ya ha puesto en marcha la «Operación 27» que ha ayudado a situar en regiones importantes: Andalucía, Valencia o Aragón sin ir más lejos, a siervos/as de la gleba para controlar el partido. Una imbecilidad porque, si llega el momento en que las urnas le despojen del poder, al grito de «m……» los que ahora le soban el lomo saldrán de naja intentando que la basura que va a dejar el infrascrito no les inunde a ellos mismos.

Ahora esta especie está callada como sapos hibernados. Tragan con las mentiras pertinaces del jefe, con sus ocultaciones y con la chatarra aldeana que vende el preboste porque no tienen donde ganarse el alpiste, pero, por lo bajini y de rondón, también culpan a Sánchez de la demolición del llamado proyecto socialista. Miran al cielo y piden al Dios en el que no creen, que Doña Urraca Díaz no se raje del todo y se desmorone espectacularmente. Eso es vital para sus intereses políticos. Disimulan las dos últimas y flagrantes mentiras que ha vomitado el jefe: el sabotaje férreo y el apagón-sabotaje, dos embustes que todavía hoy siguen repitiendo porque lo ordenan así pero las dos trolas esta misma semana han saltado por los aires. Ni nadie apreció otra cosa que mal mantenimiento en el terrible caos de trenes soportado por este país aún aherrojado, ni, según lo ha dicho la ministra de apellido impronunciable, nadie apagó las luces premeditadamente, ni desde fuera (tampoco el león Putin) desenchufó el sistema eléctrico. Nadie.

Como último invento Sánchez ha confiado en un lobbysta aprovechado, Rodríguez Zapatero, para lidiar no ya los más sucios negocios del Estado que, desde luego, sino el endoso de impedir en año y pico que Feijóo se haga con el poder. Como es cierto que la intervención del expresidente en la última semana de campaña del 23 movilizó a un socialista bastante gris, ahora quieren ambos repetir la jugada, apañados también con las sugerencias del siniestro Iván Redondo. Todo consiste en tres cosas: evitar, lo hemos dicho, que Doña Urraca no perezca; intentar que el PP cometa uno de sus errores habituales (para eso está Tellado); y lograr que el electorado socialista se convenza de que, de verdad, Abascal va a ser vicepresidente de Feijóo. Estas tres son las claves. Es de esperar que Feijóo, que tiene un Congreso Ordinario a la vuelta de la esquina, no caiga en las soeces trampas urdidas por Moncloa, y presente en julio un proyecto político que pueda enredar el ánimo de todo el centro derecha español. O esto o vuelta a las andadas, a las trapisondas del actual presidente. No hay más. ¿O si? Quedan Ábalos que según parece, va a dar mucho de sí, y el navarro Cerdán que, ya lo habíamos denunciado aquí, ha mejorado sustancialmente en estos años su peculio particular. Son los dos fontaneros de Sánchez, los que han perpetrado por él y para él todas las fechorías penales posibles. Proclamaría Berlanga: «¡Todos a la cárcel!». Veremos.

P.D.- Feijóo le ha robado literalmente a Sánchez un asesor demoscópico y electoral preeminente . Se trata de Aleix San Martín, un experto alumno de José Luis Sanchís («Cómo se gana el poder») que se ha mudado a Génova para ganarle las urnas a Feijóo en el 27. Dicen los que le conocen que se ha marchado de Moncloa, cuatro meses después, harto de soportar los malos modos del aún presidente. Otro más.

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