Mantengan la bandera de España en sus balcones

Mantengan la bandera de España en sus balcones

La chabacanería soberanista no podía dejar de perder vergonzoso protagonismo en el Gran Premio de España de Fórmula 1 celebrado el pasado fin de semana en el circuito de Montmeló. Como afirma la Federación Española de Automovilismo, que se ha quejado por la utilización del himno catalán en dicho evento, se hizo un uso malintencionado de la bandera y el himno de Cataluña, que estuvieron fuera de lugar. Infecto manejo de los símbolos por los secesionistas, aturdiendo a los asistentes con una interminable versión de ‘Los segadores’ mientras apenas en tiempo y de forma imperceptible se interpretó el Himno Nacional español, el único que debería haber sonado. Frente a la afrenta, la heroicidad. Los pilotos españoles Fernando Alonso y Carlos Sainz presumieron de bandera española después de mostrar su incomodidad con los pitos al himno de todos.

Decidieron hacer un gesto de enorme simbolismo que les encumbra a los altares del destino. Dos hombres y un destino, el de la valentía, el honor, el arresto y las agallas. El ofrecimiento y el voto del orgullo nacional trazado y dibujado sobre el asfalto de Montmeló, ondeando al unísono la bandera española. En el anverso de la nobleza y la decencia, la ruindad y la villanía. Una gota más en ese vaso chulesco y desafiante de ejemplares displicentes capaces de nombrar presidente de la Generalidad, representante del Estado en Cataluña, a un declarado cómplice y testaferro de un presunto delincuente. Siguen envalentonados ante la falta de respuesta contundente del Gobierno, más preocupado por lanzar vanas amenazas que por dar un puñetazo en la mesa y sajar de forma definitiva actitudes agravadas desde hace tiempo, pero toleradas desde hace décadas y cuyo final puede llegar a ser más trágico de lo que muchos piensan.

La estrategia de la provocación ante la falta de una tajante y contundente respuesta. Quizá el Rey esté obligado a firmar el Decreto de nombramiento, pero si no lo estuviera, muchos, que no yo, argumentarán que debe hacerlo por prudencia. Que falta de claridad entre nuestra clase política. Prorrogar el actual 155 no tiene amparo legal, pero sí la aplicación de uno nuevo, contundente, de bisturí, una gran dosis de quimio al cáncer secesionista. El independentismo quiere el conflicto aprovechándose de un inquietante silencio por impostura política. Utiliza los medios, manipula la educación y la cultura, obliga al pensamiento único y maneja a su antojo adulteradas consignas excluyentes. Torra, semejante personaje y al que, tras el fracaso de ese 155 light, se le va a otorgar el poder sobre un presupuesto como el de la Generalitat y el mando y control sobre cerca de 18.000 policías. Una bomba de relojería. La melindrosa clase política no es consciente de las consecuencias que la actual situación puede suponer.

Y la primera de ellas, no disimulada por el tal Torra, el no restablecimiento de la normalidad, la exacerbación del mal llamado “conflicto”, el agravamiento del falso “choque de trenes” y en definitiva, la confrontación abierta. Regalarle desde la inacción los medios para perpetrar sus locuras convierte a muchos en “cooperadores necesarios”. Como una hidra, el secesionismo ya tiene un nuevo provocador y lo ha elevado a sus mugrientos altares. Pero el verdadero presbiterio de hoy lo ocupa una imagen con dos hombres. Y nos representan a muchos. Y no son políticos. Dos deportistas que orgullosos de su bandera gritan a los cuatro vientos el deber como españoles y el honor de representarla. Ni Torra ni aquellos que de forma activa o pasiva pretender destruirla u ocultarla lo conseguirán. Como dijo el gran Douglas McArthur, militar norteamericano:  «Deber, honor, nación… Las tres palabras que nos dictan lo que debería ser, lo que puede ser y lo que será”.

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